Los 1.000 días de guerra de Ucrania desde Chasiv Yar: así resisten sus tropas en el punto más negro del frente del Donbás
- Nos adentramos en el punto más caliente para conocer cómo combaten ahora, a golpe de dron, las tropas de élite ucranianas que contienen el avance ruso.
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La oscuridad de la noche nos envuelve por completo, pero el vehículo en el que viajamos tiene que apagar las luces antes de entrar en Chasiv Yar. “Si las encendemos, hay un cien por cien de probabilidades de que los rusos nos bombardeen”, aclara el comandante de la unidad de inteligencia “Ochi”, con la que voy a pasar 24 horas en el punto más negro del frente de combate del Donbás.
La ciudad de Chasiv Yar se ha convertido en un símbolo de la resistencia ucraniana. No era un lugar muy conocido antes de la guerra, y ahora está completamente bombardeada. Pero el Ejército de Zelenski sigue combatiendo allí –incluso bajo tierra– para frenar los continuos intentos rusos de avanzar en dirección a Kramatorsk y Sloviansk.
Ese es el principal objetivo de Putin: completar la toma del Donbás. Lo ha sido desde 2014, cuando se anexionó Crimea y comenzó una guerra –cuajada de excusas– en Donetsk y Lugansk, y lo sigue siendo diez años después. Pero ahora tiene más prisa, si cabe, ante la posibilidad de que el nuevo presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, le obligue a sentarse en una mesa de negociaciones tan pronto como tome posesión de su cargo.
Por eso este lugar es tan significativo, aunque conseguir llegar hasta la posición de combate es extremadamente complicado: el conductor se guía gracias a un dispositivo de visión nocturna, para ir esquivando los socavones que dejan los impactos de artillería, y un copiloto lo asiste mirando a través de unas gafas de visión térmica.
El recorrido se hace eterno. “En la posición estaremos más o menos a salvo, pero entrar y salir de la ciudad es la parte más crítica en este momento”, continúa explicando el comandante. “Por eso hacemos turnos de 24 horas, y al entrar para meter a un equipo, sacamos al otro”, aclara.
Ciudades borradas del mapa
Cuando el vehículo por fin se detiene y se abren las puertas, la visión es desoladora. No queda nada. En cualquier dirección que alumbres con la pequeña linterna de luz roja –que es lo único que los militares permiten usar– sólo se ven escombros, y una banda sonora de cañonazos que impactan a nuestro alrededor nos da la bienvenida.
Chasiv Yar había sido un punto de encuentro habitual para los periodistas que cubríamos la batalla de Bakhmut, hasta que cayó en mayo de 2023. Era la última ciudad desde la que reportar, cuando los bombardeos en Bakhmut eran tan intensos que no nos permitían el paso. Pero ahora, simplemente ya no hay ciudad.
Tapias con enormes boquetes, hechos con los cañones de los tanques; restos de tejados esparcidos, verjas de hierro bombardeadas y retorcidas, y cristales rotos que crujen bajo las botas a cada paso que das. Y lo peor es lo que no se ve: “Puede haber minas en cualquier parte”, advierte Anna, la otra mitad de la unidad a la que acompaño.
Anna y el comandante Yaroslav son matrimonio y tienen tres hijos. Pero cuando comenzó la invasión decidieron que debían luchar por su país, precisamente para que sus tres hijos pudieran crecer libres en él. Ahora integran un equipo de Inteligencia militar del 120 Regimiento de reconocimiento, que opera drones de ataque a menos de un kilómetro de las líneas rusas en las entrañas de Chasiv Yar.
No pueden revelar el número de equipos que, como ellos, operan las posiciones dentro de la ciudad. Pero todos están conectados por radio, y además de batir objetivos rusos desde el aire, asisten a la artillería de distintas brigadas localizando posiciones enemigas.
La guerra de los drones
En estos 1.000 días de invasión, la guerra ha cambiado drásticamente en cuestiones tácticas. Y el motor del cambio ha sido el uso de los vehículos no tripulados en la batalla. Los drones –que hasta el otoño de 2022 no tuvieron un papel muy relevante en Ucrania– ahora son imprescindibles en cada operación militar.
Desde que se vieron los primeros vehículos voladores de observación –que sólo realizaban misiones de reconocimiento desde el aire–, hasta que se empezaron a usar de forma masiva los drones de ataque –de todos los tamaños y capaces de portar hasta 50 kilos de explosivo–, apenas han pasado dos años.
En la actualidad, en lugares como Chasiv Yar la guerra se libra enteramente con estos vehículos no tripulados. Y eso hace imposible caminar a cielo abierto sin arriesgarse a que te lancen una granada desde el aire, o te llegue un proyectil de artillería guiado por un dron de observación que puede estar a dos kilómetros de ti.
Casi imposibles de detectar pero absolutamente letales, los drones ya son los que causan la mayor parte de las bajas en los frentes de combate de Ucrania. Más incluso que la artillería. Y cada vez se necesitan más equipos especializados en operarlos, como el de Yaroslav y Anna.
Desde el punto donde nos ha dejado el coche, hasta la posición subterránea del 120 Regimiento de reconocimiento donde ellos trabajan, hay varios cientos de metros que recorremos a la carrera y en absoluto silencio, para poder escuchar el zumbido en el caso de que un dron enemigo se acerque.
Al llegar a la posición, Yaroslav comienza a conectar cables y pantallas sin perder un segundo, mientras Anna ensambla las distintas partes de un dron DJI Matrice –valorado en unos 5.000 euros–. Algunas piezas las han fabricado con una impresora 3D, como por ejemplo los anclajes para colocar los explosivos. Todo está “tuneado” para adaptarse a sus necesidades en combate.
Jugarse la vida ochenta veces al día
El DJI Matrice –tuneado– puede llevar una carga explosiva de entre 600 gramos y dos kilos. Algunos de los proyectiles que usan también están hechos a medida, pero hay que colocarlos a mano cada vez que se lanza el dron. El problema es que, para colocar el explosivo y poner el dron en el aire, es necesario salir a la superficie y arriesgarse a que te marquen como objetivo.
En un turno de 24 horas, los pilotos hacen unos 40 vuelos. Así que tienen que descubrirse 80 veces para poner el dron en el aire y recogerlo cuando vuelve. El comandante explica los detalles mientras preparan el primer vuelo, pero un avión de combate interrumpe la conversación con un estruendo ensordecedor.
“¿El avión es ruso?”, pregunto. “Sí, pero no te preocupes, le embestiré con mi Matrice”, responde con sentido del humor. En ese instante, nos arranca una sonrisa, pero es imposible no pensar en la presión psicológica a la que están sometidos los ucranianos –soldados y civiles– tras 1.000 días de invasión.
Sin embargo, en las entrañas de Chasiv Yar la actividad es frenética y no hay tiempo para hacer demasiadas reflexiones. Dos cazabombarderos más nos sobrevuelan en poco tiempo, y el duelo de artillería no cesa ni un solo minuto.
Cuando volvemos a la posición subterránea, se escuchan muchas voces hablando a la vez por radio. Aunque lo más sorprendente es ver la guerra “en tiempo real” a través de las pantallas. Los ucranianos y los rusos están separados por un canal de agua, pero los grupos de asalto del Kremlin lo cruzan constantemente.
“Les envían en grupos pequeños, de cuatro o cinco personas, sabiendo que los vamos matar inmediatamente con los explosivos que lanzamos desde los drones. Son misiones suicidas, pero a los comandantes rusos les da igual. Por eso tienen tantas pérdidas humanas”, reconoce el comandante Yaroslav, mientras suelta una de sus granadas sobre un soldado enemigo con un joystick.
“Desde que Rusia está intentando avanzar también por el frente de Prokrovsk, esta parte está un poco más tranquila. Te aseguro que hasta mediados de agosto esto era un infierno”, añade. Si la definición de “tranquilo” es esto, no alcanzo a imaginar el infierno.
Hasta la victoria
Las 24 horas en las entrañas de Chasiv Yar van llegando a su fin, y Anna avisa por radio de que ya estamos listos para la rotación. Se sale igual que se ha entrado: en un vehículo sin luces, en mitad de la noche, y ayudados por dispositivos de visión nocturna.
Pero cuando el transporte está en camino, una unidad de tanques rusa ataca el sector en el que estamos. “Lo están barriendo”, comenta Yaroslav cuando los impactos empiezan a caer cada vez más cerca de nosotros.
La extracción se aplaza “lo que sea necesario, así no nos pueden sacar”, y nos sentamos en silencio –con los chalecos antibalas, los cascos y las mochilas preparadas para correr en cuanto haya ocasión–.
Pregunto a Anna si no le gustaría sacar a sus tres hijos de esta guerra, que está escalando también en la retaguardia del frente de combate, donde los bombardeos masivos contra ciudades e infraestructura civil son cada vez más intensos. Tal vez podría pasar una temporada en otro país europeo. Ella sonríe. Va a seguir luchando por Ucrania “hasta la victoria”. Porque sólo hay dos opciones: ganar o desaparecer.