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Las tropas rusas 'cazan' civiles ucranianos en las calles de Jersón a golpe de dron: "Nos llueven granadas"

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Seleccionan a sus objetivos desde la otra orilla del río Dniéper, sitúan los drones armados sobre sus cabezas y sueltan una carga con granadas de fragmentación. Es una cacería humana que tiene aterrorizada a la población civil de Jersón desde hace meses, sin que nadie alce la voz ante uno de los crímenes de guerra más deleznables que Rusia está cometiendo en Ucrania.

Los objetivos de los soldados de Rusia son mujeres mayores que caminan hasta una tienda para comprar comida, personas normales que tratan de llegar a sus trabajos e incluso ambulancias, que acuden a los barrios ubicados a orillas del río Dniéper para prestar asistencia allí.

El distrito más afectado es la ciudad es Antonivka, pero las cacerías humanas con granadas se están extendiendo a todos los barrios ubicados a orillas del río. Incluso en el centro de la ciudad –que ya estaba castigado fuertemente por la artillería rusa– ahora también reciben ataques con drones.

Recorrer Jersón durante un día soleado es lo más parecido a caminar por una ciudad fantasma. Los residentes han aprendido que cuando el cielo está despejado "llueven granadas rusas". Por eso, en algunos barrios, ya sólo se atreven a salir a la calle los días lluviosos o de nieve –cuando los drones rusos no pueden volar–.

Hay residentes, como Olga, que tratan de ayudar en medio de esta situación –que no parece alarmar a los organismos internacionales– imprimiendo carteles donde explican a la población cómo actuar para evitar que un dron les lance una granada encima. Ella ha empapelado la ciudad con estos avisos, que están pegados en todos los supermercados, paradas de autobús, consultas médicas, etc.

"Cuando empezaron los ataques con drones este verano, no había recomendaciones oficiales para enseñar a la población a protegerse; así que contacté con la Administración Militar Regional para consultar con expertos, y desarrollar juntos un protocolo que los civiles entendieran con facilidad", explica Olga.

Olga posa junto a uno de los carteles que ha colocado en la ciudad de Jersón para enseñar a la población civil a protegerse de los ataques con drones.

Olga posa junto a uno de los carteles que ha colocado en la ciudad de Jersón para enseñar a la población civil a protegerse de los ataques con drones. María Senovilla Jersón

"Aquí pone cómo actuar, dónde pueden esconderse si escuchan o ven un dron, recomendamos que si están en el coche salgan inmediatamente y abandonen el vehículo, y que bajo ningún concepto deben tocar los restos explosivos, porque muchos no detonan al caer", traduce Olga, frente a uno de sus carteles colocado en una parada de autobús.

Zona de guerra

Olga vive en Antonivka –donde los drones hacen detonar sus granadas más de una veintena de veces al día–, pero los ataques cada vez llegan más lejos del río. Así que Jersón se está parapetando, poco a poco, con una especie de barricadas que las autoridades colocan en las paradas de autobús o frente a las tiendas. La ciudad entera se ha convertido en una zona de guerra.

"La vida ha cambiado por completo aquí: han aparecido muchos miedos en la gente, actuamos incluso de forma extraña", se incluye Olga, tratando de explicar la psicosis que se ha apoderado de Jersón desde que empezaron las cacerías humanas. "Yo misma, cada vez que tengo que salir de casa, compruebo de manera obsesiva si se escucha algún dron, y me genera mucho estrés", añade.

"Ahora hay mucha gente que ni siquiera sale de casa por miedo. Es una lotería, porque tienes que caminar mirando al cielo, pero también hay granadas y minas mariposa esparcidas por el suelo, y puedes pisarlas y saltar por los aires", explica.

Una calle del centro de Jersón, cubierta por una lona que han instalado los comerciantes, para evitar que los drones rusos localicen a la gente cuando está comprando.

Una calle del centro de Jersón, cubierta por una lona que han instalado los comerciantes, para evitar que los drones rusos localicen a la gente cuando está comprando. María Senovilla Jersón

"El problema no son sólo las explosiones, el problema es que los drones impiden que podamos proporcionar ayuda médica a la gente si resulta herida o si le pasa algo en su casa, porque las ambulancias muchas veces no pueden entrar", afirma Olga. "Los trabajadores médicos y las ambulancias son uno de los principales objetivos de los rusos", apostilla.

La mayor parte de las organizaciones humanitarias tampoco se atreven ya a entrar en Antonivka. Así que las personas que quieren abandonar definitivamente este distrito tienen serias dificultades: ahora organizar una evacuación puede tardar semanas, hasta que encuentran a alguien dispuesto a entrar con su vehículo y sacarlos de ahí.

Sin alarmas

"Los ataques con drones son incluso más peligrosos que los de artillería o misiles, porque no suenan las alarmas. Así que no puedes saber cuándo sucederá, y puede pasar en cualquier parte: en mitad de la calle, en una parada de autobús, en el patio de tu casa o en medio de un parque", relata Olga.

Ella recibió un ataque precisamente en el patio de su casa. La granada que lanzó el dron ruso atravesó el techo de su coche cuando ella bajaba del vehículo. Salvó su vida por cuestión de segundos. Le tiemblan las manos cuando muestra en la pantalla de su móvil los vídeos que grabó inmediatamente después: el agujero que hizo la granada en la carrocería, el parabrisas y las ventanillas resquebrajadas, los fragmentos dispersos por todas partes.

Tatiana, la madre de Dima, en el hospital tras el ataque por dron_ a la derecha una mina mariposa fotografiada por Dima cerca del lugar del ataque.

Tatiana, la madre de Dima, en el hospital tras el ataque por dron_ a la derecha una mina mariposa fotografiada por Dima cerca del lugar del ataque. María Senovilla Jersón

Dima muestra las fotos de su madre en el hospital. Cuatro enormes barras metálicas le atraviesan la pierna derecha, para intentar fijar el hueso y que suelde. Fue herida por una granada que detonó a unos 40 metros de distancia. "Pero unas semanas antes de que le alcanzaran a ella, me hirieron a mí", confiesa Dima. "No imaginas la bronca que me echó, pero creo que ahora todos se han dado cuenta de que le puede pasar a cualquiera, que todos somos objetivo", insiste.

"Cuando me atacaron, yo estaba cerca de una de las tiendas de alimentación que aún funcionaban en Antonivka", prosigue Dima, mostrando la cicatriz en la parte derecha de su cabeza. "Escuche el dron y me puse a cubierto debajo de un tejadillo, pero me siguieron y lanzaron la granada", cuenta.

"Tuve suerte, porque un autobús urbano pasaba cerca en el momento del ataque y me recogieron, ensangrentado. Los autobuses aún hacían su ruta por allí, y la gente que iba subiendo me taponaba la herida con su ropa hasta que llegamos al hospital", recuerda el joven, que acaba de cumplir 23 años.

"A finales de verano, los rusos llegaban a lanzar más de cien drones por día, además de la artillería. Dejaron de funcionar todos los servicios en Antonivka: las tiendas cerraron y las farmacias, y ya no entraban los autobuses", continúa. "Después de que hirieran a mi madre, nosotros abandonamos el barrio también".

66.000 ataques en la región

"Estos son restos de artillería y estos son restos de granadas" explica el coronel Andriy Kovani, portavoz de la Policía de Jersón. Ha recogido varios fragmentos de metal de la calle donde nos encontramos, y los muestra en la palma de su mano.

Estamos en el corazón de Jersón, en la Plaza de la Libertad. Allí se reunieron miles de ucranianos –envueltos en banderas azules y amarillas– cuando las tropas rusas se retiraron de la ciudad el 11 de noviembre de 2022, tras más de ocho meses de ocupación.

El coronel Andriy Kovani, portavoz de la Policía de Jersón, muestra fragmentos de ataques recientes con artillería y con drones en el centro de la ciudad.

El coronel Andriy Kovani, portavoz de la Policía de Jersón, muestra fragmentos de ataques recientes con artillería y con drones en el centro de la ciudad. María Senovilla Jersón

El Kremlin tomó Jerson durante los primeros días de la invasión a gran escala. Fue la única capital de provincia que logró ocupar –sin contar Donetsk y Lugansk, conquistadas en 2014 en el Dombás–. Pero las fuerzas rusas se vieron obligadas a replegarse al otro lado del río Dniéper –que divide en dos la provincia– ante el avance de la contraofensiva ucraniana y la imposibilidad de mantener esa línea del frente.

Perder esta ciudad fue una afrenta para Rusia, que comenzó una campaña de bombardeos indiscriminados contra la población civil inmediatamente después de su retirada. "Los rusos instalaron un auténtico régimen del terror durante su ocupación –asegura Dima–, por eso a cualquiera que preguntes te dirá que prefieren los bombardeos a vivir bajo la ocupación otra vez. Al menos ahora somos libres", sentencia.

Edificio dañado por un bombardeo ruso reciente en la ciudad de Jersón, en el sur de Ucrania.

Edificio dañado por un bombardeo ruso reciente en la ciudad de Jersón, en el sur de Ucrania. María Senovilla Jersón

Pero la libertad en Jersón está teniendo un precio altísimo. Según la Administración Regional, en los dos últimos años los rusos han lanzado 66.920 ataques contra la parte de la provincia que fue liberada. Sólo en la ciudad –que tiene una superficie de sólo 135 kilómetros cuadrados– se han contabilizado más de 5.300. Y ahora hay que sumar las cacerías de drones.

Minas mariposa

Para el portavoz de la Policía de Jersón la situación cada vez revierte más gravedad. "En estos momentos nos preocupan especialmente las minas terrestres de tipo mariposa, que además de ser pequeñas son verdes o marrones, y eso las hace bastante difíciles de detectar en el suelo sobre todo ahora, entre las hojas del otoño", explica el oficial Kovani.

"Las tropas rusas las están dispersando con sus drones en lugares donde la gente puede pasear, o sacar a sus perros. Y la mayoría no sabe cómo lidiar con un artefacto explosivo de este tipo: pueden simplemente pisarlo sin darse cuenta y perder una extremidad", advierte.

"También nos preocupa el incremento de los ataques rusos contra trabajadores médicos y efectivos de la policía cuando vamos a socorrer a la población herida", explica, coincidiendo con el testimonio de otros vecinos de la ciudad.

Dima Olifirenko, superviviente de un ataque ruso con drones en el distrito de Antonivka, en Jersón.

Dima Olifirenko, superviviente de un ataque ruso con drones en el distrito de Antonivka, en Jersón. María Senovilla Jersón

Los crímenes de guerra de Putin parecen haberse normalizado en estos dos años y nueve meses de invasión de Ucrania. Desde el primer momento, las tropas rusas utilizaron munición de racimo y de fósforo blanco contra las tropas ucranianas; y realizaron ejecuciones sumarias de prisioneros de guerra.

Las cámaras de tortura que aparecieron –en pleno siglo XXI– en los territorios liberados de Jarkov y Jersón dejaron atónita a la presa internacional; y los testimonios de las personas que fueron torturadas en ellas, nos dejaron sin palabras.

Pero ante la inacción de la comunidad internacional, estos crímenes de guerra no hacen sino ir a más. El Kremlin ha continuado con su escalada bélica –especialmente en los que va de año– intensificando los ataques contra la población civil. Contra sus ciudades, hospitales, escuelas e infraestructura crítica. Y ahora, va un paso más allá ejecutando cacerías humanas en plena calle en Jersón.