
Volodímir Zelenski, ayer, al teléfono con su homólogo estadounidense, Donald Trump.
Zelenski no se quiere quedar fuera de la paz impulsada por Trump: "Trazamos nuestros próximos pasos junto a EEUU"
Muchos ucranianos, incluso el presidente Zelenski, observan el nuevo enfoque de Estados Unidos como una oportunidad para doblegar a los invasores, diezmados en el campo de batalla y con serios apuros económicos en casa.
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Apenas pasó una hora entre el anuncio de Donald Trump y la melodía de las alarmas antiaéreas en Kyiv. Los misiles balísticos de Rusia volvieron el miércoles, con la rutina de siempre, a buscar tierra en la capital ucraniana. El día 1084 de la guerra no se alejó demasiado del 1083, pues, salvo por la noticia.
Trump comunicó de buena mañana —de buena mañana en Washington— el deshielo de las relaciones con Vladímir Putin: se telefonearon, se agasajaron, charlaron sobre la Segunda Guerra Mundial, intercambiaron ideas sobre un alto el fuego en Ucrania, se invitaron a Moscú, a Washington, apelaron "al sentido común" en su hora y media al aparato. Quienes leyeron entre líneas tras la liberación del martes del rehén Marc Fogel, un profesor de historia de Pensilvania atrapado y encarcelado en Rusia desde mediados de 2021 por llevar consigo una pequeña muestra de marihuana, acertaron.
Sólo es una aproximación entre Estados Unidos y Rusia, no hay detalles, no hay fechas, y sin embargo la incertidumbre aviva una angustia anticipatoria entre los europeos. El nuevo inquilino de la Casa Blanca rompió ayer, a fin de cuentas, el consenso de los últimos tres años de guerra al sacar del aislamiento occidental a los rusos, y saben bien los polacos como los españoles que abandonar a su suerte a Ucrania es jugar a los dados con el destino de Europa.
En Kyiv, entre tanto, basta con afinar el oído para escuchar opiniones más esperanzadas, menos derrotistas. Volodímir Zelenski, sin ir más lejos, habló de otra conversación por teléfono con Trump —al menos de una hora— para acercarlo a su bando, un esfuerzo que exige atender ciertas demandas del nuevo inquilino de la Casa Blanca, como darles prioridad en la extracción de minerales críticos y tierras raras. "Nadie desea la paz tanto como Ucrania", escribió Zelenski en sus redes sociales. "Estamos trazando nuestros próximos pasos junto a Estados Unidos para detener la agresión rusa y garantizar una paz duradera y fiable. Como dijo el presidente Trump, hagámoslo".
Ahora alistado, Petro Burkovski, politólogo y director ejecutivo de la Fundación de Iniciativas Democráticas Ilko Kucheriv de Kyiv, encuentra más de un argumento para el optimismo. Él, que durante años estudió a fondo la kremlinología, sostiene que los rusos están en apuros. "Cuando se sienten fuertes, hacen esperar a los occidentales", explica. "Si se sintieran con confianza, se mostrarían arrogantes, agresivos, actuarían de otra manera, como matones: pero tienen miedo".
Y lo tienen, continúa, porque Trump —"lo viste con Groenlandia, con Panamá, con Gaza"— aplica la política de la mano dura, y "ellos no quieren jugar con fuego". De modo que entienden, los rusos, que "las cosas se están poniendo difíciles", que "están perdiendo la guerra", y que Trump "puede darles una salida".
El presidente de Estados Unidos está expresando a los rusos, a su modo de ver, que busca una relación más amable con ellos. "Les habrá dicho que invadieron Ucrania, que mataron y mataron, pero que no serán sus enemigos, a menos que se mantengan cerca de China", afirma. "Eso y que, si desestabilizan Europa para interés de Beijing, se enfrentarán a una dura represalia".
Todavía es una incógnita, en cualquier caso, hasta dónde llegaron Trump y Putin, Trump y Zelenski, en sus conversaciones separadas. "Todavía no dispongo de datos, sólo de mi capacidad observación", advierte Tymofii Brik, sociólogo y decano de la Kyiv School of Economics, "pero veo a la gente a la espera de un milagro, a que alguien venga y resuelva todos los problemas". Una conocida activista del país, en una charla privada, comprime el tormento en una pregunta —"¿en qué pensar?"—, y se responde —"en un largo camino por delante"—.
"Cada llamada telefónica a Zelenski", retoma Brik, "es interpretada como una señal de que las cosas mejorarán: mucha gente lo racionaliza de esa manera". Lo que decepciona a Brik es que los líderes "sigan usando un lenguaje vago", es una prueba de que "no han logrado un acuerdo real, nada que estén encantados de comunicar". Lo que le dice el instinto a Brik, como a otros observadores, es que cada uno de los implicados "intentará lograr un alto el fuego que pueda vender como una victoria para sus naciones".
Mañana, de esta guisa, comienza la Conferencia de Seguridad de Múnich, sin Trump y sin Putin, pero con Zelenski y con J. D. Vance, vicepresidente de Estados Unidos. Posarán juntos, compartirán impresiones. Estarán en la ciudad alemana, también, los principales líderes europeos. El final de la guerra en Ucrania es posible antes de 2026, interiorizan, pero una paz rápida, sin garantías, sólo traerá más problemas. El experimentado analista Yehven Hlibovitski, cofundador del Instituto Frontier, en un encuentro con otros periodistas, comparte incluso un presentimiento inquietante. Si los occidentales dejan caer su país, teoriza, si los ucranianos se sienten "traicionados", se volverán contra Europa, resentidos, desestabilizados y armados, y a quién le interesa que algo así suceda.