Tras años de declive en la cifra de ciudadanos israelíes que decidieron abandonar el país para residir en el extranjero, las últimas estadísticas publicadas suponen un vuelco: en 2015 abandonaron Israel cerca de 16.700 personas, mientras que unas 8.500 decidieron volver a residir al Estado judío. Las cifras, emitidas por el Centro Nacional de Estadística y citadas por el rotativo Haaretz el pasado lunes, reflejan un cambio de tendencia significativo, ya que se trata del primer año desde 2009 en que la cifra de expatriados supera a la de retornados.
El estudio publicado se refiere al 2015 porque las estadísticas sobre inmigración únicamente incluyen israelíes que hayan vivido un año o más en el extranjero. Además, el informe indica que el número total de retornados en el mismo año es el más bajo en los últimos 12 años. Según el organismo que elaboró el informe, entre 557.000 y 593.000 israelíes viven actualmente fuera de su país.
Entre los testimonios de israelíes que se marcharon o volvieron a vivir a su país recogidos por EL ESPAÑOL, existen diversas razones y matices que explican sus decisiones. Para Sivan Kashi, traductora que dejó su hogar al sur de Tel Aviv el año pasado para mudarse a Barcelona, existen dos motivos que explican su marcha: “mi compañero es catalán, y tras vivir cuatro años en Israel, decidimos mudarnos y probar suerte. Tenemos nuestra propia compañía de traducción, por lo que seguimos trabajando a distancia”, cuenta esta joven.
Ella y su pareja no tienen claro, por ahora, si se quedaran en la ciudad condal por un largo periodo, pero reconocen que su economía doméstica y la de su empresa han mejorado sustancialmente en comparación al elevado coste de la vida que asumían en la “capital económica” israelí. Aun así, Sivan reconoce que echa de menos su tierra: “aquí es muy diferente, todo es más calmado y la gente es más respetuosa, pero en Israel somos cómo una gran familia”, dice refiriéndose al carácter extrovertido y hospitalario que caracteriza al israelí de a pie.
La doctora Dani Kranz nació en la ciudad alemana de Colonia, residió en Israel buena parte de su vida y ahora ha regresado a su país natal. Kranz realizó recientemente una investigación que analiza al detalle la inmigración de ciudadanos israelíes a Alemania, y en las más de 800 encuestas realizadas identificó dos causas comunes que explican la huida: la incursión de la religión en la vida privada, considerada por los judíos laicos como una amenaza a su identidad secular; y la percepción positiva de la cultura germana y europea por su evidente conexión con las raíces de los ashkenazíes (judíos de raíces europeas).
El estancamiento del conflicto de Oriente Próximo y las sucesivas guerras o atentados terroristas, son un factor de peso para marcharse,un factor que provocó que un 20% de los israelíes en Alemania reconociera haber sufrido incidentes antisemitas debido a su origen. Por otra parte, Kranz afirma que las estadísticas sobre movimientos migratorios en Israel “suelen estar muy influenciadas ideológicamente y, en mi opinión, el Centro Nacional de Estadística no es un organismo creíble”.
Según una encuesta publicada el pasado marzo por la organización Masa Israel –dedicada a reforzar los vínculos de los judíos de la diáspora con Israel-, un 27% de judíos israelíes abandonarían el país si tuvieran la oportunidad. La cifra aumenta a un 36% si se centra únicamente en el sector laico. Uri Cohen, CEO de Masa, apuntó que los resultados indican que muchos israelíes no sienten que pertenecen al Estado y que “es una cifra alarmante que nos obliga a todos a tratar este delicado asunto”.
Los "Sabras" y los "Olim jadashim"
Para entender los motivos de la huida o el retorno a Israel, es preciso hacer una diferenciación entre los “sabras”, judíos nacidos en Israel, y los “olim jadashim” (nuevos inmigrantes), judíos de la diáspora que deciden empezar una nueva vida en Israel. Generalmente, estos últimos son los que suelen afrontar más dificultades, ya que a pesar de que Israel es una potencia en muchos frentes –nuevas tecnologías, ciencias o innovación-, a fin de cuentas es una sociedad caracterizada por el “balagan” (jaleo) oriental.
Michael Bayley, de 47 años, llegó al Estado judío en 1991 procedente de Canadá. Tras un largo periodo en Israel, está a punto de hacer las maletas: “Hace cinco años me mudé al apartamento donde vivo. Entonces pagaba 4.000 shekels (unos 1.000 euros). Ahora, pago 4.500, un 12% más, y mi salario no se ha incrementado para nada”, cuenta. Según Michael, la falta de regulación en el mercado de la vivienda permite a los propietarios cobrar precios de alquiler desorbitados y aprovecharse de gente necesitada.
En Canadá su vida era más tranquila y ordenada, pero se vino a Israel por el buen tiempo: “no me considero especialmente sionista. Simplemente, amo Tel Aviv. Es una burbuja liberal sin apenas criminalidad”, afirma. Michael, que trabaja en el sector de las energías renovables, está a punto de mudarse a un pueblo rural en el interior de Nepal, ya que su pareja francesa trabaja ahí cuidando elefantes y, según él, “con la tecnología actual puedo mover fácilmente mi salón de Tel Aviv al medio de la jungla”.
Alina Moscolenko, israelí de Kfar Saba -urbe en pleno centro del país-, acaba de mudarse a Estocolmo. Dejó su trabajo en el sector del marketing y decidió inmigrar por varios motivos: “siento que el Estado de Israel no se preocupa por la generación joven, y la vida es carísima. Pagamos muchos impuestos, y no siento que el Estado lo reinvierta en la gente”, explica. Escogieron Suecia porque su marido encontró trabajo allí, y desde que se instaló siente que “el gobierno si invierte en sus ciudadanos”. Alina asegura que ahora vive una vida más tranquila: “Israel es un país pequeño, y siento que impera la mentalidad de que uno debe ser siempre el primero, hecho que explica que la gente siente que debe luchar para conseguir las cosas, incluso para subirse al autobús”.
Para Yoav Rosenberg, que está a punto de dejar Tel Aviv rumbo a Londres para trabajar en el sector de las altas tecnologías, su marcha responde únicamente a “la búsqueda de una nueva experiencia. Solo quiero experimentar un cambio y vivir algo diferente, no está relacionado al hecho de tener una percepción negativa de mi país”.
En cambio, Yotam Cohen, que se instaló hace tres meses en Berlín, cree que con el salario que ganaba en Tel Aviv puede tener una calidad de vida mejor en el extranjero. Pero hay otro factor que le preocupa: “como soltero no religioso, creo que soy el último de la cola. Mientras los judíos ortodoxos reciben más dinero y tienen leyes a su favor, yo termino pagando sus impuestos”.
Además, Yotam considera que Israel “es primero judío y después democrático”, refiriéndose a la influencia de la religión en asuntos civiles como el matrimonio o el fallecimiento que impide, por ejemplo, las bodas civiles. “Tuve una novia no judía, y nunca hubiera podido casarme con ella en Israel”, lamenta. Y concluye: “mucha gente me dice que para quedarme aquí, debo luchar. Pero es el mismo argumento que se repetía en los años 70, y la verdad que estoy mucho más relajado aquí”.
Hogar, dulce hogar
A pesar de las complicaciones mencionadas, Israel es un país de contrastes. La ONU, que elabora un informe sobre los índices de felicidad en el mundo, situó al Estado hebreo como el undécimo país más feliz del mundo, por encima de Estados Unidos (14), Alemania (16), o el Reino Unido (19). La estimación se basa en seis factores: el producto interior bruto per cápita, servicios sociales, estilo de vida saludable, libertades individuales, generosidad y percepción de corrupción.
A pesar del jaleo, la pesada burocracia o la tensión esporádica, muchos israelíes que probaron suerte en el extranjero terminaron regresando a su tierra. Es el caso de Dina Popovic, que tras terminar su servicio militar en 1998 se fue a estudiar a Italia y completó un doctorado en Barcelona, donde trabajó hasta que decidió volver a Israel hace poco más de un año. “Me ofrecieron un puesto muy bueno como jefa del servicio de psiquiatría en el hospital Tel Hashomer, y como nunca podría tener una ocasión así en Europa siendo extranjera y joven, decidí volver”, asegura.
Dice que añora la calidad de vida y la calma de España o Italia, “pero en Israel me siento en casa y la gente cuida de mí, incluso demasiado, y no tienes que preocuparte si ofendes o no a los huéspedes. Eso sí: ¡en Europa conducen mucho mejor!”, bromea refiriéndose a las habituales malas praxis de los israelíes al volante.
A Yoav Binoun, que vivió tres años en Alemania, un imprevisto le empujo a regresar a su Israel natal. Se mudó junto a su pareja para finalizar un máster, pero tras acabar los estudios rompió su relacional sentimental. “Tenía opciones para trabajar ahí, pero decidí regresar con mi familia a mi país, con mi gente y mi cultura. Necesitaba volver a sentirme en casa”, cuenta.
Yuval Doron, cazatalentos en el sector de las start-up, está en contacto constante con israelíes residentes en EE.UU., Canadá o Europa, y afirma que siente una tendencia al alza por regresar: “ya sea por motivos familiares, económicos, o porque quieren que sus hijos sean israelíes, optan por volver. La vida no es solo dinero, y si pueden manejar una vida estable es suficiente para ellos”, comenta.
Natalia Barr se mudó a Seattle con sus dos hijos y su pareja, que consiguió un puesto relevante en Microsoft y luego en Google. “Creíamos que mudarnos era una experiencia enriquecedora para toda la familia: aprender otra cultura, otra lengua y abrir la mente. Pero siempre tuvimos claro que volveríamos, y por eso mi marido escogió Google, que tiene una sede en Haifa (al norte de Israel) donde podrá reubicarse.” Pronto renunciaran a su enorme casa y grandes coches en el país de las oportunidades para regresar a Israel: “es donde pertenecemos y no me veo en otro lugar. Incluso mi hija pequeña sueña en volver y empezar ahí sus estudios”.