Terroristas de Hamás se reúnen en Moscú con altos cargos del Kremlin y con el negociador nuclear de Irán
Irán ha financiado y ha apoyado militarmente a la banda terrorista palestina a pesar de las disputas religiosas que mantienen.
Su nombre es Ali Bagheri Kani y ha sido el hombre más relevante de la diplomacia iraní durante al menos una década. De una u otra manera, Bagheri forma parte del Consejo de Seguridad de la república islámica desde 2007, ha ejercido de viceministro de asuntos exteriores y es en la actualidad el negociador del programa nuclear, puesto al que llegó en 2021. De alguna manera, Bagheri es la cara tranquila de Irán frente al resto del mundo, el hombre capaz de llegar a acuerdos y de dialogar con Occidente sin dejar de culpar a Europa y a Estados Unidos (EEUU) de todos los males habidos y por haber.
Que Bagheri viaje a Moscú a reunirse con altos cargos del Kremlin no es ninguna novedad. Sabemos que Irán es socio prioritario de Rusia, lo ha sido durante años y ha demostrado su lealtad en los últimos 20 meses convirtiéndose en el único país relevante en apoyar la invasión de Ucrania y enviar drones y munición para ayudar a Putin en su empeño. La novedad es que la presencia de Bagheri coincide esta vez con la de una delegación del grupo terrorista Hamás, encabezada por uno de sus líderes políticos, Mousa Abou Mazereq.
Aunque, según el ministerio de Asuntos Exteriores iraní, el objetivo de Bagheri es buscar un acuerdo de paz que favorezca la entrada de ayuda humanitaria en Gaza, el hecho de que vaya a reunirse con Abou Mazereq invitado por una superpotencia que no sólo está en guerra con su vecino, sino que ha manifestado su abierta hostilidad hacia Occidente no parece una gran demostración de pacifismo. Da más bien la sensación de que Bagheri llega a Moscú como valedor de los terroristas y que buscan en Rusia algo muy parecido a lo que Rusia ha obtenido de Irán: armas y dinero.
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El vínculo entre Hamás y el Gobierno de los ayatolás es bien conocido. Irán ha financiado y ha apoyado militarmente a la banda terrorista a pesar de sus disputas religiosas (Irán es el gran país chií de Oriente Próximo, mientras que Hamás mantiene el credo suní de sus vecinos árabes), al igual que lo ha hecho con Hezbolá en Líbano (también chiíes) y con varios grupúsculos en Yemen y en Siria, todos volcados en la lucha contra Israel y Occidente.
El tiro por la culata
Que Hamás necesita ayuda internacional es evidente y que Moscú es un buen lugar para encontrarla, también. En un momento en el que EEUU acaba de bombardear bases militares vinculadas a los mencionados grupos terroristas en Siria e Irak, tampoco le vendrá mal a Irán un poco de apoyo. El problema que tienen ambos es que pedir es fácil, pero recibir de Putin es más complicado. Aunque se ha hablado mucho de lo bien que le viene al presidente ruso reavivar el conflicto de Oriente Próximo para seguir con su invasión de Ucrania, la realidad puede no coincidir con la teoría.
Los últimos 20 días han visto una ofensiva rusa brutal sobre Avdiivka sin grandes resultados. También han visto como los ATACMS estadounidenses funcionaban a pleno rendimiento y las tropas ucranianas cruzaban el Dniéper a la altura de Jersón estableciendo una zona de seguridad de unos ocho kilómetros cuadrados, lo que, a largo plazo, debería preocupar a Moscú. Una guerra a media o a gran escala en Israel puede beneficiar a Rusia, en efecto, si distrae militarmente a la Unión Europea (UE) y, sobre todo, a EEUU... pero le puede perjudicar si es la propia Rusia la que se ve distraída.
Eso es lo que puede estar pasando en este momento, ya sea de forma activa -que Irán y Hamás pidan una munición que lleva meses escaseando entre el propio Ejército ruso- o pasiva -que Irán deje de enviar drones a Rusia porque los necesita para atacar Israel y defender Gaza-. En otras palabras, las distracciones las carga el diablo y lo que ya se ha asegurado Putin es la enemistad del Gobierno israelí, que asiste con estupor a la complicidad del Kremlin con los terroristas teniendo en cuenta que Tel-Aviv siempre mantuvo su neutralidad respecto a la invasión rusa de Ucrania pese a las presiones de sus aliados occidentales.
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No falta quien habla de traición y el propio concepto de traición en las relaciones internacionales implica el de venganza. Si Israel sale victorioso de su conflicto actual, no sería de extrañar que se posicionara activamente a favor del régimen de Volodimir Zelenski -de origen judío- y se uniera al envío de armas para la defensa de la integridad territorial ucraniana. En ese sentido, la apuesta rusa es casi temeraria: un todo o nada en toda regla.
El espantajo nuclear
Mientras, la táctica parece seguir siendo asustar a Occidente. Es la que ha seguido Putin en Ucrania con el recurso constante a la amenaza nuclear y es la que tal vez se desarrolle ahora con el uranio enriquecido iraní, una cuestión que afecta a todo el planeta y que nadie sabe bien cómo arreglar. El régimen de Jamenéi lleva desde 2018 -cuando Trump retiró a su país del acuerdo internacional- acelerando su programa ante la permisividad cuando no el apoyo de Rusia. El propio Biden ha manifestado en numerosas ocasiones su preocupación al respecto.
La presencia de Ali Bagheri como mediador nos hace pensar en una posible escalada verbal y propagandística en ese sentido. No tanto que Irán vaya a facilitar parte de ese uranio enriquecido a Hamás -insisto, un grupo suní, con todo lo que eso implica-, sino un posible acuerdo más o menos privado con Rusia al margen de las negociaciones con la ONU como medida de presión para que la comunidad internacional detenga a Israel.
El asunto es el recorrido que puedan tener esas amenazas. En el caso de la guerra de Ucrania, no han conseguido ninguno de sus objetivos: ni Occidente se ha echado atrás en su defensa de la legalidad internacional ni Rusia se ha atrevido a dar un paso que podría ser fatal para la humanidad. Ahora bien, Rusia no es una república islámica decidida a imponer su visión del mundo a todo el planeta y envuelta en una guerra santa. Ahí, los parámetros racionales y los cálculos cambian.
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Como cantaba Sting, "los rusos también quieren a sus hijos" y es de suponer que los iraníes quieren a los suyos, pero todo es diferente cuando hay una causa mayor y sobre todo cuando esa causa es religiosa. Hay un eje peligrosísimo que va de Corea del Norte a Irán pasando por Siria y Rusia y con el que es muy complicado llegar a acuerdos de ningún tipo. Todos tienen un enemigo en común, que es Occidente, pero bien haría Putin en cuidarse de que sus ahora amigos no acaben considerando a Rusia parte de ese Gran Satán. Un día los tienes cenando en tu casa y al siguiente tienes que bombardearlos en Alepo o Grozni.