Uno por uno hasta Nasralá: cómo Israel descabezó Hezbolá en 12 días y metió el miedo en el cuerpo a Irán
La nueva fase de la guerra comenzó con la detonación simultánea de miles de buscas de la milicia. Ahora, sin su líder, se abren más incógnitas que certezas.
29 septiembre, 2024 03:21El mundo cambió el día que los israelíes encontraron la manera de atender un pedido de los milicianos islamistas de Hezbolá, introducir unos explosivos ligerísimos —indetectables— en el interior de las baterías de sus buscas y detonarlos todos al mismo tiempo, cuando les llegó el momento, después de once meses soportando sus lanzamientos de cohetes contra las poblaciones del norte del país. Los israelíes, porque ya nadie disimula que fueron los israelíes, demostraron al resto del mundo que la tecnología doméstica no sólo es útil para el espionaje masivo, sino para los asesinatos selectivos, y destruyeron de un plumazo la autoestima de Hezbolá, los planes de Irán y las redes de comunicación que los unen.
Sólo dos semanas después, pues, el mundo es otro. La ingeniosa maniobra de los servicios secretos de Israel, armada durante casi un año, fue el preludio de una operación de desmantelamiento inimaginable un mes atrás.
Lo primero fue la detonación sincronizada en los bolsillos o a un palmo de la cara de sus dueños. Lo segundo fue, un día después, la detonación sincronizada de cientos de teléfonos móviles, walkies, radios portátiles y hasta placas solares. Lo tercero, sobre todo en la última semana, han sido los miles de bombardeos en el sur del Líbano y en el barrio shíi de Beirut, las zonas controladas por Hezbolá, para reducir drásticamente los arsenales de su enemigo.
Y lo cuarto, en el mismo periodo, fue eliminar —uno por uno— a los hombres más poderosos de la organización, dejando para el postre al líder supremo, Hassan Nasrallah, a quien Teherán confió miles de millones de dólares para destruir o al menos atemorizar al Estado judío.
Ningún asesinato anterior iguala en interés y relevancia el asesinato de Nasrallah. Pero, dentro de los al menos 600 muertos registrados esta semana por el Ministerio de Salud Pública del Líbano, muchos inocentes, sobresalen algunos nombres. Ibrahim Aqil era el jefe de Operaciones y comandante del cuerpo de élite de Hezbolá, los Radwan: cayó el sábado de la semana pasada, finiquitando la recompensa ofrecida por Estados Unidos a cambio de cualquier información sobre su paradero —Aqil mató, en los ochenta, a 314 americanos y 58 franceses—.
Ibrahim Muhammad Qabisi era el jefe de la Fuerza de Misiles y Cohetes: cayó el martes junto a sus alternos Abbas Ibrahim Sharaf Ad-Din y Hussein Hany. Fuad Shukr era el jefe de las Unidades de Organización Estratégica, uno de los criminales más buscados por Estados Unidos: cayó antes que el resto, a finales de julio. Ali Karaki era el comandante del Frente Sur: cayó el lunes, sostiene Israel, a diferencia de Hezbolá, que nunca confirmó su muerte.
Un fantasma fácil de reconocer
Así que ningún asesinato iguala en interés y relevancia el asesinato de Nasrallah. Pero lo cierto es que los detalles que se van conociendo sobre el operativo que llevó a su muerte no contribuyen a desviar la atención.
Hasta tres fuentes con buenos accesos cuentan a los reporteros Ronen Bergman y Patrick Kingsley, del periódico estadounidense The New York Times, que los servicios secretos israelíes le seguían la pista desde hace meses. Nasrallah, pese a la leyenda de escurridizo, no era un fantasma a ojos del Mosad. Lo tuvieron a tiro en varias ocasiones, y sin embargo prefirieron esperar. Finalmente, el viernes pasado, se les agotó la paciencia: el primer ministro Netanyahu, informado antes de intervenir ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, dio su visto bueno y los israelíes descargaron 80 bombas sobre la posición del jefe supremo de la milicia, reunido en un edificio de Beirut con altos cargos de la Guardia Revolucionaria iraní.
La apuesta israelí de la última semana no tiene precedentes en la historia moderna.
En 2006, cuando las tropas de Tel Aviv cruzaron la frontera libanesa para enfrentarse a Hezbolá, las fuerzas aéreas atacaron 200 posiciones al día. Sólo el pasado lunes, Israel golpeó 1.600. Entonces, acusaron al primer ministro Ehud Olmert de tibieza contra su principal amenaza en el norte, arrastró las críticas durante años. En la última década, Israel se decidió por un cambio de doctrina, priorizó la combinación de fuerza aérea y balística con el refuerzo de sus servicios de Inteligencia para combatir a Irán y sus tentáculos en Oriente Próximo, y los resultados saltan a la vista.
Ahora, las incógnitas
¿Cómo consiguieron los servicios israelíes penetrar hasta el corazón de Hezbolá, entrometerse en sus canales de comunicación y distribución, descubrir la ubicación de sus hombres más poderosos? La falla de seguridad trasciende a Hezbolá, llega hasta Irán. Mataron al líder político de Hamás, Ismail Haniyeh, durante su visita oficial a Teherán, tras la toma de posesión de Masoud Pezeshkian, en julio. Precisamente el presidente que sustituyó a Ebrahim Raisi, muerto en un misterioso accidente de helicóptero en mayo. Y hay otro episodio significativo, aunque ignorado: en ese mismo mes, Israel lanzó un ataque comedido en los alrededores de la central nuclear de Isfahán, en el centro de Irán, con un dron que, al parecer, despegó desde dentro del país.
No hay respuestas definitivas, pero hay análisis aproximativos que apuntan a las desafecciones internas y la corrupción sistémica.
Lo que los analistas observan con mayor detenimiento es la reacción de Irán. Durante años, comprometió buena parte de su disuasión en la amenaza existencial de Hezbolá para Israel. Buena parte de su disuasión se ha quedado en los huesos en 12 días. “Irán tiene que enfrentarse a la realidad de que Israel está desmantelando a su aliado más cercano y poderoso”, escribe el historiador Afshon Ostovar. “Hace un año, el Eje de la Resistencia de Irán estaba en auge, ahora está en declive”.
“Nasrallah es una figura clave, y en muchos sentidos es el sucesor de Soleimani”, apunta Gregory Brew, analista del Grupo Eurasia especializado en el régimen de los ayatolás. “Su muerte acelera la descentralización del Eje de la Resistencia y debilita aún más la disuasión no nuclear de Irán”.
La fragilidad de Irán está en la derrota de sus tentáculos en Palestina y Líbano contra Israel, presionado por sus aliados occidentales para aceptar un alto el fuego que alivie la tragedia de decenas de miles de civiles atrapados en su guerra contra las milicias islamistas. “El principal desafío para Irán”, argumenta Hamidreza Azizi, investigador del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, “es la falta de opciones adecuadas para enfrentar a Israel sin entrar en una guerra directa que Irán está tratando de evitar”.
No hay indicios, por el momento, que aventuren una implicación adicional de Teherán en la defensa de los restos de Hezbolá. Netanyahu, sin embargo, se resiste a aventurar un repliegue cercano. “Los gobiernos responsables no sólo deben respaldar a Israel en su esfuerzo de hacer retroceder a Irán, sino que deben unirse a nosotros”, dijo el viernes en la sede de las Naciones Unidas, “deben unirse a Israel en la detención del programa armamentístico nuclear iraní”. Luego amenazó a los líderes del régimen: “No hay lugar en Irán al que no llegue el largo brazo israelí”.
Sus palabras llegaron a Teherán. Ayer, la agencia Reuters informó, citando fuentes del régimen de los ayatolás, que Jamenei ha sido trasladado a “una ubicación segura con una seguridad incrementada”.