Un rebelde liderado por el grupo militante islamista Hayat Tahrir al-Sham, en al-Rashideen.

Un rebelde liderado por el grupo militante islamista Hayat Tahrir al-Sham, en al-Rashideen. Mahmoud Hasano

Oriente Próximo

El avance rápido de los rebeldes en Siria no sólo los acerca a Homs y Damasco: amenaza a las bases rusas en el Mediterráneo

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Después de fracasar el pasado martes en su intento de toma frontal de Hama, las tropas rebeldes yihadistas decidieron el miércoles rodear la ciudad para obligar a los hombres de Bashar al Assad y sus aliados rusos a abandonar la plaza ante el miedo a quedar embolsados. Pese a que quedan aún reductos fuera del control de los islamistas, se espera que en las próximas horas toda la ciudad esté en manos del Hayat Tahrir al-Sham (THS), el movimiento que lidera esta revolución contra el dictador sirio.

Hama, al igual que Alepo, fue una de las ciudades donde más calaron las protestas de 2011, coincidentes con la llamada “primavera árabe” en Egipto y Libia y que a punto estuvo de llevarse por delante el régimen de Al Assad como se llevó el de Mubarak y el de Gadafi.

Solo el apoyo de Putin y de Jamenéi salvaron al dictador y dieron inicio a una larguísima represión de catorce años cuyas consecuencias se están viendo ahora. Hama cuenta con casi un millón de habitantes y su caída ya se veía venir cuando el alto mando ruso dio órdenes a sus soldados de retirarse hacia Homs, un poco más al sur en la autopista M5 que desemboca en la capital, Damasco.

Si la toma de Alepo se pudo considerar un golpe de efecto por su factor sorpresa, la rápida ocupación de Hama indica la enorme superioridad militar de los rebeldes respecto al ejército regular sirio. La situación ahora es muy distinta a la de 2011: Rusia está envuelta en su propio conflicto en Ucrania, mientras que Irán y Hezbolá mantienen una guerra abierta con Israel, que les ha dejado con fuerzas muy mermadas. Aunque los cazas rusos sigan sobrevolando zonas rebeldes y bombardeando con saña, ni la cantidad ni la calidad de dichos aviones es comparable a la de hace trece años.

Entre Damasco y Tartús

En esas circunstancias, cabe preguntarse qué harán ambas partes a continuación. Prácticamente, todo el mundo da por hecho que los rebeldes avanzarán hacia Homs, a dos horas exactas de Damasco. De hecho, en las últimas horas se ha corrido el rumor de que las tropas rusas ya habrían dado por perdida esta localidad y estarían camino de la capital para protegerla de los rebeldes. La niebla de guerra ya provocó algunos excesos informativos a principios de semana y no sería extraño que se repitieran: ante la falta de fuentes oficiales, la propaganda campa a sus anchas.

Sea como fuere, la defensa de Homs será complicada, pese a tratarse de una ciudad de un millón y medio de habitantes. Los enemigos de Al Assad son muchos dentro de Siria y pocos sus aliados. Eso hace que, además de los yihadistas, otras facciones menos extremistas también estén colaborando en la caída del régimen, en muchos casos apoyados de manera más o menos directa por Turquía, que quiere demostrar a Irán y a Israel su capacidad para influir en la región.

Dicho esto, y aunque hay pocas dudas de que el ataque a Homs tendrá lugar en las próximas 48 o 72 horas, la toma de Hama ya ofrece a los rebeldes una segunda vía de avance que facilitaría la primera. Desde hace años, los rusos controlan las regiones de Lakatia y Tartús, donde tienen multitud de bases militares y a cuyos puertos llegan las armas y los refuerzos que pueden darle la vuelta al conflicto. De hecho, la base naval de Tartús fue la primera que la URSS construyó en el Mediterráneo y, en 2017, Putin se garantizó su uso para los próximos cincuenta años gracias a un acuerdo precisamente con Bashar Al Assad.

¿Lucha o diplomacia?

Esta amenaza, en sí, ya se puede considerar un gran activo para los rebeldes, que tendrán que decidir qué clase de relación quieren con Rusia. Una opción es ir directamente a por las tropas ahí atracadas y evitar así la reanimación del régimen. Ahora bien, eso les causaría un enfrentamiento directo con una gran potencia nuclear y no está claro que sea una gran idea. Comoquiera que Rusia tampoco está para meterse ahora en otro conflicto que requiera de unos recursos de los que no dispone, puede ser un buen momento para negociar.

La clave va a estar en cuánto quiere el Kremlin vincular su futuro en la región al de Al Assad. Obviamente, con el dictador viven muchísimo mejor y de hecho controlan buena parte del país, pero está por ver si no podrían cohabitar de alguna manera con los rebeldes a cambio de que mantengan el acuerdo firmado por el dictador. En otras palabras, antes de meterse en otra guerra sangrienta, Putin podría preferir dialogar con el THS, confiar en que Erdogan controle a las demás facciones y mantener, aunque reducidos, sus privilegios en la región.

Todo parece una cuestión de voluntad política, porque la superioridad militar es manifiesta y no va a revertirse de la noche a la mañana. Rusia jugó a dominar Europa con su invasión de Ucrania en febrero de 2022 e Irán hizo lo propio con Oriente Próximo, permitiendo la masacre de Hamás del 7 de octubre de 2023. En ambos casos, las decisiones se han demostrado perniciosas para unos líderes que tenían una visión distorsionada de la capacidad militar de sus países y de la de sus adversarios.

Casi tres años después de que Putin empezara su “operación especial”, lo único que ha conseguido Rusia es perder decenas de miles de hombres a cambio de pequeños avances en cuatro regiones ucranianas. En cuanto a Irán, el enfrentamiento directo con Israel le ha provocado serios daños en sus bases militares, ha acabado en buena parte con el Eje de Resistencia y va camino de perder también su posición privilegiada en Siria. Está por ver si todo queda ahí.