Así dejaron caer a Al Asad: el pacto entre Turquía y Rusia para una 'voladura controlada' que se fue de las manos
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Siria ha cambiado el mundo en las últimas veinticuatro horas. En la implosión controlada que pone fin al medio siglo de un régimen brutal y a trece años de sangrienta guerra civil han sido decisivas dos reuniones: una oficiosa entre Turquía y Rusia sobre la salida del dictador Bashar Al Asad y de las fuerzas de Vladímir Putin del país árabe, y otra multilateral y que todavía se está desarrollando, sobre la transición del país, en la que intervienen el resto de países implicados en el conflicto, incluida la ONU. Las conversaciones se celebran en Doha y Ginebra, y en cierto sentido suponen una reactivación del proceso de Astana.
Las estrellas diplomáticas de estas negociaciones están siendo el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y su hombre de confianza y canciller, Hakan Fidan. El primer acuerdo, ya finiquitado, se ha llevado a cabo entre Turquía y Rusia, para facilitar la salida del país del dictador Bashar Al Asad, así como la salida pacífica de Rusia de Siria, explica a EL ESPAÑOL el analista y consultor sirio Malik al-Abdeh, dejando todo el control del desvencijado país en manos de Turquía.
En efecto, Rusia parece estar abandonando su base naval de Tartús, en la costa mediterránea, y la base aérea de Khmeimim, en Latakia, desde donde parece ser que Asad partió el sábado a medianoche con destino a Moscú, donde él y su familia han recibido asilo político. Khmeimin, además, era un símbolo del compromiso y la influencia de Rusia en la región, además de una ansiada salida al Mediterráneo para Putin.
A cambio, es muy probable que Erdogan haya negociado apoyar a Rusia en las negociaciones que se llevan a cabo con Ucrania, aventura Abdeh. Un día después de la caída de Damasco, el domingo, el presidente electo de EEUU, Donald Trump, ha solicitado un alto el fuego inmediato y negociaciones entre Moscú y Kiev, sugiriendo la participación de China en el proceso.
La viabilidad de la transición siria hacia una democracia tiene su base en la Resolución 2254 de la ONU, como anunció el sábado desde Doha el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov. La principal motivación de Turquía para apoyar el avance del grupo radical islamista Hayat Tahrir Al-Sham (HTS) y a su líder, Abu Muhammad al-Julani, protegido y herramienta de Ankara, ha sido el inagotable derroche de recursos y de vidas que suponía para sus valedores, Moscú e Irán, seguir apoyando al corrupto régimen de Asad. HTS y otros grupos radicales sirios tienen también apoyo de Qatar.
Es más que probable que la idea inicial de Ankara fuera un avance controlado de Julani, aprovechando el alto el fuego entre Israel y Líbano, para afianzar su poder en el noroeste de Siria y rodear a las facciones kurdo-árabes del norte. Sin embargo, el éxito de la abatida ha puesto de manifiesto que el Estado sirio era ya un cascarón vacío, junto con la debilidad de Rusia, agotada por su guerra en Ucrania, e Irán, desgastado por su apoyo a Hamás en Gaza y a Hezbolá en Líbano.
Nada de esta tectónica controlada habría sido posible sin la intervención de Turquía y Estados Unidos. Washington ha respaldado a rebeldes como las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) y el Ejército Libre de Siria (FSA), ofreciendo entrenamiento y equipo desde bases como Al-Tanf . El equipo de Joe Biden ha trabajado con Jordania, Israel y el Reino Unido para influir en el sur de Siria, especialmente en Daraa y Quneitra, buscando contener a grupos como HTS, calificado de terrorista por Occidente, y evitar su dominio sobre Damasco, adonde al-Julani llegó el sábado. Resta por ver si el exyihadista respetará este acuerdo.
Con el apoyo de Turquía, HTS ha desplegado 30.000 hombres desde Idlib hasta Damasco en una operación relámpago de doce días que ha transformado la región. Ankara, alineada con Jordania, Israel y Estados Unidos, buscaba consolidar su zona de control, expulsar a Irán y sus aliados —incluido Hezbolá— y crear un modelo de gobernanza que atraiga a los 3,5 millones de desplazados en la región. Este esfuerzo apunta también a facilitar el retorno de los casi 4 millones de refugiados sirios en Turquía y ha despertado la esperanza para muchos de los 6 millones de sirios que abandonaron el país, según ACNUR.
Los dos grandes perdedores de este nuevo equilibrio de poder son Irán y Rusia. Teherán ha perdido terreno y poder, especialmente en el este de Siria, donde las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) -la coalición kurda que creada por Washington en el norte de Siria para luchar contra el Estado Islámico (EI o ISIS) desde 2015-, y que controla las provincias de Hasakah, Raqqa y Deir ez-Zor (Rojava) ha tomado control de cruces fronterizos clave como Bukamal, cortando rutas de suministro iraní hacia Siria y Hezbolá. El núcleo armado de las SDF son las Unidades de Protección Popular (YPG), la milicia kurda a la que Ankara considerar colaboradora del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), considerado un grupo terrorista.
Rusia ha reducido su intervención activa en Siria desde su invasión de Ucrania en 2022. Hay que recordar que Moscú firmó en 2019 un acuerdo diplomático para congelar una ofensiva del régimen contra Idlib. La rápida salida rusa de Siria en los últimos días demuestra la carencia de interés de Putin en sostener al Asad, reconociendo su pérdida de utilidad estratégica. Pero también envía señales a su enemigo, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, sobre el desgaste de Putin con su obsesiva invasión del país europeo.
La destrucción del Eje de Resistencia chiíta es la principal consecuencia en la región, con graves implicaciones para Gaza y Líbano. Durante años, Irán y Hezbolá sostuvieron al régimen de Asad, proporcionando apoyo militar y logístico clave. Sin embargo, la caída del dictador ha dejado a Hezbolá más aislado y debilitado, mientras Teherán pierde terreno en el Levante. Esta pérdida ha permitido a Israel actuar con mayor libertad, consolidando la seguridad en sus fronteras y ajustando sus estrategias tanto en Gaza como en Líbano, donde el alto el fuego se mantiene de forma unilateral y permite ataques esporádicos sin temor a represalias.
Amnistía Internacional ha publicado un informe calificando los ataques de Israel en Gaza, que han dejado 42.000 muertos, como un genocidio. “El principal objetivo de Israel es asegurar sus fronteras y eliminar la influencia de Hezbolá e Irán, incluso al costo de expandir su control territorial,” señala Raphael Machalani, analista en Canadá. Según él, Gaza ha sido abandonada por la coalición árabe, que apenas toma medidas concretas para responsabilizar a Israel.
Turquía, por su parte, ha desplegado a HTS con 30.000 hombres en una operación relámpago que ha transformado la región. Con apoyo de Jordania, Israel y Estados Unidos, Ankara busca consolidar su zona de control, expulsar a Irán y Hezbolá y facilitar el retorno de millones de refugiados sirios. Este avance tampoco habría sido posible sin la retirada de Rusia, que ha priorizado su guerra en Ucrania, abandonando bases clave como Tartús y Khmeimim.
El gran desafío ahora es la transición pacífica en Siria. Los sirios celebran con la destrucción de estatuas de Asad, pero el futuro es incierto. Con una oposición fragmentada y un pasado de radicalización, el reto será compartir el poder sin volver a los extremos. Por ahora, el espíritu que prevalece es claro: “Lo que sea, menos Asad”.