Del Captagon, la "droga de la yihad", al petróleo: el difícil legado de Asad que amenaza la recuperación de Siria
- El negocio de este estupefaciente ha llegado a suponer el 100% del PIB del país. Unos 10.000 millones de dólares anuales.
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Pagar por un viaje eufórico que además inhibe el apetito era más barato que comprar comida en la Siria de Bashar al Asad. Un dólar por una pastilla de Captagon, "la droga de la yihad" y joya ilícita del régimen, un estimulante anfetamínico que quita el miedo y desata la energía, frente a más de ocho dólares por un kilo de arroz.
Después de más de medio siglo de dictadura y 13 de una guerra civil atroz, esta droga se había convertido en la principal fuente de ingresos del régimen. Usado primero por los miembros del Estado Islámico (EI, ISIS o Daesh), abatido en 2019 por la coalición internacional en Siria e Irak, dos años más tarde el negocio heredado por el régimen ya suponía el 56% del PIB sirio. O lo que es lo mismo: 5.000 millones de dólares.
Este 2024, superó más del 100% del PIB de Siria, con unos 10.000 millones de dólares anuales. A eso se le suma el contrabando de petróleo y gas, que ha generado unos 2.000 millones. Este PIB es tan solo un 15% del de 2010. Otras fuentes ilícitas de ingresos han sido el soborno institucionalizado, el contrabando de armas, antigüedades y productos básicos, y el desvío de ayuda humanitaria para lucro personal y familiar de la primera dama, Asma al Asad. Ha llegado a embolsarse de entre 70 y 100 millones al año. Las exportaciones legales, principalmente de aceite de oliva, frutas y textiles, apenas suponen 860 millones de dólares. ¿De qué va a vivir ahora la nueva Siria?
Las actividades ilícitas plantean un reto significativo para la reconstrucción económica en un entorno postconflicto, pero también graves problemas sociales. "El régimen de Asad fomentaba la venta de Captagon y otras drogas a precios muy bajos, especialmente dirigidas a los jóvenes", explica a este diario el sirio-español Kinan al-Nahhas, que dirige la actual transición en Homs, tercera ciudad de Siria. Según una encuesta realizada en 2020, el uso del Captagon había aumentado considerablemente en el norte del país, "el porcentaje de jóvenes que lo consumían superaba el 30%" en dos grupos militares específicos, y un 5% de la población del norte conocía a alguien que había consumido drogas o admitía haberlas probado alguna vez.
En las regiones costeras de Siria, el 25% de los jóvenes alauitas -la minoría a la que pertenecen los Asad- están bajo los efectos de esta droga debido a la falta de oportunidades económicas y los largos años de servicio militar obligatorio. Captagon es el nombre comercial de la fenetilina, desarrollado como medicamento en 1961 para tratar la narcolepsia, la depresión y el déficit de atención. En los 80 se prohibió por su alto riesgo de adicción. Y ya en su versión ilícita reaparece en Oriente Medio mezclado con anfetamina como principal ingrediente con el cambio de milenio. Los "soldados de Alá", los radicales islámicos, lo usaban para reducir el miedo y la inhibición en la batalla, pero presenta graves efectos secundarios: adicción, agresividad, psicosis, paranoia, alucinaciones, desnutrición y aislamiento social.
Era en las zonas dominadas por el régimen donde se concentraban las principales fábricas de Captagon, en Tartús, Latakia y Bukamal, ubicadas en hangares, villas y factorías abandonadas y con maquinaria importada de Irán y la India, protegidas por la Cuarta División del Ejército Sirio del hermano de Bashar, Maher al Asad, y con redes operadas por Hezbolá. La mercancía partía de estos puertos mediterráneos con destino a Turquía, Europa y Asia, y por tierra hacia Jordania, Líbano y Arabia Saudí.
La diplomacia del Captagon
"El régimen de Asad utilizó el Captagon como herramienta de negociación con los países del Golfo, ofreciendo reducir su flujo a cambio de concesiones diplomáticas y alivio de sanciones", explicó Natasha Hall, investigadora del CSIS, quien destacó que su distribución en Europa y Asia, usando rutas establecidas en Grecia y Dubái, subraya su impacto global. Arabia Saudí y otros estados del Golfo han identificado esta droga como una "amena amenaza clave para la seguridad pública y la estabilidad social". Era también para Asad una "venganza económica" contra los estados que inicialmente respaldaron a los grupos rebeldes.
El comercio ilegal de esta droga era el eje central de la economía de guerra del régimen, pero también de redes más amplias que desafiarán a las nuevas autoridades. Marwa Daoudy, de la Universidad de Georgetown, señaló que "la transición enfrenta no solo el desafío de desmantelar esa infraestructura, sino también de abordar su impacto social, particularmente en las regiones más empobrecidas".
Con más del 90% de la población en pobreza, un desempleo metastásico y 12 millones de desplazados, el tráfico de drogas ha exacerbado las desigualdades entre comunidades controladas por grupos armados que recibían ingresos desproporcionados del Captagon, mientras la población se sumía en la pobreza extrema y la desesperanza. La propagación de la adicción en comunidades vulnerables puede dificultar la cohesión social en la transición. "Creemos que, cuando las personas recuperen la esperanza y la estabilidad en sus vidas, dejarán de buscar refugio en las drogas. Es fundamental luchar contra los narcotraficantes", aventura al-Nahhas.
Sin embargo, parte de esa ayuda internacional tan necesaria cayó en manos de la mafia de los Asad. Entre 2021 y 2024, Siria recibió más de 3.800 millones de dólares en ayuda internacional, de los cuales 2,3 millones fueron asignados al Syria Trust for Development (STD), una organización supuestamente humanitaria dirigida por Asma al Assad, canalizando fondos hacia redes clientelistas, a través de empresas como Medico Pharma y Mahrokat. Además, la familia transfirió en secreto a Moscú 250 millones de dólares.
El petróleo, en manos kurdas
Acorralado por sanciones internacionales, el narcoestado sirio se ha mantenido mediante actividades ilícitas cuyos ingresos superan con creces los del petróleo. Antes de la guerra, el combustible fósil suponía un 25% de la economía siria, con 400.000 barriles diarios en 2010. Siria siempre estuvo a la cola de los principales productores, Arabia, Rusia y EEUU, con 10 millones diarios. La actual producción de crudo sirio, unos 25.000 barriles por día, está bajo control de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), respaldadas por EEUU, en el noreste del país, donde se ubican los mayores yacimientos, Deir ez-Zor y Hasaka. Los 2.000 millones de dólares anuales que generan estos yacimientos financian al gobierno autónomo de facto de Rojava y las FDS.
Las FDS, respaldadas por EEUU, fueron fundamentales en la defensa contra el ISIS. Aunque oficialmente enemigas del régimen y de Ankara, se han registrado ventas clandestinas de crudo hacia sus territorios, así como a Irak y Turquía. Turquía, por su parte, considera a las FDS aliadas de su enemigo principal, el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán).
En los últimos días, el Ejército Nacional Sirio (NSA) apoyado por Turquía, ha avanzado hacia el este, tomando territorios kurdos controlados por las FDS, incluyendo áreas estratégicas como Manbij y Tal Rifaat, acercándose además a los yacimientos clave del noreste. Turquía busca evitar la consolidación de una autonomía kurda cerca de sus fronteras, lo que podría desestabilizar aún más la región. Deir ez-Zor y Hasaka, protegidas por tropas estadounidenses, están aseguradas para impedir que su control caiga en grupos insurgentes y evitar un resurgimiento del ISIS. Según Radwan Ziadeh, del Arab Center de Washington, "los ingresos del petróleo fortalecen a la autonomía kurda y las FDS, incrementando las tensiones con los rebeldes del norte".
El control de los campos petroleros, donde las FDS han sido cruciales para mantener la estabilidad, es uno de los mayores retos de la transición. Turquía busca ampliar su influencia al norte del Éufrates, lo que podría obligar a los kurdos a retroceder hacia el sureste, debilitando su control sobre áreas clave. Aunque las tensiones entre turcos y kurdos han escalado, parece que los kurdos están dispuestos a negociar ciertas concesiones para evitar un conflicto mayor. Washington y Ankara lideran el proceso de redistribución territorial.
Una ardua reconstrucción
Las milicias lideradas por HTS (Hayat Tahrir al-Sham), respaldadas por Turquía, heredan un país profundamente dividido y corrupto. Grupos vinculados al tráfico de armas y drogas y con conexiones externas con Irán y Hezbolá compiten por el control de las fronteras. Mientras tanto, Estados Unidos y Arabia Saudí exigen acciones concretas contra el narcotráfico, pero la legitimidad limitada de HTS complica su disposición para desmantelar estas redes. Jordania y otros países podrían intensificar incursiones militares si el tráfico persiste, agravando la inestabilidad.
Reconstruir la economía siria requerirá abordar múltiples desafíos. La reapertura de cruces fronterizos como el de Jordania es crucial para el comercio y el suministro de bienes básicos. Al mismo tiempo, adoptar un modelo de libre mercado podría reintegrar a Siria en la economía global, siempre que se mitiguen los riesgos de desigualdad. El manejo de recursos estratégicos como el petróleo y el gas dependerá de alcanzar acuerdos con las FDS y otros actores regionales.
Desde la arena internacional, el alivio de sanciones y el apoyo de Occidente y de los estados del Golfo, como indica Kristian Coates Ulrichsen, serán fundamentales para financiar la reconstrucción, siempre que se asegure estabilidad política en Damasco. También será vital estabilizar la moneda y adoptar políticas fiscales responsables. Finalmente, la lucha contra la producción y el tráfico de Captagon exigirá cooperación global para evitar un colapso social y restaurar el tejido económico de un país devastado que palpita para rebrotar desde sus cenizas.