Vivimos en un mundo cada vez más caracterizado por los daños colaterales. Puede que sea porque la velocidad a la que se mueve la información nos está llevando a una simplicidad en el análisis más digna de la capacidad de un niño de Primaria que a la de una persona supuestamente adulta y responsable (citando a Marx, “incluso un niño de cuatro años podría entenderlo. ¡Que me traigan un niño de cuatro años!”), pero cada vez más me da la impresión de que las justificaciones que se emplean para determinadas cosas generan precisamente eso, daños colaterales que aparentemente no preocupan a nadie. Aunque sean brutales.
Volkswagen envenena medio mundo con emisiones cuarenta veces por encima de lo permitido... Pero cuando se habla de los 50.000 vehículos afectados en España, lo que se comunica que son "técnicamente seguros y aptos para la circulación"... Ya claro, tranquilo. No te vas a matar con el coche, solo morirás por complicaciones respiratorias. Como no se ve directamente, no cuenta. Los cientos de miles de afectados por enfermedades en todo el mundo no generan ningún problema, porque... ¿No se ven? Muchas gracias, Volkswagen, por preocuparte por mi seguridad.
Los taxistas denuncian a Cabify. Dicen que son competencia desleal, que los únicos autorizados a transportar personas tienen que ser ellos. Ciudades colapsadas, contaminación que nos engulle, atascos que nos hacen perder miles de horas productivas, un desempleo brutal... Pero lo que importa es que los taxistas sigan manteniendo su exclusividad para transportar personas en las ciudades. O que los autobuses, que denuncian a BlaBlaCar, sigan siendo los únicos que puedan llevarlas entre ciudades.
A ver, señores: está clarísimo que el futuro modelo de movilidad urbana e interurbana no podrá incluir solo taxis ni solo autobuses. En un entorno en el que la tecnología, los smartphones y las apps han reducido la fricción y los costes de coordinación, es absolutamente evidente que la movilidad estará compuesta por un entramado de soluciones en el que los taxis convivirán con el car-sharing, el car-pooling, el ride-sharing, las apps y mil soluciones aún por inventar. Oponerse a esa innovación no es defender puestos de trabajo: es pretender que el mundo se detenga para intentar preservar artificialmente una situación sin sentido. Los daños colaterales son nuestro tiempo de desplazamiento, nuestros nervios, nuestras posibilidades de generar recursos económicos vinculados a determinadas actividades, y nuestros pulmones. Todos esos.
¿Podríamos empezar a tener más profundidad en los análisis? Empiezo a estar un poco harto de que me toque siempre ser daño colateral...