Es difícil saber si el debate entre candidatos en la Universidad Carlos III lo ganó Albert Rivera o Pablo Iglesias. Lo único seguro es que lo han perdido Pedro Sánchez y Mariano Rajoy. Pero como al presidente del Gobierno se le presume habaneando mientras hace de la quietud su capital político, el gran perdedor ha sido Sánchez.
Otra cosa es aventurar si el coste de esta derrota por incomparecencia tendrá efectos en el ábaco de los votos y los escaños; si la sombra patibularia del atril que no se atrevió a ocupar desordenará la sonrisa al líder socialista cuando se dirija a los jóvenes; o si a partir de ahora la muchachada del PSOE seguirá haciendo palmas en los mítines o recibirá a su secretario general cacareando y aleteando los codos.
Empieza perdiendo Sánchez porque el debate auspiciado por la Demos ha sido un éxito, además de una lección. En principio, nos obliga a todos a reconsiderar algunos prejuicios habituales sobre las estrategias en campaña, el interés por la política, la responsabilidad del liderazgo y la postura de los medios ante determinadas actitudes obstruccionistas.
Claro que los debates electorales los sigue poca gente. A Sánchez le quedará el consuelo del presidente de TVE cuando, requerido por los pésimos datos de la cobertura de las catalanas, dijo aquello de que quien ganaba siempre el share de las noches electorales era Gran Hermano. Habrá que valorar si la estrategia conservadora del equipo de campaña del PSOE -"No arriesguemos, Pedro"- tiene cabida en la nueva política.
Claro que la política no vende o incluso hastía. Sobre todo cuando la alternativa al busto parlante es la de un vergonzoso candidato talk show que canta, baila, se pone tierno y cuenta sus intimidades. Ahora hay que decidir si un líder tiene bula para dejar colgados a más dos mil estudiantes, si asistir a un debate como este no era una obligación para quienes se disponen a dirigir destinos y presupuestos, y si esta falta de responsabilidad no merece ser castigada.
Los chicos de Demos, Carlos Alsina, Albert Rivera y Pablo Iglesias han dado varias lecciones. Juntos han demostrado que la política interesa si se ofrece con un formato atractivo; también que cuando un político se niega a debatir hay que escenificar esa ausencia y no conformarse con un segundo plato. Alsina y los candidatos de Ciudadanos y Podemos han puesto en evidencia que, con educación y sentido común, se pueden modificar las reglas pactadas de un debate para quitarle rigidez y hacerlo más valioso.
Rivera e Iglesias han dejado claro que la renovación política, de producirse, pasa por ellos.