Llegan sus majestades, las de Oriente, y se van, casi a la vez, otros dos magos menores, Antonio Baños y Rafa Benítez. Ninguno de ellos abandona porque quiera hacerlo. Pero el primero no tuvo, en tres larguísimos meses, magia suficiente para convencer a sus compañeros anticapitalistas de que Mas era más y, desde luego, mejor que nadie; y, el segundo, no pudo retener la confianza de Florentino Pérez más allá de siete meses, a pesar de que, en estos, solo perdió un partido (el otro lo perdió quien le dijera que podía alinear a Cheryshev), aunque es cierto que contra el peor rival y con un resultado del todo hiriente y, como mínimo, perturbador.
Sea como fuere, por las intransigencias de la CUP y de la Junta Directiva del Real Madrid, o por la magia perdida de los dos líderes, ambos ceden sus puestos después de haber saboreado, en buena parte, el éxito, y tras haber estado a punto de alcanzar sus objetivos.
Casi con certeza habrá nuevas elecciones en Cataluña, pero Artur Mas estuvo a un solo voto, entre 3.000 antisistema posibles, de ser investido president de la Generalitat de Cataluña. Su fracaso, aunque por tan poco, también lo es de Baños.
Benítez ya es historia, pero hace solo dos semanas Pérez ratificó que el madrileño era la solución, no el problema, a la supuesta crisis del equipo blanco. Y afirmó, además, que Zidane no lo sustituiría. De aquellas manifestaciones a la realidad de hoy, sólo han transcurrido dos partidos, concluidos con una victoria madridista y el empate ante el Valencia. Así es el fútbol, como diría cualquiera en ese extraño mundo, tal vez intuyendo que descubre algo novedoso.
Sí resulta asombrosa la paradoja que desencadena, ahora, la enorme pancarta que colgaba en Mestalla y que agradecía al técnico que dirigió al Valencia –con el que ganó dos Ligas- “los mejores años de nuestra vida”.
Rafa debe de acordarse mucho ahora del esquema británico que él tan bien conoce, donde al entrenador le dan (casi) todo el poder en el Club y no lo destituyen (casi) nunca.
Pero “Catalonia is not Spain”, afirman Baños y los suyos y, desde luego, España no es, futbolísticamente, Inglaterra. Ni mucho menos.
Pero no son los que se van, sino los que llegan, los importantes. Y habría que pedirles a los verdaderos magos, los que ya nos visitan, que antes de irse dejaran algunas claves para que este Estado tan peculiar que tenemos incorporara, algún día no muy lejano, algunos magos menores que pudieran formar un Gobierno que traiga, si no magia, al menos progreso y estabilidad. Qué duda cabe que los necesitamos.