En el centro de Madrid, a espaldas de la Puerta del Sol, una vez se fundó un partido político. De aquellos tiempos, y de aquél partido, hoy queda una taberna donde la memoria acude al rescate de la ideología.
Ocurre cada vez que alguien prueba una croqueta de bacalao; cuando el bocado caliente asalta el cielo del paladar y la vieja filosofía se hace praxis. Con la cocina casera, el hombre se convierte en protagonista de la Historia a través de la experiencia de los sentidos. Si la ideología está contenida en una croqueta de taberna, la práctica sólo se alcanza a través del paladar.
En los tiempos del gallego Pablo Iglesias Posse, había hambre pero también había gusto, como diría el bohemio Pedro Luis de Gálvez, había sed, sí, pero de champán. Del mismo espumoso que bebieron Marx y Engels cada vez que una firma industrial daba bancarrota. Así celebraban que habían acertado en sus pronósticos. Porque el capitalismo carga en sus entrañas el germen larvado de su propia destrucción.
Marx nos dio a conocer el mundo contenido en la acumulación de plusvalía. Hoy, ese mundo ha llegado a su colapso, sobre todo porque no queda grasa que lo mantenga en marcha. Ahora el capital no acumula plusvalor, acumula crédito sobre beneficios futuros. Como el futuro no existe, el sistema se evapora con el capital ficticio. Con todo, la lectura de Marx sigue viva en cada croqueta de bacalao que sirven en Casa Labra.
Más allá del puro fetiche de la mercancía, la receta se quedó pegada a las paredes de dicha taberna. Como todo en este mundo, el secreto de su fórmula reside en el equilibrio de los elementos. Para conseguir su punto exacto, en el relleno va la tira del bacalao puesta en remojo del pensamiento alemán, rebozada con pan rallado de mendrugo y harina de trigal proletario. Aquí se echa una pizca de levadura del socialismo francés y se bate con las yemas del gallinero comunal. La sartén, con aceite, ha que estar forjada con la ley del bronce de los salarios y puesta al fuego de la economía clásica inglesa.
La receta no ha cambiado, sigue siendo la misma, lo que sucede es que hace años que los dirigentes del PSOE no tienen el gusto de visitar su memoria. La perdieron. Antes de que asimilen que el recuerdo nunca más se hará presente, contesto al tweet de Sánchez:
¡Claro que sí, chato, ya vendrán tiempos peores!