La hipocresía y el fariseísmo del discurso de Artur Mas han quedado manifiestamente en evidencia en sus críticas a la CUP. Los mismos argumentos que empleó para reclamar el referéndum de autodeterminación, primero, y la legitimidad de impulsar la independencia en base al resultado de las elecciones autonómicas, después, no valen cuando juegan en su contra.
Mas defendió el referéndum soberanista hasta la saciedad con la tesis de que lo propio en democracia es "votar" y tachó al Estado de antidemocrático por anteponer el cumplimiento de la ley. Este martes, en cambio, ha arremetido con dureza contra la CUP por haber decidido en sus asambleas que no le iba a apoyar en la investidura. ¿Lo democrático no era votar?
Mas antepone su persona al 'procés'
Como el resultado no le conviene, ahora asegura que lo de los antisistema no es votar sino "vetar", un juego de palabras que no oculta su falacia. Porque, además, no es cierto que los anticapitalistas hayan rechazado el proceso independentista, sino sólo que lo encabece alguien como Artur Mas, que es, ideológicamente, lo contrario a lo que ellos representan y encima está calcinado por el incendio de la corrupción. Es una postura, por otra parte, coherente con lo que han mantenido desde el primer día. La CUP ha dejado claro, incluso, que no pretende el ostracismo de Mas, sino sólo que sea otro quien ocupe la Presidencia.
Siendo esta la realidad, es Mas quien se enroca y antepone su persona a los planes separatistas, aunque con ello pueda descarrilar el "procés". Su patriotismo termina donde empiezan sus propios intereses. El llamamiento de varios dirigentes independentistas para que se haga a un lado no le ha hecho ni tan siquiera parpadear.
Tan caprichoso como su concepto de cuándo conviene votar y cuándo no, es su criterio para determinar qué mayorías son necesarias para decidir según qué cosas. Así, Mas criticó este martes que "la mitad de la CUP" haya tumbado su investidura. "Si Antonio Baños, su candidato, se ha ido, quiere decir que hay una parte muy importante dentro de la CUP, muy sustantiva, que discrepa de la decisión que se ha tomado", dijo. Sin embargo, que una parte muy importante y sustantiva de la sociedad catalana no sea partidaria de la independencia -tal y como quedó reflejado en las elecciones autonómicas- no es óbice para que él mantenga su proyecto rupturista. ¿Es malo que una mayoría exigua de la CUP imponga su criterio en una disyuntiva coyuntural como es la investidura de un presidente y sin embargo es bueno que una mínima mayoría del Parlament pretenda imponer el trágala de la independencia a toda Cataluña y a un país entero?
Ahora dice que esto 'no es una subasta'
Por lo demás, las explicaciones del presidente de la Generalitat para justificar el papelón que ha hecho con las continuas cesiones a la extrema izquierda resultan patéticas. Después de todas sus claudicaciones, decir "hemos tenido más paciencia que Job" o "la Presidencia de la Generalitat no es una subasta de pescado", causan vergüenza ajena.
El gran beneficiado de la clamorosa derrota de Mas es Oriol Junqueras, que mientras lo respalda públicamente escudándose en "los compromisos" adquiridos, se frota las manos consciente de que, al apuntalarlo, se garantiza unas nuevas elecciones en las que partirá como claro favorito, más aún tras la decisión de Ada Colau de renunciar a encabezar la candidatura a la Generalitat, como era deseo de Pablo Iglesias.
En lo que ya se antoja como su despedida, Mas ha demostrado cuán lejos está de lo que alguna vez representó el catalanismo. Lo dijo Josep Tarradellas: "en política puede hacerse cualquier cosa, menos el ridículo". Mas no ha dejado de hacerlo desde hace cinco años.