La Cabalgata de Reyes de Madrid ha incendiado Twitter y ha convertido a Manola Carmena en "trendin topin" (un suplantador de la alcadesa scripsit). Para no ser amiga del barullo mediático hay que ver cómo la tía voltea la Red.
He visto reacciones de todo tipo. Así como es España, tremendista. Más allá de la indumentaria de los Magos -perfecta para un baile de disfraces de verbena- o el carácter carnavalesco que se le dio a un desfile que, por definición, ha de tener un trasfondo (siquiera un trasfondo) religioso, me aturde la politización de la fiesta.
El caso de Madrid, con su precuela de reinas magas, no es único. La cabalgata laica de Valencia bajo el lema de la Revolución Francesa, tan navideño, demuestra que allá donde gobierna la izquierda se siente incómoda con algunas tradiciones y trata de ahormarlas a su gusto y entender.
Nunca habría dicho que la Cabalgata de Reyes fuera un acto machista por no incorporar a alguna mujer en las carrozas reales, ni creo que ninguna niña se haya sentido ofendida por ello en el último siglo y medio. Pero admito que todo puede ser.
Las nuevas directrices de las autoridades para renovar estas manifestaciones tiene por objeto insuflar corrección política donde no ha lugar, introducir criterios lógicos (también ideológicos) como el de la paridad o el de la multiculturalidad, sepultando las creencias con la razón.
Pero el hombre no es sólo un animal racional, es un ser afectivo. "Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar", decía Unamuno para reivindicar que lo que más nos diferencia del resto de seres vivos son, precisamente, los sentimientos. Y la tradición es eso: sentimientos colectivos plasmados en manifestaciones públicas que nos vinculan con el pasado y nos recuerdan de dónde venimos. Sin juicios de valor.
Para mí, el error de Carmena et al es pretender que las cabalgatas sirvan para algo, cuando no tienen más razón de ser que mantener el rito y hacer felices a los niños. En el fondo, al introducir en ellas el bisturí de los valores republicanos se intenta sustituir un dogma (el religioso y consuetudinario) por otro (el del credo civil).
Estoy dispuesto a considerar, de cualquier modo, que esa revolución de las tradiciones pueda resultar beneficiosa para la sociedad. Pero para convencerme, sus promotores deberán mostrar coherencia y cambiar antes el roble de Guernica por un olmo (especie en peligro en la Península), la pancarta que abre la manifestación del Primero de Mayo por una reproducción de la momia del camarada Lenin (en reconocimiento a la labor cultural de los mortecinos museos de cera) y la ofrenda foral a Casanova por la actuación de una chirigota (en recuerdo de la contribución andaluza al engrandecimiento de Cataluña).