Para vivir de lo que uno crea -de lo que uno escribe, o pinta, o filma-, hacen falta agallas. Talento. Mucho trabajo. Y algo de suerte. Quique González tiene de todo eso, y en grandes cantidades. El músico madrileño ha parido un gran décimo disco, y este fin de semana lo saca a la calle en el comienzo de una gira que promete apoteosis y delirio. También letras afinadas, escogidas con mimo y tiempo; palabras que, juntas, subrayan las miserias de la vida y, también, sus excepciones.
A los 42 ya ha subido la sangre al marcador, no puede ser de otra manera. También al de Quique. De todos modos, nadie dijo que esto fuera a ser eterno; ni siquiera que fuera a ser divertido. Nadie dijo, en el fondo, nada. Todo eso en lo que hemos creído, eso en lo que aún creemos, resulta tan banal como, a veces, imprescindible. Y, desde luego, gratuito.
Pero él, al menos, estruja el infortunio y lo transforma en una hermosa canción, como ha hecho con La casa de mis padres. Pocos pueden sobrellevar, así, con semejante destreza, las indigencias vitales.
La carrera de González es una de las más solventes de cuantos músicos hay en España. Desde Personal, en 1998, este singer-songwriter al más puro estilo Tom Petty o Ryan Adams ha publicado algunos de los más brillantes temas en castellano. También, algunos de los álbumes más completos y certeros.
Del Se nos iba la vida del siglo pasado al reciente Ahora piensas rápido lo que hay es un una gran victoria, la de quien toma el camino largo; la de quien ignora la bifurcación hacia lo fácil; la de quien no adultera su música excepto por la propia música.
Entre una y otra, eludiendo modas y simplezas, destellos frecuentes de algo grande: los Kamikazes enamorados, Salitre, Aunque tú no lo sepas, Anoche estuvo aquí o Los Desperfectos. Incontestables piezas de una única gran obra que agujerea la realidad con la precisión de un experimentado neurocirujano social.
Con su sólida carrera González deja en la estela a la mayoría de los grandes músicos nacionales para codearse con quienes de verdad ofrecen un legado que sobrevivirá a los tiempos. Y, más allá de Vega o de Urquijo, y de algún otro, no hay nadie más.
Sabemos, sí, cómo duele, pero queremos un poco más. Con sangre, precisamente en el marcador, emprende su gira más prometedora Quique González.