Por primera vez en mi vida, personas de mi generación, o incluso más jóvenes que yo, están en disposición de gobernar mi país. Al tomar conciencia de esta realidad, me surgen a vuelapluma varias reflexiones, que tienen que ver con lo que es o pueda ser una generación y su responsabilidad histórica.
La primera es que los nacidos desde mitad de los sesenta para acá hemos padecido una sociedad en buena medida amañada, con indudables logros, de los que fuimos beneficiarios (yo no olvido mi enseñanza pública, las becas que recibí, etcétera), pero también con sombríos peajes, debidos a oscuros pactos de poder y olvido, que han acabado comprometiendo esos logros hasta el extremo de que muchos hoy no están disponibles y se corre el riesgo de que nuestros hijos, hoy adolescentes, se enfrenten a una degradación de sus condiciones de vida y trabajo que los lleve al extremo de tener que abandonar el país.
Bien, resulta que ahora somos nosotros los interpelados para ahormar las cosas, para dejar atrás los vicios, torpezas y componendas que representan ese desfile interminable de imputados, ese clientelismo insufrible y esas falsas apariencias que encubren realidades mucho menos rutilantes de las que el reciente afloramiento del déficit excesivo y oculto, y las burdas excusas del ministro de Hacienda en funciones, son la más reciente y no menos bochornosa expresión. Somos los llamados a empezar a llamar a las cosas por su nombre, a dejar de jugar con las ilusiones y las cifras, a liquidar el caciquismo secular que sigue bien agarrado a las entrañas de esta piel de toro, desde Almería hasta Finisterre y desde Ayamonte hasta Portbou.
Y bien, ¿qué es lo que hacemos? Perder cien días en un ballet idiota y sin gracia, repleto de chorradas y de peticiones de imposibles, de inconsciencia y de inmadurez. Basta ya.
Lo que hay es lo que hay. Y a cada cual hay que exigirle lo suyo. Al PSOE que no espere que se pongan de acuerdo solos los que parten de intereses y ambiciones muy distintas. A Podemos que tomen conciencia de que el 80 por ciento de la sociedad española no les apoya y no van a poder imponerle su agenda. A Ciudadanos que su apoyo es aún más bajo y que puede aspirar a influir, pero no vetar ni fraguar una coalición de laboratorio desde la inferioridad numérica. Al PP, donde también hay gente de mi generación llamada a decir y hacer algo, que no puede seguir arrastrando la bola y la cadena de tanta desfachatez y tanto latrocinio consentidos bajo sus siglas por sus mayores.
Hay cuarenta y seis millones de personas pendientes de que hagamos algo, y lo hagamos bien. Muchas de ellas las están pasando realmente canutas. Nos toca. No podemos cagarla.