La presentación de libro más divertida a la que he asistido es la que hizo Tomás Pollán de uno de Savater, A decir verdad me parece. Pollán, filósofo ágrafo como Sócrates, y de envidiable apellido, dijo que Savater era “un hombre puro”. Lo repitió una y otra vez durante su intervención, justificándolo con cualidades extrañas, que no se correspondían, en principio, con la “pureza”. A los asistentes nos sonó a delirio, genialoide pero cargante. Hasta que Pollán dijo en un quiebro: “Porque, claro, están los hombres puro y los hombres cigarrillo...”. Y todo se recompuso de manera maravillosa: las características que había estado enumerando se correspondían, en efecto, con las de los puros.
Mariano Rajoy es también un hombre puro. Que fume puros, como Savater, va aparte: lo esencial es su propia pureza. De lo que dijo en concreto Pollán no me acuerdo. Si se aplicaba a Savater raramente se podrá aplicar a Rajoy (¡supongo que Pollán resaltaría los elementos hedonistas!), pero sí veo lo que el presidente en funciones tiene de puro por su parte. Es de combustión lenta y pausada, que dura horas o legislaturas. Permanece rígido, replegado en capas que acorazan una intimidad inaccesible; con la sola señal de la brasa, amenazante porque quema y es una luz que no alumbra pero se sabe que está ahí. Su humo lo impregna todo, como el poder, configurando una atmósfera indisimulable, no grata para los no fumadores y que produce cierta asfixia.
Frente a él, por supuesto, solo hay hombres cigarrillo: Sánchez, Iglesias y Rivera (este último, en realidad, está a medio camino: es un hombre purito). Es espectacular cómo se han consumido durante las negociaciones los tres, en caladas nerviosas, hasta convertirse en colillas. Unas son más honrosas que otras, pero sobre todas cae la ceniza del interminable puro.
Al final Rajoy aprendió algo de Aznar, que no era tan puro pero también los fumaba. Es conocido que el expresidente se encendía uno enorme al comienzo de sus reuniones europeas, para avisar de que estaba dispuesto a pasarse horas negociando. Los otros dirigentes solían ceder antes, lo que era bueno para su paciencia y para sus pulmones.
Es lo que Rajoy hace siempre, como hombre puro que es. Esta condición le permite seguir incombustible mientras a su alrededor se agotan las cajetillas. Al cabo, hay muchas probabilidades de acertar si no se hace nada en un país en que hacer algo es casi sinónimo de equivocarse. Ahora el cigarrillo Sánchez, para aceptar la gran coalición que proponía el puro, pone su última condición: que se vaya el puro. Pero a Rajoy le queda aún mucho que fumar. El problema de Sánchez es que para él ir a las elecciones sería ir a por tabaco y no volver.