Nuestra situación política ha estado a punto de cobrarse sus dos primeras víctimas mortales. Ante mis narices. El otro día dos señoras de barrio iban enfrascadas en una conversación que, cuando pasé a su altura, oí que era sobre si el presidente iba a ser Rajoy o Sánchez. Unos pasos más adelante había un semáforo en rojo para los peatones y paré. Pero las señoras no lo vieron y siguieron caminando, que si Iglesias, que si Rivera... Hubo cláxones, frenazos y se salvaron de milagro. Ellas ni se enteraron: habían llegado a la acera de enfrente concentradas en su discusión.
Al contárselo a un amigo, le dije que a ese tipo de señoras yo nunca las había oído hablar de política; que cuando cazaba sus conversaciones siempre eran sobre asuntos personales, familiares, domésticos, o sobre noticias del corazón. “Es que lo del nuevo gobierno es ya como una noticia del corazón”, me replicó mi amigo. Y es verdad. Quién va a entrar en la Moncloa intriga ahora lo mismo que quién va a salir de la casa de Gran Hermano. Quizá lo más rápido –pienso ahora– sería encerrarlos a todos en esa casa, que conspiraran entre ellos, pero a la vista de la audiencia, y que esta decidiera al final. Democracia televisiva.
Lo más nuevo de la llamada nueva política no es que tengamos nuevos políticos, sino que todos, incluidos los viejos, se encuentran en una situación nueva: descolocados como concursantes. Descolocación que se traslada al público. Creo que en la calle crece la inquietud no tanto por motivos partidistas como psicológicos: al personal le desasosiega la irresolución; y, quizá, la idea de que no se está haciendo lo suficiente para zanjarla.
En los concursos, como en las competiciones deportivas o en las series, se aceptan las zozobras a cambio de que conduzcan a un desenlace. (Hablo del público en general, que es como el electorado en general: algunos espectadores y votantes asimilar mejor la incertidumbre). Tras una campaña electoral, lo que tranquiliza es saber quién ha ganado; y si no se ha ganado con mayoría absoluta, quién va a gobernar: se esté a favor o en contra, al menos uno sabe a qué atenerse. Los perdedores se sentirán menos felices, pero también menos ansiosos.
El culebrón del 20 de diciembre se está alargando demasiado. No sabemos quién se va a casar con quién, ni si habrá boda. La intriga no parece apuntar ya a un final, sino a otro comienzo de la intriga; cuyo final tampoco está garantizado. Es de esas veces en que no pasa nada, solo tiempo. Y eso es lo que pasa.