Amaneció el miércoles con menos periódicos que de costumbre. Un suceso lamentable del que apenas da cuenta hoy ningún breve en las páginas salmón de la competencia. Será porque se trata de la menor de las preocupaciones, aparentemente. O porque esto es como esa regla no escrita de la prensa más o menos libre que prohíbe, de manera tajante, informar en caso de suicidio...
...colectivo. Al principio, casi nadie reparó en ello; a no ser por parte de un suscriptor despistado, de tres perseverantes lectores de gastado papel, de cinco adeptos a ese colectivo que atiborra las casillas de los crucigramas. El caso es que rompió el día más nublado que otras veces. Todo era, prendido entre sus grapas, página de sucesos.
Las entradillas, titulares, sumarios y cintillos nunca impresos se derrumbaban al paso de las fieras en manada -es lo que podía leerse en la crónica del fin del mundo de aquel primer fascículo-, pero, atareados como estábamos reedificando nuestras ruinas, no prestábamos atención.
Algunos quiosqueros, indignados, optaron por mantener los huecos dejados en señal de respeto, como en espera de la última pieza de un puzle por resolver. Otros, los más, ajenos a aquella hecatombe, resolvieron el contratiempo apilando en su lugar un rimero de revistas atrasadas. Comprobaron todos ellos sin embargo que, tomando cada ejemplar de esos periódicos invisibles en su puño, lo que éste no abarcaba era vacío y lo que quedaba, desesperación.
Faltaba algo en aquel paisaje desolado.
La tinta necesaria para respirar.
Los periódicos no escritos pertenecen a todo el mundo y a nadie. Los periódicos nunca impresos corresponden a todas las fechas del calendario y a ninguna. Los periódicos en huelga son de quienes afrontan sus páginas y para quienes los defienden.
Los periódicos sin tiempo nos devuelven el susurro de las calles que se oye por encima de los mítines, de las iras, de los RIP, de los ERE y de las marchas militares. Los periódicos que no distribuyen los quiosqueros son un contenido extra que no existe por amor al arte, sino por amor a la verdad. Los periódicos de papel mojado son el fuego que quema sin arder en llama, avivando nuestros ferocísimos instintos.
Los periódicos que se facturan entre escalofríos tristes vienen cargados de grillos, de teletipos, de cráneos esparcidos por las desiertas redacciones. Sus noticias se cierran, al filo de la madrugada, con media sonrisa al borde de la rabia.
Se reparten con vales descuento para canjear por lotes de furia e insatisfacción.