'Maricón', como en el colegio
El autor denuncia la escalada de agresiones a lesbianas, gays, bisexuales o transexuales, anima a que las víctimas denuncien y reclama medios a la Administración para evitar este tipo de violencia.
En España, hasta 1979 era delito ser lesbiana, gay, bisexual o transexual. Hasta 1989 se podía ser gay pero no se podía ejercer: darte un beso con un chico te podía llevar al calabozo. En 1991 empezaron a incluir a las parejas del mismo sexo en las leyes. Con la ley de matrimonio de 2005 y de transexualidad de 2007 empezamos a tener reconocida una mínima dignidad que, como colectivo, siempre había sido pisoteada por las instituciones.
En 1983, el 83% de la sociedad española consideraba que había que hacer desaparecer la homosexualidad. Hemos pasado a que el matrimonio igualitario esté aprobado por la inmensa mayoría de la sociedad y nos hemos creído que, de repente, habíamos acabado con una discriminación milenaria. Pero ni la sociedad, ni mucho menos el colectivo LGTB hemos avanzado tan rápido como la legislación.
En los últimos años, los más jóvenes del colectivo LGTB han empezado a desarrollar sin complejos su personalidad y son mucho más abiertos, visibles y espontáneos que los mayores. Esta recuperación de la dignidad de nuestro colectivo se ve con envidia y nostalgia por los mayores de 30 años, que aún tenemos miedo de mostrarnos con naturalidad con nuestras parejas en presencia de otros, pues sentimos que todos nos miran o imaginamos que en cualquier esquina puede haber un homófobo dispuesto a insultarnos y golpearnos. Es emocionante y maravilloso ver a una pareja de chicas o de chicos besarse en la parada del autobús, como hace cualquier pareja heterosexual.
Hay un repunte de las agresiones homófobas en España, y en particular en las ciudades grandes
Sin embargo, la realidad no es de color de rosa. Ciertamente hay más libertad, pero no hay igualdad. Seguimos siendo discretos, prudentes, continuamos buscando nuestras zonas seguras… Muchos han tenido experiencias muy duras en el colegio que los marcarán de por vida y que hacen que, tras ser agredidos, se sientan culpables porque "nunca" deberían haberse dado un beso "fuera de Chueca".
Esta visibilidad, esta espontaneidad que nos emociona, nos está haciendo pagar un precio que es el repunte de las agresiones homófobas. En particular es en las ciudades grandes donde más agresiones hay. No es casualidad que se produzcan en los aledaños de los barrios de ambiente gay como Chueca, porque ahí es donde más nos relajamos y eliminamos la prudencia, y al salir del barrio, cuando volvemos cogidos de la mano, como las parejas heterosexuales, aparece el negro protagonista que nos falta en esta historia: el agresor.
Hoy en día la homofobia ha descendido de forma notable. Las personas homófobas se sitúan probablemente por debajo del 20%. Cada día son menos y España es, según Pew Research, el país más tolerante del mundo. Eso hace que el irreductible homófobo haya perdido el favor social. Ya no puede emitir sus opiniones con la libertad de antes ni considerar, tras beber dos copas, que una persona LGTB es un trofeo con el que divertirse esa noche.
Se nos sigue golpeando e insultando como se ha hecho en los centros escolares impunemente
Pero se nos sigue golpeando e insultando como se ha hecho siempre en los centros escolares ante la pasividad del personal docente y el guiño cómplice de los compañeros de clase. Recordemos que según un estudio de 2016, el 60% del alumnado ha presenciado violencia homófoba en las aulas y nadie se ha inmutado.
Y claro, se produce la agresión.
Esa pareja del mismo sexo, esa chica vestida de forma más masculina o ese chico con esos calcetines tan llamativos recibe una patada, un puñetazo, insultos, se le lanzan objetos, le tiran al suelo, se le acosa, amenaza, escupe o agrede de cualquiera de las decenas de formas diferentes que hemos venido registrando en el Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia. Y el agresor se va tranquilamente, sabiéndose impune, como pasaba en las aulas en la adolescencia.
Desgraciadamente las víctimas lo aceptamos estoicamente: "a los maricones nos han pegado siempre y siempre nos pegarán", nos dice un protagonista de Stonewall; o bien "para qué voy a ir a denunciar si no sirve para nada y al fin y al cabo no me han roto ningún hueso". También está quien no denuncia porque no quiere salir del armario o no se siente nada cómodo teniendo que decirle a un policía que es gay y le han llamado "maricón".
Lo que más nos encontramos son víctimas que lo único que quieren es pasar página y no denunciar
Pero sobre todo, lo que más nos encontramos son víctimas que lo único que quieren es olvidar, pasar página, que no se entere nadie. Quizás sea la costumbre, como hacíamos en el recreo: que te peguen duele, pero que tu entorno sepa que te han agredido por "marica" duele mucho más, porque sientes que eres tú quien tiene la culpa y que estás defraudando a la sociedad, sobre todo a tu familia. Y así no avanzamos. No, no se denuncia.
Por ello, el contador que ha sacado Arcópoli y que marca ya 64 agresiones ha impactado tanto en la población heterosexual. En el colectivo LGTB os aseguramos que no. La gran mayoría somos conscientes, porque lo vivimos cada día. Por ello hemos de tomar posiciones.
Las instituciones tienen en su mano dar una muestra de apoyo contundente contra la LGTBfobia. Proporcionar recursos, campañas de sensibilización, formación de empleados públicos -en especial policías, jueces y fiscales-, en definitiva transmitir a la sociedad un categórico NO. No debe haber impunidad para quien agrede a alguien por no ser heterosexual. Si las instituciones no se implican, el colectivo volverá hacia atrás, porque como decía Mecano en los 80 "con nuestras piedras, hacen ellas su pared".
El camino no ha acabado al aprobar el matrimonio igualitario, ahí nos reconocisteis nuestra dignidad que nos había robado la historia. Ahora hemos de experimentar y gozar de esa dignidad y libertad como la vivís vosotros. Os necesitamos.
*** Rubén López es vocal de Delitos de Odio de Arcópoli y responsable del Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia.