Fuimos compañeros en la banda de Dick Turpin pero a diferencia de éste no actuábamos en el bosque de Epping, en Essex, sino en Madrid, entre el barro eterno de la calle San Romualdo o entre las mesas del garaje convertido en redacción de la calle Sánchez Pacheco. Nunca robamos a ningún rico para regalárselo a los pobres pero con las historias que escribíamos, él mucho mejor que yo, en aquellas viejas máquinas de escribir encadenadas a las sillas o en los primeros ordenadores que pisaban un periódico, quisimos enfrentarnos siempre con nuestras palabras, sólo con ellas, a todo aquél que se sintiera por encima de los demás; en resumidas cuentas, simplemente queríamos contar historias que les interesaran a los ciudadanos, hacer un poco mejor y más informado el mundo en el que vivíamos. Él así lo creía, era un soñador impenitente que no despertó jamás, que no quiso despertar jamás.
Fernando Múgica Goñi (Pamplona 1946 - Madrid 2016) ha sido el último periodista. Un hombre a una Leica pegado, siempre a la caza de una historia que contar. Periodista total e inclasificable, ético inquebrantable, amante hasta la extenuación de su profesión, amigo y siempre profesor de quienes tenían/teníamos la suerte de estar de vez en cuando a su vera, Múgica era, además, la prueba inequívoca de que para ser buen periodista es necesario ser buena persona.
Trabajamos juntos en Diario 16, primero, y en El Mundo, después. Cada minuto a su lado se convirtió en una enseñanza permanente. Fue el profesor que nunca tuve en la universidad pero el que nunca me falló en la redacción. Era un Dios, puedo decir ahora que no me oye. Un amigo al que no necesitaba ver para saber ambos lo que éramos; un amigo que me enseñó mucho más de lo que yo pude enseñarle a él por más vidas que hubiera vivido.
Múgica comenzó como dibujante en la Gaceta del Norte de Navarra pero rápidamente se convirtió en el reportero estrella del periódico vasco, destacando su cobertura de los últimos días de la Guerra de Vietnam; también fue fundador y redactor jefe de Deia, reportero de RTVE, director del Diario de Noticias de Navarra, subdirector de Panorama…
“Me di cuenta rápidamente”, recuerda Pedro J. Ramírez tras su primer encuentro en Pamplona, “de que era el prototipo del periodista de cine pero de verdad, de carne y hueso. Transmitía sin quererlo un magnetismo personal que le hacía único”. Lo primero que hizo Ramírez cuando llegó a la dirección de Diario 16 fue ficharlo como reportero. “Ha sido el periodista integral, ha hecho de todo y todo lo hacía bien: desde un reportaje fotográfico de arte y ensayo hasta los pies de fotos de la historia de cualquier compañero si era necesario; editoriales, reportajes, entrevistas, crónicas, periodismo de investigación…”.
“Siempre fue, sin pretenderlo, un eslabón entre la generación de la tribu, que lideraba Manu Leguineche, y los nuevos periodistas”, añade Ramírez, que también ficho a Múgica cuando se puso en marcha El Mundo. “Estuvo conmigo cuando aterricé en Diario 16 y también cuando me despidieron; cuando llegué a El Mundo y también cuando me echaron. Siempre lo he sentido muy cerca en los momentos más importantes de mi vida periodística”.
“Fuimos al mismo colegio, a la misma clase, ingresamos en la misma universidad, hicimos la misma carrera, tuvimos la misma novia (Mirentxu), pero él era rubio y tenía los ojos azules”, escribe el periodista, escritor y amigo Juan José Benítez en su página web. “Después coincidimos en La Gaceta del Norte, en Bilbao. Fuimos pareja como reporteros. Recorrimos América a la búsqueda de reportajes imposibles. Él terminó volando muy alto. Llegó a la Guerra de Vietnam. Yo volé más bajo con los ovnis. Él hacía fotos, aunque empezó dibujando chistes. Yo sólo sabía escribir, y poco”.
Sus artículos y fotografías -sinceramente no recuerdo la última vez que le vi sin una cámara fotográfica colgada al hombro siempre dispuesta para el disparo- se han publicado en los principales periódicos del mundo. Pero su sabiduría personal y profesional van sin duda mucho más allá que sus grandes exclusivas, sus textos de leyenda o sus imágenes para el recuerdo. Si todos los periodistas de este país que hemos aprendido de él y con él nos pusiéramos en fila uno tras otros ésta no tendría fin.
Los miembros de la banda de Dick Turpin éramos pocos pero amigos. Y siempre nos dábamos la mano de una forma especial que no relataré para no saltarme el viejo juramento que hicimos. Él no me perdonaría tamaña traición. La última vez que nos estrechamos la mano como viejos compañeros de banda fue en la redacción de EL ESPAÑOL. No la voy a olvidar jamás. Vino a vernos para hablar del oficio, del viejo y nuevo oficio de contar historias, de lo de siempre en resumidas cuentas -vea la foto que ilustra estas líneas- con su Leica al hombro, con su eterna sonrisa de hombre bueno, con su gran periodismo siempre a cuestas.