El decreto del Gobierno de Castilla y León que prohíbe matar al animal en la fiesta del Toro de la Vega está hecho para contentar a todos: partidarios y detractores. Con esta norma, el festejo podrá seguir celebrándose, incluso se podrá hostigar y herir al toro con tal de no darle muerte.
Aunque la iniciativa ha tenido mejor acogida entre los defensores de los animales que entre los ciudadanos de Tordesillas (Valladolid) y sus representantes políticos -que aseguran que sin la muerte del toro el festejo carece de sentido-, lo mejor hubiera sido su supresión. Estamos ante un espectáculo sangriento en el que se maltrata al animal con saña y crueldad. El hecho de que sea una tradición que se remonta a la Edad Media no es en este caso un valor, sino la constatación de que está fuera de lugar en el siglo XXI.
El Gobierno que preside Juan Vicente Herrera ha pretendido nadar y guardar la ropa y no ha afrontado el problema de frente. Quizás porque muchos creen que suprimir este festejo equivaldría a dar una baza a los animalistas en su lucha para suprimir las corridas de toros. Todo lo contrario. El toreo es una manifestación artística que nada tiene que ver con este otro tipo de diversiones con las que a veces se lo pretende comparar. Por tanto, la mejor forma de defender la lidia es acabar con manifestaciones en las que se maltrata al animal de forma salvaje y gratuita sin ningún valor estético como contrapartida.