Por primera vez en la historia de Estados Unidos, una mujer será la candidata a la presidencia como representante de uno de los dos grandes partidos. Ocho años después de su derrota en las primarias demócratas contra el entonces senador Barack Obama, Hillary Clinton ha logrado los suficientes delegados para asegurarse la nominación. Ahora deberá enfrentarse al magnate multimillonario y candidato republicano Donald Trump en la batalla por la Casa Blanca.
Antes de llegar hasta aquí, Clinton ha tenido que recorrer un largo camino. Después de ser primera dama, fue elegida senadora en el año 2000 y ocupó este puesto hasta la campaña de 2008. Tras su derrota frente a Obama, accedió a ser su secretaria de Estado durante su primera legislatura. Sin embargo, la designación de Clinton será mucho más que un triunfo personal. Estados Unidos es el país de las libertades por excelencia, en cuyo espejo se mira el mundo entero, por lo que nos encontramos ante un acontecimiento histórico.
A nivel interno, la nominación de la candidata en un país en el que tan sólo un 20% del Senado está compuesto por mujeres y en el que la brecha salarial con los hombres o la ausencia de baja por maternidad siguen siendo una realidad lacerante, también tiene un valor simbólico descomunal. Más aún cuando el que será su adversario en la contienda se ha mostrado como un retrógrado en cuanto a libertades civiles y ha destacado por sus comentarios sexistas y racistas durante la campaña.
No es sólo un símbolo
En 2008, la candidata demócrata pasó de puntillas por el tema del género, frente a un Obama que no dudó en explotar su condición de primer candidato afroamericano. No ha sido así esta vez, ya que Clinton ha hecho mucho hincapié en su papel de primera mujer con posibilidades de llegar a la Casa Blanca. A pesar de que no siempre ha enarbolado públicamente la bandera del feminismo, su compromiso con la igualdad de género ha sido constante en su larga carrera política. Como secretaria de Estado, impulsó los derechos de la mujer tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Durante su época en el Senado, copatrocinó y votó a favor de legislación destinada a hacer frente a la brecha salarial y a combatir la desigualdad.
No todas las mujeres ven a Clinton con buenos ojos. Según muestran las encuestas, los jóvenes, incluyendo a las millennials, prefieren al socialista Bernie Sanders. Esta brecha generacional entre las partidarias de Clinton y el senador de Vermont puede deberse a una diferencia de prioridades, ya que para aquellas generaciones que han vivido toda su vida sin ver a una mujer candidata, la urgencia de colocar a Clinton en el despacho oval es mucho mayor. Tampoco puede olvidarse que para muchos jóvenes, la exsecretaria de Estado forma parte del establishment. "Clinton representa 'el sistema'. Yo represento a los estadounidenses normales", dijo Sanders en el último debate.
Los claroscuros de Clinton
La candidata del Partido Demócrata no está libre de polémica. Su estrecha relación con Wall Street es motivo de preocupación para gran parte del electorado, debido al apoyo financiero que ha recibido históricamente de bancos y grandes compañías. Clinton tampoco ha logrado enterrar el escándalo de sus emails por utilizar un servidor de correo privado mientras era secretaria de Estado. Ese asunto sigue teniendo repercusión en la opinión pública americana.
A pesar de estos claroscuros, es indudable que de ser elegida, Hillary Clinton sería la presidenta más cualificada de la historia reciente de Estados Unidos. Su experiencia es enormemente superior a la de Donald Trump, que nunca ha ostentado un cargo público y ha basado su campaña en proclamas populistas y xenófobas. En su discurso reconociendo la derrota contra Obama, Clinton proclamó ante sus partidarios que aunque no se había podido romper el ‘techo de cristal’, le habían dejado 18 millones de fracturas. Ocho años después, este techo parece más cerca de romperse que nunca.