La idea de presentar el programa electoral como un catálogo de Ikea es una genialidad que confirma a Podemos como el gran partido moderno de España. Quien tiene la habilidad de trocar su programa político en una atractiva revista publicitaria está demostrando que es capaz de lograr lo que se proponga.
De partidos viejos, aburridos y achacosos se espera que hagan políticas viejas, aburridas y achacosas. Podemos echa mano de talento para reivindicarse como una formación nueva y distinta a todas las demás. Es en la forma más que en el fondo -ciertamente rancio- como trata de convencer a los ciudadanos de que son la clave para un verdadero cambio en España.
Con Podemos asistimos a la maximización de la publicidad como viga maestra de la política. La letra, las propuestas, son lo de menos. Como en cualquier catálogo que se precie, lo que cuenta es la imagen. El secreto es tratar a los votantes como potenciales clientes en el gran mercado de la democracia. No es una idea nueva; hace tiempo que inspira la estrategia de todos los partidos, pero nunca hasta ahora ese plan se había expuesto de forma tan evidente.
Tiene su aquel, por otra parte, que sea el partido que menos cree en la libre competencia el que explote todo el potencial de las técnicas de marketing para intentar vender su producto. Pero lo cierto es que Podemos está creando la ilusión, particularmente entre los jóvenes, de que están de moda: votarles a ellos es realmente guay.
En la guerra que se libra por la hegemonía de la izquierda, Podemos le está ganando claramente a los socialistas la batalla de la propaganda. En eso -quizás sólo en eso- se parece al PSOE de los ochenta. Igual que en la Transición los carteles de José Ramón Sánchez hicieron creer a muchos que la utopía era posible, Pablo Iglesias ha logrado, haciéndose el sueco, que muchos confíen en que aún es viable asaltar el cielo con una llave Allen.