Dos suicidios políticos ¿y el no me jodas que te pego un 'brexit'?
Sí. Si por la boca muere el pez, ¿cómo no va a morir un político con lo que habla y promete? Incluso dos. Le ha pasado a David Cameron. El 23 de junio era un día malísimo para celebrar un referéndum tan decisivo como la permanencia del Reino DesUnido en la DesUnión Europea. Una fecha inadecuada porque en la noche de San Juan, con sus hogueras, arde hasta el último sarmiento y se pierden las cabezas. El fuego simboliza la llegada del verano y, también, el nacimiento de San Juan Bautista, quien acabó decapitado por el caprichoso Herodes. Pues es lo que ocurrió el jueves: el primer ministro británico se inmoló en su propia hoguera y decapitó a Europa. La Unión ha quedado como esos pollos descabezados que siguen andando un tiempo sin saber hacia dónde van.
El suicidio político de Cameron no tiene un parangón reciente en la democracia más antigua del mundo. Para encontrar un caso de similar tontería hay que retroceder a finales del siglo XIX, a agosto de 1886, cuando el ministro de Finanzas británico, líder del partido conservador, presentó su dimisión por algo tan banal como un desacuerdo presupuestario con el titular de Defensa. Tras comunicárselo a la reina Victoria, llevó personalmente su carta de dimisión a The Times, entregándosela al bedel de recepción. Al enterarse Su Majestad, exclamó: “Este hombre está mal de la cabeza”
Aquel hombre que había perdido la cabeza, como Cameron esta semana, se llamaba lord Randolph Churchill, tercer hijo del séptimo duque de Malborough, padre de Winston Churchill. Citar a Winston Churchill en esta semana de duelo para Europa y para el mundo entero, por las consecuencias imprevisibles que tendrá la espantada británica, está justificadísimo.
Si Churchill hubiera obrado con la banalidad, el egoísmo, la cobardía y el ensimismamiento de David Cameron, el mundo hoy probablemente sería muy diferente. Hitler, quizás, habría muerto de viejo en su cama y no a los 56 años en un búnker en el Berlín arrasado de 1945. El Führer, líder en alemán, habría gobernado un estado pangermánico, con un territorio que iría desde el Atlántico hasta los Urales. Pero alguien llamado Winston Churchill, conservador y británico como Cameron, se interpuso en el camino. En su discurso inicial como primer ministro pronunciado en 1940, Churchill apeló a tres palabras para la Historia presente y futura: “Sangre, sudor y lágrimas”. Y así hasta acabar con la bestia, el Führer, que engullía una a una a las democracias occidentales europeas.
Si Churchill se hubiera plegado a la potente corriente que había dentro de su partido conversador, partidaria de dejar a Europa a su suerte, como ha hecho ahora Cameron, el Imperio Británico quizás seguiría existiendo hoy porque el III Reich estaba dispuesto a hacer esta concesión a las Islas a cambio de tener las manos libres en un continente pangermánico. Churchill, por el contrario, explicó a los británicos en su primera intervención como líder del país que su política se reducía a hacer la guerra: “Una guerra contra una tiranía monstruosa. La victoria, a cualquier precio”.
¿Puede establecer un paralelismo entre la situación desesperada que vivía Europa en 1940 y la que puede surgir tras el brexit? En cierto modo, sí. El peligro sobre la Europa de hoy está muy repartido, no como con Hitler. Y se llama nacionalismo, de derechas y de izquierdas. Y los extremismos se tocan. El brexit, la derrota de la Europa abierta, unida y libre, ha destapado en sólo unos días las ansias reduccionistas de los nacionalismos. Partidos de extrema derecha en Holanda o en Francia, que rozan el poder, piden votar si continúan en la UE. Escocia e Irlanda del Norte quieren decidir si se convierten en países independientes del Reino Unido.
El líder del Sinn Fein, el partido que sostuvo el terrorismo del IRA, plantea un plebiscito en Irlanda del Norte y la República de Irlanda para ser un solo país. En Italia, la Liga Norte ha vuelto hablar de independencia. En España tenemos a Cataluña y el País Vasco, sin olvidar que en Galicia y en la Comunidad valenciana los nacionalistas ocupan importantísimas áreas de poder. Estemos atentos, porque la nueva moda será 'no me jodas que te pego un brexit' en vez de un puñeto. Es decir, que convoco un referéndum.
Churchill ganó la II Guerra Mundial y perdió las elecciones en 1945, pero al año siguiente planteó la creación de los Estados Unidos de Europa para mejorar el nivel de vida de los europeos y asegurar la paz entre sus estados.
Europa ha abierto una nueva página tras el referéndum británico del jueves. Mientras vemos si “no siempre lo peor sucede”, como afirma la historiadora Carmen Iglesias, hoy toca escuchar para fastidiar a los británicos antieuropeos Sex Pistols. Cuando cantaban en los 70 su God save the Queen (“Dios salve a la reina, a su régimen fascista, este te convirtió en un subnormal….”) y su Anarchy in the U.K. (“soy un anticristo, soy un anarquista, la anarquía para el Reino Unido, estará llegando un día…”). Solo podemos decir: ¡que les aproveche!
¿Segundo suicidio político?
Sí. De la semana, será hoy el de Rajoy. Salvo que el líder y candidato del PP obtenga un resultado extraordinario, como sería alcanzar más de 140 escaños, Rajoy habrá cavado su propia tumba. Y, con ella, enterrará un poco más el futuro de España. El presidente del Gobierno desperdició su mayoría absoluta en 2011 para reformar España y regenerarla a la vez que enderezaba la situación económica. Para todo ello fue votado. Tras el 20-D de 2015, en el que el PP perdió un tercio de sus votos (¿qué le habría sucedido si fuera el presidente de una empresa privada?), no movió un músculo para desatascar la situación política. Y mañana, tras este 26-J, el escenario para el centro derecha político será seguramente peor, con la suma de una izquierda y una extrema izquierda dominante en la Cámara.
Rajoy ha adelantado que rechazará retirarse o ir a la investidura si se repite el resultado. Los clásicos decían: “Quod elixum est en asato” (No aséis lo que está cocido). Los ciudadanos iremos hoy a votar algo asqueados, hastiados y asados. Pero repetir las elecciones en diciembre de 2016, de lo que ya hablan dirigentes políticos, sería cocer al país en carne viva. El general Pavía no entrará con su caballo en el Congreso de los Diputados como sucedió en 1874 para poner fin a la I República, pero sí podría hacerlo el pueblo, literalmente harto.
También podríamos seguir votando cada seis meses hasta que el bebé de Bescansa salga de la Universidad, a ver si así tenemos para entonces una generación política más sensata que la de su madre y menos egoísta que la de Rajoy.
Hoy tenemos una prueba sobre el futuro y mañana por noche otra con la selección jugando contra Italia. Para desdramatizar y ser positivos, pensemos como José Luis Cuerda: la única prueba definitiva es la del embarazo.