El destino, imitando quizá por contagio a los guionistas de Hollywood, ha diseñado un duelo de infarto para el final de este 2016, como si no tuviésemos ya bastante. Por primera vez, uno de los dos grandes partidos estadounidenses presenta a una mujer como candidata presidencial. Y, como antagonista, el otro partido no presenta a un candidato normal, sino a un patán retrógrado, xenófobo, irracional, barato, estúpido y machista. La calaña de este añito se ve en que tales adjetivos no le restan, sino que le dan votos. La cosa se presenta reñida entre la civilización y la barbarie.
Así pues, para que Hillary Clinton sea la primera mujer presidenta de Estados Unidos deberá derrotar a un espantajo, esta vez sí, heteropatriarcal. Su país se la juega y el mundo se la juega. Resultaría desolador que el gran legado de Obama fuese un electorado que aupase a Trump. Sería un legado negro, en la otra acepción de la palabra. Pero confiemos de momento y pensemos en Hillary como la prolongación de la luz de su ébano bonito (¡luz temblorosa, que el mundo no está para reflectores!). Y también, por soñar que no quede, como adelanto de una futura presidencia de Michelle Obama, a la que muchos han visto postularse con la brillantez de su discurso en apoyo de Hillary.
Dada la magnitud de este combate alegórico, querríamos que Hillary Clinton no tuviese mácula. Es importante simbólicamente que sea mujer, y que con ella, como la propia Hillary dijo en su proclamación, se haya roto el techo de cristal. Pero parece que su virtud definitiva no está en ella misma, sino fuera: consiste en ser la alternativa a Trump. Comparada con Trump: ¡qué gran presidenta!, podemos afirmar ya de antemano. Con Trump, por contra, ni siquiera estamos seguros de poder afirmar que fue un presidente horrible tras su mandato, porque a lo mejor no quedaba mundo desde el que hacerlo.
Bajando a lo pequeño, qué gran momento será cuando Hillary tome posesión del despacho oval en que Bill anduvo con Lewinsky. Proliferan los chistes sobre su desquite con hipotéticos becarios... Pero su gran desquite será estar simplemente allí: al fin y al cabo, parece que fue por esa apuesta por lo que en aquel momento se contuvo.
Su affaire particular, por otra parte, ella lo ha tenido antes de llegar a la presidencia: el del uso de su mail privado para tratar asuntos oficiales reservados. Teniendo en cuenta que ella tenía clarísimo que su objetivo era presentarse a presidenta, estuvo un poco burra ahí. Lo cual no deja de ser un homenaje a la mascota de su partido. Y también en este terreno le gana a Trump, cuya existencia es un homenaje sin pausa al elefante en la cacharrería.