Los Juegos han terminado este domingo para Rafa Nadal, un deportista cuyo ejemplo trasciende con mucho la simple pista de tenis. La cita olímpica ha venido a confirmar -si es que quedaba alguna duda-, que Nadal es el mejor deportista español de todos los tiempos. Y no solo por su palmarés, ampliado con el oro de dobles junto a Marc López, sino por su actitud antes, durante y después de cada partido.
Tras dos meses fuera del circuito, con la muñeca maltrecha y fuera de ritmo de competición, Nadal ha vuelto a dar una lección de pundonor, de espíritu de sacrificio y de amor a España. Lo ha hecho en un torneo que muchos profesionales sacan de su calendario precisamente por la ausencia de rédito económico, una competición en la que se lucha sólo por la gloria deportiva y por los colores del país al que se representa.
Ver vaciarse a Nadal, sufrir hasta la extenuación ante Del Potro o contra Nishikori, hacer frente a todas las adversidades -incluidos los absurdos horarios impuestos por la organización de Río-, sin ahorrar un solo esfuerzo y cuando nada tiene ya que demostrar, es un ejemplo que quedará en la retina y en la memoria de todos.
Nace un genio como Nadal una vez no se sabe cada cuántas centurias. Congratulémonos por haber sido testigos de sus proezas y de que sea compatriota nuestro.