De las muchas cosas que me han aportado los hombres con los que he estado, una ha sido el fútbol. Los que han pasado a la posteridad de los recuerdos y no se diluyeron en el olvido, todos, absolutamente todos, son futboleros. A sus cuarenta y ocho años y rondando los 100 kilos de peso, El Patillas de mis amores juega aún su pachanga semanal con una rodilla destrozada en ligas de campos de tierra. Aquellos partidos los sábados a las 9 de la mañana, con los que comenzó a los dieciséis años, bordearon la heroína que tan de moda estaba en la Malasaña a la que no se le cantaba aún la modernidad.
Desde entonces, en esta familia se le tiene tanta fe al fútbol, que se echa la quiniela con la misma liturgia con la que otras van los miércoles a pedirle a San Judas Tadeo. Idéntica. De hecho mi suegra cumple con ambas y le pide al santo lo de rigor: trabajo y salud, dejando escapar por lo bajini “y una quiniela” por si el milagrero andara milagroso y cayera otra de trece como la que los salvó hace treinta y cuatro años de un larguísimo invierno que parecía infranqueable.
Entre esta gente solo está permitido escaquearse de echar la quiniela durante el descanso de la temporada estival. Si es que eso consigue que no la haya porque este verano he pronosticado un Eupen-Mechelen, un Norrköping-Gefle y hasta un Paysandu-Londrina como si pudiera situar las ciudades en las que juegan en el mapa. Pero la fe no necesita demostraciones sino grandes dogmas. Y somos muchos los que creemos en la salvación de un boleto sellado el sábado antes de las tres de la tarde, Montoro incluido. Al ministro de Hacienda y Administraciones públicas se le debieron de poner de corbata viendo que no le cuadraban las cuentas y ha tirado de competiciones foráneas para seguir recaudando ese 20% al que él mismo obliga en cuanto los aciertos te reportan premios superiores a los 2.500 euros.
Este fin de semana vuelve nuestra Liga y lo agradezco infinito. Sé los nombres, los nuevos fichajes y hasta tengo una bandera rojiblanca que colgaré del balcón en primavera. Volveré a pasar la tensión de glúteos propia de los domingos por la tarde cruzando los dedos por tener que tributar a Hacienda ese 20%. ¡Qué emoción! Cuánto me gusta volver a jugar en casa.