Lorquiedro
El autor repasa la figura de Federico García Lorca y subraya su compleja personalidad, tantas veces obviada para resumir al poeta universal mediante simples tópicos.
Ya han pasado 80 años del crimen, que fue en Granada… Hay que ser muy grande para que Machado te escriba un poema así, poco antes, nada menos, de su propia muerte, en el exilio. Claro que también hay que tener la suerte de que te maten joven y a lo bestia. ¡Ya quisieran las estrellas de la música! Es verdad que morir por depresión y adicción a las drogas, desde Kurk Cobain hasta Amy Winehouse, con su apellido inexorable hacia el alcohol, tiene su aquel romántico postuberculoso. Y Bowie, que sobrevivió a su juventud, supo componerse su propio réquiem días antes de ser devorado por el cáncer, dándole así vida glam a la leyenda fantasmal de la muerte de Mozart. Pero nada como ser una celebrity y que te peguen un tiro.
Que se lo digan a John Lennon. Pues lo mismo, Federico García Lorca. Porque en su época, la poesía era como la música: como la de Los Beatles o la de Los Chichos, según la calidad de unos o el estilo de otros, o según los gustos como colores de cada cual. O sea que Lorca era el indie que causaba furor, y lo fusilaron, sin más aviso que la noche y traicionado, para más inri, por un amigo de su familia. Si hubiera habido redes sociales, los servidores se habrían colapsado. Aunque sin Facebook, sin Twitter siquiera, la noticia corrió como la pólvora, negro sobre blanco, en los papeles. Era el comienzo de la primera guerra mediática de la historia y Hitler estaba a un tris de liar la mundial. Lorca se convirtió, irremediablemente, en un mito.
Abonó el imaginario mitológico con sus propias creaciones: Yerma, Bernarda Alba e Ignacio Sánchez Mejías
De los mitos nos quedamos con lo que tienen de mito, claro, y ahí está la grandeza y el problema: que el mito suele darse el lote con la ficción. Por ahí tira la cabra al monte de la gloria, como explicaba Ovidio al final de su obra magna de mitología: viajar inmortal por encima de los astros de las alturas y, gracias a la fama, vivir por todos los siglos. Pero esta es también la senda de las versiones espurias y de los dimes y diretes, que al final ya no se sabe qué ni quién ni cómo ni por qué: si Patroclo era primo de Aquiles, o si era un buen amigo, o si era un amiguito que estaba bueno. Vaya tela. Pasa igual con Federico. Su obra es tan genial, que produce monstruos de poesía, “con el alma de charol” y “silencios de goma oscura”.
Es capaz de abonar el imaginario mitológico universal con sus propias creaciones, de Yerma a Bernarda Alba, sin olvidar la categoría de mito con que reviste a Ignacio Sánchez Mejías al morir de una cornada: “y los toros de Guisando, / casi muerte, casi piedra, / mugieron como dos siglos, / hartos de pisar la tierra”. Pero en esto tiende a quedarse el mito lorquiano, en la matraca del duende y del flamenco: “Por el olivar venían, / bronce y sueño, los gitanos. / Las cabezas levantadas / y los ojos entornados”. Además, la leyenda lorquiana se cuaja con la nata del homosexual, que está muy bien para el Sálvame de Luxe, y se salpimienta con lo de rojazo, que el Ferreras y la Pastor explotarían con fruición en La Sexta. Lorca sobrevive gloriosamente, pero en una imagen vaga o adulterada. Es como Hamlet: universal para siempre, pero por una sola frase. Ser o no ser: el Lorca que es ha dejado de ser el Lorca que fue.
Fue un personaje complejo. Del rojo no se le pegó el comunismo de Alberti, sino el liberalismo de izquierdas
Para conocer al que fue, hay que trascender el mito que es. Y entonces se puede ver que Lorca fue un personaje complejo, con una amplia paleta de matices. Del rojo no se le pegó el comunismo de Alberti, sino el liberalismo de izquierdas, algo que sí existió/existe, por raro que le parezca a los cabecicírculos y a los cabecicubos de la política. Claro que no es cuestión de sorprenderse, porque Lorca fue un niño bien, con dinero de papá para irse a Nueva York. Allí vio el filón para darle gusto a Dalí, por quien estaba colado, y dejó a los gitanos folklóricos por los negros surrealistas: “La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean en aguas podridas”.
También está el Lorca que te dejaba en la infancia la boca abierta como una luna, con el lagarto que está llorando, con la lagarta que está llorando. Y el Lorca obsceno, cuando entiendes de mayor que a la gitana Preciosa “el viento-hombrón la persigue / con una espada caliente”. Podrían retratarse otros Lorcas, y siempre serían el mismo: son las sutilezas que se esconden tras el mito unificado/simplificado. Es como Unamuno, atormentado por una lucha interior de muchos yoes, cada uno con su opinión. Por no copiarle la idea, digamos que Lorca tuvo muchos lados, como un poliedro. Quiere decirse: como un Lorquiedro.
*** Guillermo Laín Corona es profesor de Literatura Española en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.