Sí. Aclaremos que tonto no es un insulto, es un adjetivo calificativo, como diría el portero del Sporting de Gijón Iván Cuellar. Abres un periódico, pones el dedo al azar sobre una noticia y te sale un tonto, o sea, un falto o escaso de entendimiento, que es la primera acepción del tonto según el diccionario de la RAE. También el dedo podría coincidir con el significado coloquial atribuido a otro tipo de tonto: dicho de una persona pesada y molesta.
Los tontos proliferan en los últimos años entre la clase política española, convertida ya en la tercera preocupación de los españoles. Últimamente, el 'tontómetro' los detecta en abundancia en Cataluña. O Catalunya. ¡Qué más da! Veamos algunos ejemplos:
Carme Forcadell. La presidenta del Parlamento catalán parece haberse hecho la tonta esta semana. El mismo día en que el Tribunal Constitucional encargaba a la Fiscalía la apertura de una causa penal contra Forcadell por haber permitido en julio pasado la tramitación y aprobación de las conclusiones de la Comisión sobre el proceso constituyente, la Cámara catalana ha ratificado la celebración de un referéndum vinculante sobre la independencia de Cataluña en septiembre de 2017.
En el caso de Forcadell, llueve sobre mojado. Ella es una mujer que fía y porfía en su supuesta tontería. Días atrás, en un acto oficial, la segunda autoridad de la Cataluña independentista puso como ejemplo el acuerdo de paz de Colombia para lograr pactar con España el referéndum catalán. Comparó sin el menor rubor la situación de Colombia, desangrada durante más de 50 años por una guerra civil entre militares, paramilitares y grupos terroristas como las FARC, con la pacífica España.
Se calcula que en el conflicto armado colombiano han muerto, directamente, cerca de 250.000 personas, si bien más de seis millones de colombianos han sufrido las consecuencias entre heridos, secuestrados (muchos, prolongados durante años), torturados y violaciones. Exactamente, como en Cataluña. Si en Colombia se acordó celebrar un referéndum para cerrar esta herida sangrante (por cierto, con una victoria del 'no' el domingo pasado a los términos del proceso de paz), en Cataluña hay que celebrar otro de similar importancia, según la doctrina Forcadell.
Si allí seis millones de personas, dentro de los 48 millones de habitantes de Colombia, han padecido las consecuencias de una guerra civil no declarada, en Cataluña las víctimas de la dolorosísima opresión del Estado español, oprimidos económica y psicológicamente, serían directamente los cerca de 8 millones de catalanes. Colombia y las FARC igual a Cataluña y España; ergo, referéndum. Así opera el silogismo de Carme Forcadell en su mente privilegiada.
Carles Puigdemont. El president del Govern ha conseguido aprobar esta semana los presupuestos del estado en ciernes para 2017 por la gracia de los anticapitalistas y antisistema de la CUP. En la exposición para sacarlos adelante, Puigdemont hizo unas promesas políticas que ha dejado atónitos (El Brocense concluyó en el siglo XVI que tonto viene del latín attonitus) a todos los catalanes.
Prometió regalar a todos los niños (catalanes) de 6 años un libro para que empiecen su biblioteca, trabajar para poder fijar un salario mínimo (catalán) de 1.000 euros, convocar en 2017 unas 7.000 plazas nuevas en la Administración Pública (catalana), crear nuevos centros sanitarios (catalanes), una voto electrónico para que todos los ciudadanos (catalanes) en el extranjero, una voz propia (catalana) en Europa para denunciar la política española, una iniciativa para identificar a familiares (catalanes) de desaparecidos en la Guerra Civil y durante el franquismo…
Y una promesa (catalana) final: “Estamos preparando la unificación de deudas para así poder actuar con independencia de la Agencia Española de la Administración Tributaria”. No aclaró Puigdemont, en el más puro estilo de los tontos, o de los listos, depende de cómo se mire, quién pagará la deuda unificada (catalana). Porque Cataluña es la comunidad autónoma española más endeudada, con 74.757 millones de euros, deuda que en el segundo trimestre de 2016 ha crecido en 2.479 millones. Cataluña ha pasado de deber 35.616 millones en 2010, en que comenzó la deriva independentista de Artur Mas, a los 74.757 millones actuales.
Las arcas catalanas están llenas de palabras, pero vacías de dinero. Será, también, para darle la razón a Covarrubias, para quien tonto viene del latín tondus, cuyo significado era vacío o vacía, como la caja catalana.
Marcela Topor. Es la esposa del president Puigdemont. También ha hecho méritos para aparecer en este medallero de urgencia de la semana, aunque su actuación digna de reseña data de hace unos meses. Topor, actriz rumana afincada en Cataluña por su matrimonio con el político ex periodista, entrevistaba en su programa televisivo del canal Punt Avui al cónsul general de Estados Unidos en Barcelona, Marcos Mandoja. El objetivo de la entrevistadora era extraer del cónsul americano unas palabras de aliento y comprensión para el movimiento independentista catalán. Como Mandoja no cejó en su empeño de proclamar que España es un país aliado de Estados Unidos, destacando los beneficios de vivir en grandes países unidos, la esposa del president tuvo que centrarse en preguntas sobre la cocina catalana y los lugares aconsejables para los norteamericanos que visitaran Cataluña.
Decía el ilustre escritor y periodista catalán Josep Pla que el problema “de esto y de aquello” lo tienen los charlatanes: “Claro que el charlatán es más o menos peligroso, según el país del que forma parte y según la lengua que hable. El charlatán pegajoso es el más peligroso, porque tiene cierta tendencia a proyectarse sobre los que están ocupados. De ahí que resulten exasperantes, pues embrollan y complican todos los negocios (…).
“Es difícil eliminar al charlatán, porque se considera un hombre superior, literalmente importante. La fauna humana es un prodigio de variedad de charlatanes”. ¿Se le ocurre a usted, estimado lector, una definición mejor que ésta, la del charlatán, para aplicarla a buena parte de la clase política catalana y española en general? "Tendencia a proyectarse sobre los que están ocupados trabajando…" “Se considera superior y literalmente importante…” “El charlatán pegajoso es el más peligroso…”. A Pla sólo le faltó añadir que como los políticos charlatanes hablan tanto, sin escucharse unos a otros y nada solucionan, periódicamente, cada seis u ocho meses, exigen a los ciudadanos que les votemos. O, mejor, botémoslos.
¿Pobre Haití?
Sí. El huracán Matthew ha causado esta semana cerca de 1.000 muertos en la isla, apenas seis años después de que, en enero de 2010, un terremoto dejara sin vida a 310.000 haitianos y más de 1,5 millones se quedaran sin hogar. Haití es una desgracia con un nombre que suena a grito.
La historia de Haiti está zurcida con el hilo de la tragedia. La isla antillana, que comprende también la República Dominicana, fue bautizada como La Española por Cristóbal Colón tras llegar allí el 17 de diciembre de 1492. Precisamente, este miércoles, 12 de octubre, conmemoramos la Fiesta de la Hispanidad en homenaje a la gesta colombina y a su llegada a América en este día de aquel año.
El remate para los haitianos, tras el desgraciado paso español, fue convertirse en colonia francesa. En 1804, al lograr su independencia de Francia, el país de la libertad, de la igualdad y la fraternidad obligó a Haití a un pago anual en compensación. Se prolongó hasta mediados del siglo XX. Se calcula que los pobres haitianos abonaron a Francia el equivalente a 17.000 millones de euros actuales.
Estos 17.000 millones servirían hoy para poner en marcha un país olvidado de Dios, tierra de provisión de esclavos durante décadas y refugio de piratas.
Como la propaganda independentista catalana todo lo utiliza, cualquier día Forcadell, Puigdemont o Romera, inflamante 'ministro' de Asuntos Exteriores catalán, comparan Cataluña con Haití como ejemplo del malvado colonialismo español y sus consecuencias.