Sí. Por un momento, imaginen que la emblemática figurita de los belenes catalanes cobra vida y el caganer defeca haciendo el pino, con la cabeza donde deberían estar los pies y los pies donde se halla la cabeza. ¿Cuál sería el resultado? Pues el pasado jueves por la noche, mientras asistía al estreno de Ricardo III en el Teatro El Español (del periódico EL ESPAÑOL al teatro El Español, no se me ocurre mejor plan diario), me sucedió algo imprevisto.

Cada vez que los actores, en una licencia de la adaptación de la obra de Shakespeare, cantaban el siguiente estribillo, “El mundo está vuelto del revés, con la cabeza en los pies”, por una extraña relación se me venía a la mente la situación política de Cataluña representada por un caganer en posición invertida. Será porque esa misma mañana había estado hojeando un libro imprescindible de John Elliot sobre el conde-duque de Olivares y la rebelión de los catalanes en 1640, o quizás porque horas antes había hablado con dos compañeros sobre la cobertura del show que muchos ayuntamientos preparan para este martes, en el día de la Constitución. Lo cierto es que no podía quitarme de la cabeza, durante la noche teatral, la imagen del pastorcillo catalán con su regalo pendiendo de un hilo.

Porque, díganme ustedes: ¿Acaso no es tener la cabeza en los pies que el Parlamento catalán apruebe una partida de 6 millones de euros para el referéndum de independencia del próximo año, recogida en los presupuestos de la Generalitat para 2017, al tiempo que el gobierno autónomo solicita 7.000 millones de euros al Estado español para seguir afrontando los gastos corrientes? Pero la cagada presupuestaria del caganer prenavideño es más abundante aún.

Sólo un dato más: los presupuestos de la Generalitat para 2017 recogen una dotación de 93,3 millones para la Agencia Tributaria de Cataluña, con un aumento de 57 millones respecto a 2015, y una ampliación de plantilla de 459 personas, en otro paso más hacia la ruptura con el Estado. Recuérdese que la deuda de Cataluña es de 75.000 millones de euros, pese a lo cual la administración pública catalana aumentará en 7.000 el número de funcionarios.

“El mundo está vuelto del revés, con la cabeza en los pies”, repetían los actores para explicar lo inexplicable: cómo el duque de Gloucester, futuro Ricardo III, un ser físicamente deforme, sanguinario y malvado hasta lo inimaginable, acaba haciéndose con la corona de Inglaterra gracias a su magnetismo diabólico y su capacidad embaucadora.

Es verdad que la vida es puro teatro y sólo así se comprende la actuación descarada de quien gasta con una mano del erario general, como si fuera suyo, y pide con la otra al mismo fondo que menoscaba pero dejando claro que ese dinero está orientado a un único fin: la independencia.

Por las redes sociales circula un vídeo que por su simpleza es más adecuado para parodiar la situación catalana respecto a España que la obra Ricardo III, con sus ricas complejidades psicológicas. El vídeo aborda la conflictividad en la escuela. Se ve al típico profesor de escuela, con una pizarra detrás, que, muy animoso, pide un voluntario para resolver una ecuación escrita en el encerado.

-“A ver, Urrutia”, anima el profesor a un alumno de mirada bovina.

Al instante, aparece un hombre adulto que dice:

-“Mi cliente no está obligado a abandonar el pupitre. Si sigue hostigándole de esa manera, voy a tener que ponerle una querella”.

Se trata del abogado que defiende el derecho a la necedad del alumno. Timorato, el profesor aclara que entonces tendrá que ponerle un cero. A lo que el letrado, contesta:

-“¿Eso es una amenaza?"

-“Yo no amenazo a nadie. Sólo recuerdo las obligaciones que tiene todo alumno”, puntualiza asustado el docente.

-“O sea, que usted pretende obligar a sus alumnos a estudiar... Muy bien, nos veremos en los tribunales”.

Cambie al profesor por Montoro; al alumno por Oriol Junqueras, y ponga de abogado a Carme Forcadell, presidenta del Parlament catalán, y estaremos ante una situación parecida a la relación del Gobierno central, representante del Estado y de los intereses de todos los españoles, con el Gobierno catalán y la cámara autonómica. Así está el patio del colegio político catalán.

Cristóbal Montoro y Oriol Junqueras. Efe

¿PASADO MAÑANA, MÁS?

Sí. El martes, día de la Constitución, festivo en todo el Estado, más del 70% de los 948 municipios de Cataluña abrirán los ayuntamientos como una jornada laborable. Más que nada, por molestar, porque la gran mayoría de los vecinos de todos estos pueblos harán puente. Resulta llamativa esta pose de animadversión catalana contra la Constitución española, aprobada el 6 de diciembre de 1978, cuando el 90,46% de los votantes de Cataluña optaron por el sí en aquel referéndum. Cuatro puntos por encima de la comunidad de Madrid.

La Historia siempre se repite. Es una noria que da vueltas. Decía Pla que el catalán es, por encima de todo, un ser que añora, palabra cuyo origen etimológico es, precisamente, noria.

Y ahí seguimos. Y siguen. En 1640 se quejaba Gaspar de Guzmán, más conocido como el conde-duque de Olivares, de la actitud de los catalanes, que ya entonces –decía el valido de Felipe IV- pedían ayuda a la monarquía hispánica frente a Francia y otras potencias enemigas pero se negaban a contribuir con hombres e impuestos a la Unión de Armas. El hispanista Elliot define al conde-duque, gran protector de Quevedo (de ahí las pullas de éste contra los catalanes) como “una de las mentes más brillantes, avanzadas y modernas de su tiempo”.

Gaspar de Guzmán quiso convertir España en “un estado orgánico, unificado, en el que las gentes de todas las partes tuviesen una consideración igual”. Y fracasó. Según decía, las instituciones catalanas existentes en aquel momento defendían “los privilegios y libertades para la aristocracia, no para el pueblo”. Hoy la aristocracia catalana es su clase política. Aserto que sirve para todos los políticos del Estado.

Retrato del conde-duque de Olivares realizado por Velázquez. Efe

El mundo estaba vuelto del revés, y así sigue, con la cabeza en los pies. Aquel año de 1640, con la dinastía de los Austrias en sus últimos estertores, a punto de llegar los Borbones, la monarquía hispánica luchaba por evitar la desintegración de España, con rebeliones en Cataluña y en Portugal, cuando el país vecino aún formaba parte de la corona española.

Precisamente, los reyes de España acaban de regresar de Portugal, en una visita de Estado que ha roto el gafe internacional de Felipe VI y la reina Letizia. El año de 1640 pasó a los anales de la historia como el annus horribilis de la monarquía, así como este 2016 lo ha sido para nuestro rey y jefe de Estado, impotente ante la paralización política nacional y el imparable proceso de ruptura de Cataluña, con una Generalitat instalada en el principio Uti possidettis, uta possideatis (Lo que tienes de hecho, te pertenece por derecho).

¿LOCOS POR LA CARRETERA?

Sí. No sólo Pedro Sánchez se ha echado a la carretera; también lo ha hecho Pablo Echenique. El secretario de Organización de Podemos promete recorrerse España en su papamóvil para recoger ideas para su Banco de Propuestas. El Banco de Propuestas de Podemos es una especie de Banco de España al revés: en él todo será gastar en vez de contener y recaudar. Imagínese quién lo pagará.

Nada nuevo en este país. Hace unos años, el número dos del Tesoro de EEUU, tras visitar la Comunidad de Valencia, dijo a las autoridades autonómicas: es asombroso lo que han hecho ustedes, pero en Estados Unidos no podemos permitírnoslo. Hace unas semanas, en un congreso de dermatólogos en Alemania, un especialista alemán felicitaba a sus colegas españoles por la utilización en la medicina pública de un fármaco, carísimo, en el tratamiento de la psoriasis: “En Alemania no podemos permitírnoslo con esa profusión”, concluyó.

¡Qué grande es ser español! ¡Qué orgullosos debemos sentirnos! ¡Cómo gastamos! Fieles a nuestros antepasados. Aquellos hidalgos famélicos que, al salir a la calle, se pegaban unas migas de pan en las barbas y se untaban los bigotes con grasa, para aparentar que estaban ahítos de tanto comer. Y con telarañas en los bolsillos y en el coco.