Sí. Descabezado y capado, al tratarse del autor de aquel “manda huevos” de hace 20 años en el Congreso de los Diputados. Y es que el destino, escrito o no, planea sobre nuestras vidas y no nos damos cuenta de él hasta el último momento, hasta que se nos cae encima.
Esta semana, a Federico Trillo se le ha venido encima su pasado. Y en dos actos: como ex ministro de Defensa y como doctor en Derecho y en derechas gracias a su tesis El poder político en los dramas de Shakespeare, en los que traición rima con gobernación, y gobernación con traición. Y de eso el político sabe mucho.
Acto I. El Yak-42.
Inesperadamente, como suele suceder con las exclusivas periodísticas más letales, El País publicó para empezar 2017 un acuerdo del Consejo de Estado, adoptado en octubre pasado, sobre un hecho lejano y casi olvidado. Sucedió en 2003, cuando Federico Trillo era ministro de Defensa. Aquel hecho constituye uno de los episodios más siniestros y negros de la reciente historia política de España.
Siniestro, porque murieron 62 militares españoles al estrellarse en Turquía un avión de regreso de la guerra en Afganistán. Y siniestro porque siniestra fue la manera de actuar de los enviados por Trillo para repatriar los cadáveres.
Negro, también, no ya sólo porque la mayoría de los cuerpos quedaran calcinados, negros como el carbón. Oscuro, sobre todo, por la trama que acabó descubriéndose en relación con la contratación del aparato. Por negligencia administrativa o por oscuros intereses económicos, el Ministerio de Defensa, previo pago de 170.000 euros, de los que 100.000 se perdieron en intermediarios, contrató el transporte a una compañía de aviación ucraniana pese a que semanas antes un informe lo había desaconsejado al no ofrecer estos aparatos seguridad suficiente.
En este episodio, Trillo actuó como un gallo, el animal que más le encaja dentro de la fauna política española. Estiró la cresta, desplegó sus mejores plumas y se presentó con diligencia en el lugar de los hechos. Tras inspeccionar los restos que quedaron esparcidos por el monte turco sin quitarse sus zapatos de 200 euros ni su corbata de seda, recordó a los generales españoles desplazados allí que en dos días, el jueves 29 de mayo de 2003 (el siniestro se produjo el 26), se celebraría en Madrid el entierro y homenaje a esos caídos por la patria. ¡A sus órdenes, ministro!
Pasó lo que pasó: a España llegaron 62 féretros. Cosa bien distinta fue a qué militares pertenecían los restos que contenían. Cuando se descubrió, el enredo parecía haber salido de la pluma de Shakespeare. Como no había tiempo para identificar todos los cadáveres, y pese a la advertencia de los forenses turcos, los restos de al menos 30 cuerpos fueron colocados porque sí en otros tantos féretros, y entregados en Madrid a sus supuestos familiares. Eso sí, con todos los honores posibles.
El general médico Vicente Carlos Navarro cumplió con su misión: firmó en Turquía la recepción de los cadáveres (a los forenses turcos les llamó también la atención la botella de vodka que había apurado el militar español, tal y como publicamos en el suplemento Crónica) y aterrizó con los féretros en Getafe. Misión cumplida. Al menos Trillo no escribió aquello de “al alba y con tiempo duro de levante”, como en agosto de 2002 tras la toma del islote de Perejil, su gran hazaña como ministro de Defensa.
Acto II. La traición.
El Consejo de Estado dictaminó en octubre pasado, casi 14 años después de estos sucesos, que el Ministerio de Defensa y, por tanto, el ministro de Defensa Trillo, fueron responsables de una terrible negligencia. Homicida, cabría añadir.
Curiosamente, el presidente del Consejo de Estado es José Manuel Romay Beccaría, ex ministro del PP. Este gallego es uno de los amigos íntimos del presidente Mariano Rajoy, con el que no sale a caminar porque ya no está en edad. Llama la atención que Trillo, ya en octubre con los días contados al frente de la embajada de Londres, aspiraba a hacer carrera en el Consejo de Estado, del que es jurídico por oposición.
“Puedo asesinar y sonreír mientras asesino”. La frase no es de Rajoy ni del mismo Trillo, pero podría ser. Pertenece al Enrique VI de Shakespeare. Más le encaja al todavía embajador en Londres otro personaje que él, como especialista shakesperiano, conoce bien. Se trata de Cloten, el hijastro del rey Cimbelino, célebre drama en cinco actos del autor universal.
En un momento de la obra, exclama Cloten: “Cualquier don nadie puede pelear hasta hartarse, y yo aquí, de un lado para otro, como un gallo con el que no se atreven”. A lo que, en un aparte, un noble intrigante contesta: “Eres un gallo y un capón, y con la cresta caída se te escapan los gallos”.
Gallo o capón, Federico Trillo, abogado consigliere del PP en más de un episodio económico turbio, más propio de El Padrino que de un partido político, ha acabado descabezado.
¿Más traiciones en el PP?
Sí. 2017 ha amanecido gélido. No tanto como en enero de hace 80 años, cuando en la batalla de Teruel se llegaron a superar los 20 grados bajo cero, con sensaciones térmicas en el frente de hasta menos 30.
En el frente del PP actual se adivinan varias guerras internas. Trillo, que ya no pintaba nada, ha caído. Últimamente parecía haberse aproximado a José María Aznar, quien le nombró ministro de Defensa. Aznar se lo agradeció así por apoyar su candidatura como líder del partido ante Fraga y en perjuicio de Isabel Tocino, militante del Opus Dei como Trillo.
Todo esto suena hoy a batallitas del abuelo. Dé Aznar, o no dé, un paso al frente en el impulso de un nuevo partido, hay otra gran batalla que se está librando en el seno popular. En una guerra ya sin cuartel. La protagonizan la vicetodo Soraya Sáenz de Santamaría, aspirante a presidenta, y María Dolores de Cospedal.
Si sospechosa resulta la filtración del acuerdo del Consejo de Estado sobre Trillo, no menos llamativo resulta que, a un mes del congreso del PP, en el que está en juego si Cospedal sigue de secretaria general, se publique ahora la supuesta participación del marido de ésta, Ignacio López del Hierro, en una sociedad relacionada con los Pujol. Una relación en todo caso que se habría producido muchos años atrás.
Soraya quiere acabar con Dolores y Dolores, si pudiera, con Soraya. La ministra de Defensa tiene militares y tanques, que no puede utilizar contra el Palacio de la Moncloa, y la vicepresidenta del Gobierno tiene los espías y los informes del CNI, que hieren y matan más que los obuses más certeros.
Ser ministro de Defensa es un chollo, le decía Trillo a su sucesor, Bono. Tienes de todo, hasta aviones (aunque algunos se estrellen). Pero ser ministro de Defensa está gafado: Narcís Serra acabó mal, Bono tampoco salió por la puerta grande y a Trillo le han cortado esta semana la cabeza y los espolones como a un gallo desahuciado. Sin embargo, Cospedal, ex miss Simpatía de Albacete, es más dura de pelar que los tres políticos citados juntos. “El alma de este hombre son sus ropas”, exclama otro personaje shakesperiano en Bien está lo que bien acaba. La batalla de febrero ha comenzado y la ministra de Defensa se ha puesta la ropa de faena para la guerra, aunque tiene todas las de perder ante la hormiga atómica de la Moncloa.