El profesor y escritor Gabriel Magalhaes (1965, Luanda, Angola) ha dedicado su carrera a estudiar la identidad de España. Pasó la niñez en el País Vasco y se doctoró en Salamanca. Hace un año publicó un ensayo (Los españoles, Editorial Elba) en el que, a partir de la historia de España, explora posibles soluciones a los retos actuales.
Está convencido de que la tensión separatista y el final del bipartidismo pueden ser dos oportunidades para convertir España en el espejo en el que se mire Europa, defiende que la solución al problema catalán pasa por cambiar desde el colegio la actitud respecto de las lenguas cooficiales, asegura que España aún respira por la herida de la Guerra Civil y analiza la corrupción, la crisis de identidad europea, el auge de los populismos y el fenómeno de la inmigración desde una perspectiva audaz y pincelada de alusiones al cine de Einsestein, Renuar y Fasbbinder.
¿Por qué dice que España es un "sistema de tensiones y cortocircuitos"?
Son tensiones que explican el lado dinámico de España: el ajetreo español, la intensidad hispánica, se agradecen. Bien vivida, esa tensión constituye una riqueza que abunda en la diversidad cultural del país. Mal vivida, sin embargo, esa tensión es una tragedia. Yo creo que España puede empezar una buena época, mucho mejor que la anterior.
¿Cuáles son esas tensiones y por qué cree que España puede iniciar una época mejor?
Las tensiones vienen generadas por la convivencia entre las distintas nacionalidades y lenguas de España y, también, por la memoria de la Guerra Civil, que está muy presente en la vida española. La tensión entre el bando vencedor y el derrotado sigue muy presente. Cuando yo era niño y estaba en España, en los 70, había muchas historias sobre la Guerra Civil. Luego hubo un pequeño periodo de silencio y entre el XX y el XXI volvió a florecer todo aquello con una explosión de libros y películas. En Salamanca enmarcaron la efigie de Franco porque resultaba más fácil limpiarla cuando le echaban pintura, luego está la búsqueda de los restos de García Lorca... Todas esas tensiones prueban que hay cicatrices que deben tenerse en cuenta.
¿Podría volver a producirse una tragedia?
No hay ninguna posibilidad de que algo así pueda volver a ocurrir en España, pero la tensión está ahí y estuvo muy presente con los gobiernos de Zapatero.
¿Qué le parece a usted la Ley de Memoria Histórica?
No la he leído, sólo conozco lo que aparece en los periódicos, lo que he oído, y no voy a decirle yo a los españoles lo que tienen que hacer. Es un tema muy delicado, no me atrevería a hurgar en esas heridas.
¿Y como filosofía general, revisar el callejero, retirar esa efigie de Franco de la Plaza Mayor de Salamanca?
Yo dejaría a los españoles que, con su creatividad, solucionaran este asunto. Es obvio que ahí hay algo que hay que equilibrar o suavizar. En el caso portugués, como la Revolución de los Claveles no fue cruenta, se hizo el reciclaje del país muy rápidamente, aunque con traumas dramáticos como el de la descolonización. En Portugal, sólo las clases más humildes y pobres fueron a las colonias y, luego, cuando se produjo la descolonización, esas gentes quedaron muy desprotegidas. El caso español es muy distinto.
¿Por qué?
Porque en España ese reciclaje se hizo en dos fases. La primera fue la Transición, que fue muy buena. Y ahora todo en la sociedad española empuja hacia una segunda fase de reciclaje con dos palancas claras: la de las identidades nacionales, que piden un reconocimiento más acentuado, y Podemos. Ambos fenómenos ponen a la sociedad española ante el reto de hacer lo que faltaba después de la Transición. De la capacidad de los partidos para poner soluciones que contenten a todos dependerá el futuro de España.
Lo que sucede en el exterior, con el brexit, el auge de la extrema derecha o la victoria de ese señor [Donald Trump] en Estados Unidos, resulta tan tremebundo que amortigua los desafíos internos. España es perfectamente capaz de encontrar una solución a esos retos: esa capacidad está en Las Meninas de Velázquez. Hay que articular un modelo de país en el que todo el mundo sea feliz. Uno de los grandes éxitos de las Transición es que no hubo vencedores ni vencidos.
¿Considera el pulso secesionista y la irrupción de Podemos dos oportunidades para la reconciliación y mejora del país?
No hablaría de reconciliación porque España ya era un país reconciliado en los 80. La Transición eso lo hizo muy bien y el fenómeno de La Movida sirvió de válvula de escape de todas esas tensiones. Ahora hace falta dar un segundo paso. Si en la base de la Transición estuvo el criterio de la igualdad, ahora se necesita el criterio del respeto hacia las diferencias. Es es el gran reto político. España servirá de modelo a la UE si logra superar sus tensiones. España puede ser el espejo en el que se mire el resto de Europa.
Podemos no ha dudado en cuestionar la Transición y el secesionismo amenaza con un referéndum unilateral: ¿de dónde saca su optimismo?
Yo a veces también siento dudas, e incluso incomodidad. En Podemos hay políticos que recuerdan a Octubre, de Sergei Einsestein, con esos personajes de mirada centelleante dispuestos a cambiar al mundo. Ese arcaísmo aparentemente novedoso está presente en Podemos. Pero también tienen a políticos capaces de abrir ventanas y presentar problemas que permanecían ocultos y enquistados. Esa dimensión es la que me interesa de Podemos: son capaces de poner sobre la mesa problemas que los demás partidos pueden solucionar mucho mejor asumiendo la propia sensibilidad de Podemos.
¿Se refiere a las necesidades y demandas de las personas más castigadas por la crisis?
Sí. Creo que esta crisis ha abierto un foso en la clase media. Ahora hay una clase media que está bien y otra clase media, compuesta principalmente por jóvenes, que ha resultado muy perjudicada y cuyas necesidades no aparecen. Ese foso crea una sensibilidad muy negativa tanto en Europa como en EE.UU. La clase media que está bien, y en la que se integran una gran parte de las personas más preparadas, debería pasar al otro lado del foso, reconocer a esa gente y buscar soluciones a sus problemas.
El gran error con Trump y con el populismo es no entender que son una forma de expresión de la democracia
¿A qué Podemos se refiere: al de Pablo Iglesias o al de Íñigo Errejón?
Esa tensión entre Iglesias y Errejón evidencia que hay una parte de Podemos que quiere hacer ese puente y otra que sigue en Einsestein… El gran error con Trump y con todas las formas del populismo es no entender que son una forma de expresión de la democracia: ellos responden a problemas e inquietudes que los partidos tradicionales o no han visto o han pasado por alto.
¿Compara a Donald Trump con Podemos?
No, son distintos. La única semejanza que tienen es que han sido capaces de escuchar a una parte de la sociedad que la política tradicional no ha sabido ver. El fin del bipartidismo en España responde a ese fenómeno. Los partidos tradicionales, con sus errores, han hecho un buen trabajo, pero hay cosas que se les han pasado por alto.
¿Y qué aporta el secesionismo? ¿Qué de positivo se puede sacar de una clase dirigente, varios partidos políticos, algunos muy implicados en casos de corrupción, que deciden embarcar a una comunidad autónoma en un referéndum ilegal?
Hay que tener cuidado. El caso catalán es un piano con muchas teclas. La parte soberanista de la sociedad catalana no es mayoritaria. Entre el 1996 y 2002, años que corresponden a la segunda fase de mi vida en España, me sorprendió mucho el desafecto que encontré hacia Cataluña y el País Vasco. La situación del País Vasco era distinta porque estaba ETA, pero yo llegué a Cataluña con temor por si sólo me iban a hablar en catalán y no iba a poder comunicarme.
Con mi pregunta hacía referencia a la clase dirigente, no a los catalanes.
Sí, pero ese desafecto de la sociedad española es lo que está detrás del sentimiento secesionista. Cataluña en realidad es una sociedad abierta y plurilingüe y no merece esa imagen. No se puede reducir una sociedad tan diversa a los secesionistas. Lo que quieren la mayoría de los catalanes es un reconocimiento mayor de su singularidad cultural y de su idioma. Creo que sería bastante fácil encontrar una solución al problema catalán.
¿Cómo?
Se trata simplemente de aceptar el idioma de una cultura.
¿Quién no acepta el catalán? El problema en Cataluña lo tienen las familias que quieren educar a sus niños en castellano.
Ahí está el quid y el gran reto. Todos los españoles deberían sentir el catalán como idioma suyo. Se trata de crear una sensibilidad distinta para que todos los españoles sientan orgullo y alegría de que exista el catalán. Es cambiar de actitud. En el momento en el que esto ocurra el secesionismo se desinflará. España no puede tratar al catalán, el gallego y el euskera como lenguas de un rincón. Es más, eso es contrario a la naturaleza de los idiomas, que tienen tendencia a expandirse.
¿Y qué propone para lograr ese cambio de sensibilidad?
Parece utópico, pero bastaría con que todos los alumnos de España tuvieran que elegir el estudio de una, sólo una, de las otras lenguas de España: la relación entre las comunidades con lengua propia y el resto del país mejoraría mucho. La gente más consciente de España, esos españoles que nunca votarían a alguien como Trump, saben esto perfectamente. Hay que tener valentía política y lucidez en esto: por supuesto una medida así conllevaría que el español pueda ser estudiado en Cataluña.
¿Cree usted que España trata mal el catalán?
No es eso, creo que las cosas tienen un dinamismo propio que hace que cambien con el tiempo. Por ejemplo, la política de inmersión lingüística fue necesaria en aquel momento, pero ahora convendría diseñar una fase distinta de la política lingüística para que las lenguas de las autonomías estén presentes en toda España y, al mismo tiempo, que el castellano esté presente en esas comunidades.
¿Cree que esto lo aceptaría el nacionalismo?
El nacionalismo no lo sé, pero la sociedad catalana, en su mayoría, se entusiasmaría con esto. Además, esto aliviaría un poco el trasvase de profesionales entre comunidades, en la medida en que el idioma ya no sería una barrera tan grande.
Disculpe que le insista en la supuesta aportación positiva del secesionismo. ¿Qué tipo de aportación positiva ha ofrecido, por ejemplo, una familia inmersa en la corrupción como los Pujol?
Yo tengo una teoría que sale un poco de los marcos mentales habituales. Las guerras civiles tienen una consecuencia inmoral porque gana el que es más eficaz matando al hermano: yo esto lo vi en Angola y lo vi en España. Las sociedades que salen de una guerra civil tienen tendencia a ser inmorales en una fase inicial porque soportan reglas impuestas por la fuerza que todo el mundo considera injustas y, por tanto, que se pueden burlar.
En Portugal tuvimos una guerra civil en 1832 y un amago en 1847 y, aunque ganaron los liberales, se tardó mucho tiempo en reequilibrar moralmente la situación. A mí me impresionó de España cómo estaba presente la corrupción en la vida cotidiana y me di cuenta de que era una reacción defensiva de la ciudadanía para congeniar con un sistema injusto...
... La corrupción estaba presente en muchas cosas: en Cataluña, en Andalucía, en Madrid... en todas partes y en muchos niveles. No intento justificar la corrupción en Cataluña. Cuando, en esa nueva definición de España, se establezcan reglas compartidas, ahí sí se librará España de la corrupción definitivamente. No creo que, por ser latinos, los españoles, los portugueses o los italianos tengamos más tendencia a la corrupción.
La corrupción es un indicio de que se consideran las normas como derivadas de un poder arbitrario, lo que nos da el derecho moral de no respertarlas: eso es lo que hace que la corrupción y el no respeto de las normas no se considere algo grave. Con un marco legal compartido y sentido como propio se acaba la tolerancia social ante comportamientos corruptos.
¿Entonces la solución ante la corrupción no es legislativa sino moral y política?
No, se trata de crear un marco legislativo con un profundo anclaje moral en la sociedad. Todo el mundo entendió la Transición como propia porque se hacía lo posible en aquel momento; ahora se trata de hacerlo mejor. Hay dos actitudes. Una es la atávica, según la cual en momentos de tensión hay que fijar posiciones para sacar la mejor tajada posible: esa es la actitud del secesionismo radical. La otra actitud, que es la que deberían promover los políticos moderados es intentar encontrar una solución mejor para todos, para el conjunto.
El problema es que toda la tensión territorial se produce en un contexto de crisis económica, lo que da lugar a problemas de otra índole. Para un político esto debe de ser como andar con un frasco de nitroglicerina en cada bolsillo.
España es muy optimista, todo el mundo sonríe ante el peligro. Los españoles son muy capaces de bordear abismos
¿Entonces, por qué ese optimismo sobre la posibilidad de que España se convierta en una referente para Europa?
Esa es mi parte hispánica. La sociedad española es muy optimista, todo el mundo sonríe ante el peligro. Los españoles son muy capaces de bordear abismos. La parte final del franquismo, era una tragedia, pero los dirigentes del Régimen se sacaron de la manga una liberación económica dentro de la dictadura.
¿Por qué vivimos los españoles tan de espaldas a Portugal? ¿No forman parte Portugal y España de una unidad ibérica?
Las fronteras están en las mentes. De la historia de España y Portugal me llama mucho la atención cómo ambos países parecen vivir de espaldas aunque las relaciones concretas sean muy intensas. Habría que cambiar esas fronteras mentales y acabar con los castillos interiores. Yo me siento muy bien siendo un portugués con dimensión hispánica y creo que sería un fracaso y un error que los distintos países europeos se cerraran en sí mismos. Con todo, no soy iberista en el sentido político.
El iberismo nace en el siglo XIX por influencia de Alemania e Italia, que eran naciones que estaban naciendo, y parte de una concepción megalómana e imperialista. En España hay mucho interés por Pessoa, Lobo Antunes y Saramago, que fue la personificación del espíritu peninsular. Hay que hacer algo parecido con la relación entre Cataluña y España, sin que pase por palabras como secesión o independencia. No creo en los extremisnos, ni anticatalán ni soberanista.
¿Cuál sería el retrato robot del español?
Optimismo, dinamismo, valentía, realismo -muy importante- y afirmación. Cuando Vicens Vives escribió Noticia de Cataluña y dijo que los catalanes se caracterizan por que tienen "voluntad de ser" estaba señalando un rasgo que es común a los castellanos y a los gallegos. En los portugueses la voluntad de ser no es tan intensa y el optimismo tampoco. Ahora a España le toca ponerse distintos sombreros, la boina, la barretina, la txapela y tomar conciencia de sí misma, de su identidad plural.
¿Y existe también una identidad europea más allá de "los cafés de Europa", según la célebre sentencia de Geroge Steiner?
Hay varias identidades europeas. Una es la de los países que formaron parte del Imperio Romano: Portugal, España, Grecia, Francia. Y luego está la identidad de los países que no formaron parte del Imperio Romano, los países de la Reforma Protestante. El problema es que los países del norte entraron en la Unión Europea con un espíritu y unas aspiraciones muy distintas.
Los países del sur tenemos la memoria del Imperio Romano y en Europa veíamos la posibilidad de crear otra vez un gran imperio unido que generase prosperidad y seguridad. Los países del norte ven a la UE más como un tratado comercial. Por tanto, hay varias identidades europeas. ¡Cómo me gustaría a mí que la identidad europea estuviera tan resuelta como la española! Todavía hay mucho trabajo por hacer y sería una pena que los países europeos se cerrasen en sí mismos. Esto lo explica muy bien el cine de Jean Renoir.
En España y en Portugal no hay espacio para un racismo profundo porque necesitamos a esos pueblos
¿Cómo afecta la inmigración a esas diferentes expectativas sobre Europa?
Pues hay dos sensibilidades también según la relación histórica de los países con el islam. Aquellos países que tuvieron muy cerca al Imperio Otomano en épocas recientes, siglos XVII y XVIII, como Grecia o los países de la antigua Yugoslavia tienen su relación con el islam mal resuelta. Nosotros hemos tenido más de 500 años, desde 1492 más o menos, para intentar resolver ese tema.
¿Y qué se puede hacer para mejorar la asimilación de inmigrantes?
En España y en Portugal no hay espacio para un racismo profundo, aunque surja esporádicamente, porque necesitamos a esos pueblos. Si Podemos surge en España como respuesta a la crisis económica, los Podemos europeos surgen como respuesta al problema de la inmigración. Es difícil encontrar soluciones. En la fase final del Imperio Romano de Occidente sucedió algo parecido, aunque en ese caso la entrada de pueblos migrantes germánicos fue el factor de cambio. Estamos ante un fenómeno profundo, de calado histórico. La crisis demográfica es total, hay una desproporción entre los jóvenes que aportan al sistema de bienestar y las personas de edad avanzada, hay una ausencia de medidas políticas...
Este cóctel, si además coincide con la llegada de inmigración masiva, el ciudadano se puede sentir amenazado. El caso de Francia es complicadísimo y, sinceramente, no sé cómo se puede solucionar. Hay que buscar soluciones humanísticas, pero siendo realistas. Hay una película muy buena de Fassbinder, Todos nos llamamos Alí, que es una reflexión sobre la presencia de los inmigrantes en la sociedad alemana que es de lo más lúcido que he visto, una película preciosa, profética, sobre sociedades enfermas dentro de Europa a las que Europa no logra ayudar.