Como lo de ganar la Guerra Civil con ochenta años de retraso lo tienen cuesta arriba, Podemos anda diciendo que a Mariano Rajoy le ha echado el pueblo. Es decir ellos, que deben de tener registrado el copyright del concepto. Pero Franco se murió en la cama y a Rajoy sólo logró desencolarlo de la presidencia del Gobierno una moción de censura, que es la manera que tienen los presidentes de morirse en la cama en democracia.
Esto no es opinable. Por más medallas que se cuelgue de la pechera Podemos, aquí no hubo otra revolución más que la prevista en el artículo 113 de la Constitución española. Ni las movilizaciones sociales, ni el 15M, ni la lucha contra los desahucios, ni el feminismo, ni los pensionistas tuvieron influencia alguna en el final de Mariano Rajoy. Sí la tuvieron los votos del PSOE, de Podemos, del PNV, de JxCAT, de ERC y de Bildu. Es decir la socialdemocracia, la derecha nacionalista y la extrema izquierda nacional y abertzale con representación en el Congreso de los Diputados.
En el éxito de la moción, de hecho, no confiaba en un primer momento ni el mismo PSOE por más "movilización social" que se le supusiera detrás. Sí empezó a confiar cuando el PNV decidió que el riesgo de perder 540 millones de euros era preferible a unas elecciones anticipadas ganadas por Ciudadanos. Así que resulta difícil calcular el peso de eso que llaman "la indignación de la calle" en la decisión de los nacionalistas vascos, a fin de cuentas los responsables últimos de la caída de Rajoy. Porque, ¿cómo se pesa la nada?
A Mariano Rajoy tampoco le ha echado la prensa. Hace años, muchos años, que las portadas de los diarios no ponen y quitan presidentes en España. El oceánico desprecio que el expresidente demostraba por la prensa escrita de este país, y no digamos por la de otros países, sólo demuestra que de tan antiguo, era el político más moderno de este país. Los periodistas escribimos mucho y vosotros nos regáis a megustas, pero luego llegan las elecciones y votáis lo que os sale de las narices. Que ya nos vamos conociendo.
De las redes sociales, ni hablo. A Twitter sólo le damos importancia los periodistas y más por pereza –a fin de cuentas, te da hechos los peores artículos del diario, que suelen ser los más leídos– que por ceguera respecto a su influencia real.
Estoy seguro de que ni una sola línea de lo que he escrito a lo largo de los últimos seis o siete años ha influido en lo más mínimo en la caída de Rajoy. Dudo incluso que haya hecho cambiar su voto a uno solo de los que me han leído. Quizá, en el mejor de los casos –y tiro largo– ha consolidado algún voto que bailaba. Pero al menos no me he plantado en la puerta del Congreso de los Diputados para colarme en las fotografías y escupirle mi resentimiento a la diputada popular de turno con la esperanza de que las cámaras de La Sexta cacen al vuelo mi numerito.
Esa dignidad aún la conservo.