En esta época de redes sociales y reality shows, pocos entienden que la verdadera política transcurre tras cámaras. Los contenidos virales de candidatos son solo marketing, pero la esencia del producto sigue siendo la misma desde hace miles de años. Por eso estudiamos tanto a Platón o a Maquiavelo, tan distantes en el calendario a nuestro tiempo.
Lo esencial es invisible ante los ojos, según Antoine de Saint-Exupéry en esa obra tan sencilla pero tan profunda que es El Principito. Confieso mi incomodidad al traer a colación una frase tan hermosa como esa a un terreno tan pantanoso como el que nos suele ocupar en estas líneas, ¿pero acaso hay algo más humano que la política? No olvidemos que quienes toman las decisiones en los centros de poder no dejan de ser humanos. Pueden tener intereses, como los tenemos todos, pero esas motivaciones no dejan de obedecer a la naturaleza humana.
Debemos cuidar que la política no se deshumanice, que no pierda el alma. Ni la comodidad de la diplomacia ni la histeria del populismo. Debemos exigirle a los políticos que sean estadistas, condición que no se alcanza pagando cuantiosas sumas a algún experto en marketing. Se ha normalizado el hecho de que un político pase por el más alto cargo de representación popular sin ser un estadista.
Debemos cuidar que la política no se deshumanice, que no pierda el alma. Ni la comodidad de la diplomacia ni la histeria del populismo
La falta de estadistas resulta en guerras mundiales, genocidios, guerras civiles interminables, crímenes de lesa humanidad, entre otras desgracias. La comodidad de la diplomacia muchas veces imposibilita la resolución de estos conflictos, pero también es cierto que esas crisis suelen llegar de la mano del populismo histérico. Es el caso de Venezuela. Un candidato, que hoy haría palidecer a cualquier irresponsable de estos que campean en la política occidental vendiendo villas y castillos que luego no podrán entregar, ofreció devolverles a los venezolanos lo que ellos sentían que las élites del poder les habían quitado. Ese Robin Hood tropical se llamaba Hugo Chávez, y veinte años después su proyecto se ha convertido en un cáncer que se expande por todo occidente, amenazando a la seguridad hemisférica.
Ese proyecto proliferó gracias a una chequera en la cual se podían escribir las cifras más espectaculares, sin temor a que rebotara el talón, por el respaldo de las mayores reservas petroleras del mundo. Los mercaderes de la política se hicieron la vista gorda mientras desde Caracas le abrían la puerta de Occidente al fundamentalismo islámico, al narcotráfico y a la corrupción en los niveles más inimaginables, entre otras malas yerbas.
España tuvo mucha responsabilidad en este cuadro dantesco. Duele decirlo, pero es así. La influencia de Madrid en Iberoamérica es la mayor en Europa. No por nada el mayor operador político del chavismo es un ex presidente español, aún en estas horas en las que el mundo democrático ya nadie reconoce al heredero de Chávez. No hay mayor desafío internacional para España, al menos fuera de Europa, que la crisis venezolana. El próximo inquilino de Moncloa deberá tomar decididamente esa bandera.
Estados Unidos lleva la delantera en cuanto al tema Venezuela, pero dentro de la oposición liderada en estos momentos por Juan Guaidó hay factores determinantes que se sienten más cómodos con Madrid que con Washington. Este 28 de abril hay elecciones en España y hay más incertidumbre que certezas en cuanto al resultado. Si revalida Pedro Sánchez, podemos prever una estrategia similar a la actual, siempre y cuando quedarse en la Moncloa no pase con Podemos, partido cercano al chavismo. El PSOE deben seguir aprovechando su buena relación con tres de los principales partidos opositores venezolanos a través de la Internacional Socialista (socialdemócrata, mejor dicho). Tienen dos interlocutores cruciales. Uno es Henry Ramos, secretario general de Acción Democrática y vicepresidente de la IS. El otro es Leopoldo López, líder de Voluntad Popular y jefe partidista de Guaidó, que mantiene estrecha relación con Felipe González.
EEUU lleva la delantera en cuanto al tema Venezuela, pero dentro de la oposición liderada en estos momentos por Juan Guaidó hay factores determinantes que se sienten más cómodos con Madrid que con Washington
Si Sánchez no logra cuadrar las cuentas para seguir en Moncloa, le tocará la batuta a Albert Rivera o a Pablo Casado. Cualquiera de las tres opciones son buenas noticias para la causa democrática venezolana. Si bien es cierto que el de Ciudadanos siempre ha sido muy cercano a esta crisis, no es menos cierto que el popular también lo es aunque su aparición en la primera fila de la política sea más reciente.
Casado representa a un grupo de jóvenes del PP que siempre han puesto sobre la mesa el caso Venezuela, incluso cuando la dirigencia popular de entonces prefería ser más tibia para proteger intereses financieros de españoles en Venezuela y de venezolanos en España.
Otro punto a tener en cuenta son las elecciones al Parlamento Europeo, apenas un mes después de las españolas. Esta instancia ha sido fundamental para que la Unión Europea se movilice en reconocimiento de Guaidó. Como sucesor de la tibia Federica Mogherini suena Josep Borrell, un interlocutor más directo en este caso.
Habrá que ver, pero lo cierto es que tanto Rivera como Casado representan una esperanza para Venezuela en todos los casos, mientras Sánchez tiene el plomo en el ala de Iglesias…y de Zapatero. Contar con España es contar con Europa. Sin paños tibios como el Grupo de Contacto promovido desde Bruselas, el chavismo se verá finalmente acorralado por los cuatro costados, acortando los plazos para lo que sigue luciendo inevitable: su caída.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.