Son muchos los periodistas que abrevian sus nombres, pero muy pocos consiguen ser conocidos por sólo dos letras. José Luis Martín Prieto fue una de esas raras excepciones. Y es que, seguramente, no haya habido un periodista tan excepcional y singular como él en la historia reciente del periodismo español.
Se tomó la vida –o el periodismo, que en este caso es sinónimo- de forma desenfrenada. Recuerda como nadie a los grandes periodistas bohemios que acaban muriendo por el deseo de vivir demasiado. Entregado a sus amigos y a sus enemigos por igual. Su carácter, insólitamente ingenuo, le llevó a pasar del amor al odio con argumentos tan sentimentales como la falta de cariño o el poco reconocimiento. Fue lo que le ocurrió con Juan Luis Cebrián, en torno al que giró su vida, ya fuera como amigo a ultranza o como feroz enemigo.
MP, nacido en Madrid, era hijo de un republicano al que la guerra había dejado ciego. Estudió para perito en la Laboral de Sevilla. Volvió a la capital, donde se centraría en el periodismo. Primero Arriba, luego Pueblo, más tarde Informaciones, en el que llegaría a ser redactor jefe de reporteros. En estos dos últimos diarios, coincidió con Cebrián, quien le incorporaría, como adjunto al director, al equipo fundacional de El País en 1976. Incluso hay quien le considera el alma del periódico. Primero, llevando todo el peso de la redacción; luego, como subdirector de Opinión.
Cebrián le encargó la cobertura del acontecimiento más importante del momento, del que toda España estaba pendiente: el juicio del 23-F, que comenzó en febrero de 1982, justo un año después del golpe. Su brillantísima escritura y sus fuentes militares enriquecieron de tal forma sus crónicas que, de inmediato. se convirtió en uno de los periodistas españoles más relevantes. Reunidas en el volumen Técnicas de un golpe de Estado, aún hoy son un modelo de referencia del periodismo judicial.
Siempre presente, Cebrián, que nunca logró escribir como MP, fue el prologuista del libro. "Confieso", escribió, "que lo único que no me gusta de esta colección de crónicas de José Luis Martín Prieto sobre el Juicio del 23 de febrero es no haberlas hecho yo. Para ser claros, me consume la doble envidia de querer saber escribir como él y de haber podido asistir al juicio contra los militares rebeldes".
La prueba de los buenos contactos de MP, militares y también políticos, especialmente en el PSOE, es que fue el único periodista que acompañó a Felipe González en su casa del barrio de la Estrella de Madrid, la noche del 28 de octubre de 1982. Junto con Carmen Romero, la mujer del futuro presidente, y Julio Feo, el fiel escudero, siguió minuto a minuto los resultados que ofrecerían la mayoría absoluta al primer gobierno socialista de la democracia,
Ese mismo año, MP, ya convertido en un periodista de éxito, fue destinado por el director de El País a cubrir Latinoamérica, con sede en Buenos Aires. De nuevo, volvió a demostrar sus maestría literaria, hasta el punto que los lectores abrían el periódico en busca de sus crónicas, sin importarles de qué trataran. Tan cautivadora era su forma de narrar.
Pero lo más importante en la vida de MP fue conocer a la doctora, "mi doctora" decía él, la oncóloga argentina Cristina Scaglione, quien le acompañaría hasta su muerte este sábado. Se casaron de inmediato en la embajada española de Buenos Aires. Los padrinos fueron probablemente los dos mejores amigos de José Luis, Juan Luis Cebrián y Felipe González, quien intervino por poderes. Probablemente fueron sus años más felices.
Su regreso a España, seis años después, iba a ser otro acontecimiento traumático en su vida: su divorcio profesional y personal de Cebrián. En su libro Primera página. Vida de periodista, Cebrián reconoce que MP fue esencial en la fundación de El País. Relata que le ofreció responsabilidades en el semanario El globo, que Prisa acababa de fundar. Pero que MP se mostraba esquivo y llega a calificar su comportamiento de “extravagante”, dándole continuos plantones. Otra vez las famosas desapariciones.
Según el relato del entonces director, fue finalmente MP quien le convocó un domingo con urgencia en Miguel Yuste, la sede del periódico. Y, según su versión, tras anunciarle que dejaba el diario, se despidió con esta frase:
-"Juan, te aseguro que digan lo que digan en el futuro nunca me subiré a un tren que trate de arrollarte".
"Desde entonces", concluye en su libro el hoy presidente de honor del grupo Prisa, "no ha dejado de encaramarse a cuantas locomotoras buscaron mi atropello".
MP argumentó, siempre según Cebrián, que su jefe y amigo no le "valoraba lo suficiente". Sin embargo, debió de haber razones más poderosas, o al menos eso se desprende al leer algunas de las columnas posteriores de Martín Prieto, como ésta del año 93, titulada Polanco tiene un muerto en el jardín: "Dirigió [Cebrián] un diario que no sabía ni cerrar, despreció a todo el mundo, dejó su camino sembrado de cadáveres y se dedicó por las noches a borrar todas las huellas de quienes cabalgaron junto a él".
Tras la ruptura, en marzo de 1988, MP fue nombrado subdirector de la revista Tiempo, que entonces dirigía Pepe Oneto, uno de sus buenos amigos. También ofició de tertuliano con Luis del Olmo, primero en la COPE y luego en Onda Cero. Tras un breve periodo como columnista de Ya, su amigo José Luis Gutiérrez le fichó para Diario 16. Fue en este periódico donde se publicaron sus artículos más polémicos y más exacerbados. Baste recordar títulos como Para hijo de puta, Fujimori o Maricones en Bilbao. Esta última columna fue el principio de un arduo enfrentamiento con los radicales violentos vascos, que incluso llevaron al columnista a los tribunales. MP les contestó publicando su dirección particular, incitándoles a que fueran a buscarle.
En septiembre de 1993, Pedro J. Ramírez –otro de sus grandes valedores- le ficha para El Mundo, en el que permaneció dieciséis años. Aquí publicaría una columna de opinión con el lema Bajo el volcán así como una serie de semblanzas sobre una de sus grandes pasiones para el Magazine dominical, dirigido entonces por Manuel Hidalgo, que darían lugar al libro Cartas a mujeres (1995).
En octubre de 1996, MP iba a ser el protagonista de una de las historias más rocambolescas de la historia reciente de la prensa española. El periodista no acudió como de costumbre al programa Protagonistas, de Luis del Olmo. La ausencia encendió las alarmas, tanto de los periodistas que compartían tertulia con él como de su propia mujer, que, al ver que estaban allí las medicinas y el tabaco que siempre llevaba consigo, denunció su desaparición. Inmediatamente se pensó en ETA, la organización terrorista que repetidamente le había amenazado.
Algunos vecinos y su propia asistenta dijeron haber visto al periodista salir de su casa el día anterior con "una rubia de unos 35 años". Se pensó que podía haber sido la secuestradora. Pero una llamada a media mañana del propio MP a la redacción de El Mundo, deshizo el embrollo y devolvió la tranquilidad. El atribulado periodista le contó al entonces redactor jefe Pedro Cuartango que se encontraba bien y que estaba en una habitación de la quinta planta del hotel Embajada, colindante con su propio domicilio.
De nuevo volvió a mudarse de cabecera en 2009, esta vez al diario La Razón, que ya sería su última casa. En el obituario, publicado en el diario de Planeta, su amigo y compañero Manuel Calderón relata que “hasta sus últimos días, recibía en su casa los periódicos de papel, leía hasta el amanecer -entre sus últimas lecturas estaba Viajes al estrecho de Magallanes, de Pedro Sarmiento de Gamboa, y de manera especial el Glosario de Voces Marítimas y Antiguas- y escribía columnas para seguir viviendo, en todos los sentidos”.
El sábado provocó su última desaparición, la más discreta, la definitiva. Dejó atrás sus medicinas, su paquete de tabaco y su botella de whisky. Ya no le hacen falta. Pero, sobre todo, deja muchos artículos magistrales que deben figurar en la antología de las mejores crónicas españolas. Y, por si fuera poco, deja una forma de vivir el periodismo que ya no volverá a repetirse.
*** José Luis Martín Prieto nació en Madrid en 1944. Murió en San Lorenzo de El Escorial el 2 de junio de 2019 a los 75 años.