Tiene todo el aire de la comunión de un sobrinonieto de un ministro tecnócrata. Hay un polvillo de siglos que va y viene, también los rictus de felicidad que dan la confianza de tener el futuro asegurado con cargo al contribuyente.
Garzón no se vio en otra similar, la fase suprema y dialéctica de su comunismo clase business. Y luego los nuevos ministros, numerosos, con competencias concomitantes y la labor de hacer lo menos posible: el menor ruido, poner en sordina las crisis y enfangar el presente con estadísticas.
Con estas fotos que nos remiten los eficaces chicos del Gobierno, vamos haciendo un catálogo artístico de lienzos que dicen mucho más que el mero instante del click. Decía Dalí que Arte era que las cejas estuvieran en sintonía con la alfombra, y lo que vemos es que Irene Montero tiene limpio el entrecejo, una mirada fresca y el suéter del mismo color de la moqueta.
A su frente, Alberto Garzón, de traje, con la mandíbula prieta y el compromiso exprés de llenar cada semestre los kioscos con sus ensayitos sobre comunismo a los que no le falta ni un esquema. Suyo es el reino del ensayismo por ese estajanovismo de serse (sic) un intelectual al peso que publica más de lo que escribe.
Pasemos, claro, al hacedor del Consejo de Ministros más caro y más numeroso de la Historia. A Sánchez no le podría faltar en este espacio de domingo su exégesis pictórica y picalagarta. A Sánchez lo respalda la cruda luz del invierno meseteño y a Sánchez, como a Narciso, la mesa con abrillantador le da su reflejo.
Ahí está su entrada en la Historia como libertador de la pluriEspaña y el hombre que renació en un pantano y le clavó el puñal a Susana. La suficiencia de Sánchez en su punto de fuga nos dice que el tiempo del 78 ya pasó, y que lo que viene es la Era de Aquiarius y el verano con un meyba en el playeo de Mojácar.
Conviene también pasarle la visual a Manuel Castells, apellido catalán y oriundo de Albacete. Sólo esa circunstancia nos habla del empeño del charnego por hacerse querer por la Dinamarca del Sur de Europa.
Castells dio a la imprenta varios libros que citábamos mal y como con desgana en las clases de Chaparro, donde el contenido académico pasaba por estudiar el modelo comunicativo de las radios indígenas de Bolivia.
Con estos mimbres, los que nos equivocamos y estudiamos Ciencias de la Información, nos conocemos aquí al ministro Castells y su competencia en las universidades de España, en esos claustros donde cada cuota -y cada mamandurria- tiene su asiento. En el cénit de su carrera, a Castells le fascinó el funcionamiento semiótico y gamberro del CDR, y por eso lo tenemos ahí sentado y avalado por Colau.
Del astronauta, de Planas y de los nuevos o los que repiten tampoco hay mucho que añadir. Si acaso debemos volver a Irene Montero y a ese ministerio racializado donde los mulatos, los impuros, empiezan a estar mal vistos.
Me gusta Ábalos, porque está como ausente pensando en trenes extremeños, en Talavante, en la España de siempre que representa con fervor y fidelidad castiza.
Pedro Duque sonríe y nos recuerda, fibroso, a un Alejandro Valverde perito en lunas. Yolanda Díaz va de blanco como una novia juanramoniana y Pablo Iglesias Turrión queda disuelto en la composición; acaso porque sus lágrimas fueron muy tempranas y Sánchez le ha devuelto el insomnio.
Que se cisque Iglesias en los jueces son los síntomas de padre primerizo, amantísimo y con una vicepresidencia que nos recuerda mucho a un florero.