Joe Biden
Tras varios días de insoportable pesadilla y con el país dividido como una hamburguesa de pisos, América amaneció cuando Biden se convertía a mediodía en presidente electo. El sueño de Trump se había agotado.
A falta de carisma, le echa ganas y afición. Como hombre público que es, no necesita pretextos para trabajar desde que sale el sol. Lleva toda la vida creyendo en lo mismo y se le nota. Ahí están sus canas para demostrarlo.
El estrés cría canas y el sufrimiento las dobla. Biden, que llega del sufrimiento (perdió a su esposa y un hijo al poco de formar la familia), aterrizó en el proyecto Obama y se conviritió en un perseverante y voluntarioso vicepresidente durante su mandato. Entre medias soportó a Trump y más tarde asistió a la muerte por cáncer de un tercer hijo que trabajaba de fiscal. Otro palo.
Pero la sombra de Obama era alargada y ayudó a Biden a convertir la ventaja en un proyecto de felicidad.
Lo hemos visto correr con paso menudo y sonreír animosamente hasta hacernos temer por su dentadura postiza. También nos hemos fijado en cómo le temblaban las piernas mientras a nosotros nos palpitaba el corazón por su victoria. Nos esperan días de disturbios y amenazas, mientras Trump repetirá como un loro que le han robado la presidencia y la cartera.
América no se ha visto en otra. Es hora de que vengan las majorettes y llamen al olvido.
Sean Connery
La naturaleza es muy generosa con los hombres, sobre todo si son galanes de cine. Con las mujeres no tanto, aunque sean estrellas de Hollywood. La edad siempre juega a favor de los tíos. Vayamos con los ejemplos. Hombres como Adolfo Marsillach, Fernando Fernán Gómez o Yves Montand no fueron atractivos en su juventud, pero con los años se pusieron estupendos.
El último que me viene a la mente es Sean Connery, fallecido días atrás en Bahamas, donde había fijado su residencia. He encontrado fotos de cuando el actor se presentaba a los castings y realmente no era para echar cohetes. Estaba mucho mejor (como de aquí a Lima) bajo el disfraz de Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa.
Sean Connery era un escocés de pedigrí, eso no podía negarlo. En cuanto oía tocar la gaita le salía el celta que llevaba dentro y se lanzaba a bailar una especie de muñeira que no se acababa nunca. Dicen los escoceses que la gaita es un instrumento de origen romano que tocaban los soldados para enardecerse antes de comenzar la batalla.
Conocí a Sean Connery en Marbella, cuando el pueblo se estaba convirtiendo en ciudad internacional y era un apeadero de guiris ilustres. Connery, que era un golfo (perdón, un golfista) estaba casado con Micheline, una pintora francesa que a la mínima lo ponía firme. Que yo recuerde, en Marbella no hacía vida social, si bien a finales de los ochenta entró en contacto con los árabes y se hizo amigo de Khashoghi. Era la época del peor Gil y Gil, que en su afán por levantar bloques de apartamentos, le tapó las vistas a Connery y el actor, cabreado, se largó a las Bahamas, donde ha muerto de alzheimer, sin enterarse.
Connery no era muy simpático, pero comparado con su esposa, que se pasaba la vida ahuyentando a sus fans, era todo un caballero. En su despedida, Connery recibió miles de halagos y alguna que otra crítica. Los halagos eran por su labor profesional. Las críticas se debieron, mayoritariamente, a sus reiteradas justificaciones de la violencia de género, que él llamaba, grosso modo, como si fuera el título de una tesis doctoral: “Pegar a la mujer”. Vergonzoso.
Paquirrín (su pequeño del alma)
Ni Kiko ni Paquirrín. Su madre le puso Francisco José para que tuviera un soniquete imperial, pero no coló. Ni a él lo tomaron por emperador ni a ella por reina madre, aunque viva en un palacio llamado Cantora y todos se disputen la historia de la Panto.
Esta semana, Mila Ximénez de Cisneros, que tiene apellido para dar y tomar, ha entrevistado en Lecturas al hijo de su madre, aquel que vino al mundo como su pequeño del alma y en cuanto empezó a gatear le vio las orejas al lobo. La tonadillera es la protagonista de un largo cuento que viene dando vueltas desde que ella enviudó y se llevó la herencia al bolsillo, pero ya no queda en Andalucía un Rivera que se chupe el dedo.
Isabel Pantoja, alias “la Panto”, que en su día juró sobre la Biblia no soltar un real de la herencia del marido, anda ahora de litigios con su hijo DJ por el dinero que esconde en el fondo de la chistera.
Todo el mundo sueña en Cantora con una máquina de contar dinero. Es la moda. Tito Agustín (el mudo) se palpa la cartera y los demás baten palmas. Kiko/Paquirrín acusa a la Panto de no saber calzarse el chándal para acompañar a las niñas al cole a ejercer de abuela.
Mila Ximénez resopla: cómo está el patio, joder. Kiko ha largado por esa boquita lo que no está escrito. Pantoja fuma en pipa. Es la matriarca del clan y nadie le toca un pelo. Isa es la única que va a su bola. Es más lista que el hambre.
Los amigos ricos
El último amigo del Rey Emérito, desconocido para el común de los mortales de este lado del charco, se llama Allen Sanginés-Krause y es medio mexicano, medio británico.
Perdonen que haga un paréntesis: México es un gran país con muchos mexicanos dentro, algunos de ellos, muy ricos. Hasta hace nada, yo creía que el único rico era Carlos Slim, pero tengo que rectificar, hay muchos más. Aquí conocemos a varios por las parejas mujeres que van a su lado y que inspiran viejas coplillas: “De dónde sacan, pa' tanto como destacan”. Pensemos en Mar Flores, patrocinada por Elías Sacal, o en Silvia Gómez Cuétara, que lo está por Ricardo Salinas Pliego.
Esta semana se ha conocido una noticia que afecta (afectaría, caso de que se diera por cierta) al Rey Emérito por el uso de unas tarjetas 'black' de las que también habrían hecho uso algunos miembros de la familia. La persona que estaría detrás de estas tarjetas sería Allen Sanginés-Krause, un hombre culto y sibarita, formado en Harvard, que posee en Irlanda un castillo de su propiedad por el que han pasado algunos españoles de riñón forrado (sin señalar).
El caso de las tarjetas 'black' investigadas por Anticorrupción ha puesto sobre la mesa una nueva línea de investigación que señala a Juan Carlos I como responsable por posibles delitos de blanqueo. Continuará. De momento tocamos madera.