El Gobierno de coalición ha demostrado en un año estar bien avezado en las técnicas de judo: utiliza la rudeza de sus rivales para hacerlos caer con más aplomo y enmascarar así su propia fragilidad.
Además de esta enorme virtud –dejar que los adversarios se despeñen por el barranco de la impaciencia– el primer Gobierno de coalición desde la restauración de la democracia se beneficia de una coyuntura tan delicada que actúa paradójicamente a su favor. No sólo porque lo compacta internamente, sino porque ofrece señales equívocas de naufragio inminente que deleitan tanto a la oposición que en ocasiones la conducen a perder los estribos.
Cada vez que en España la izquierda está en el gobierno y tiene una oposición virulenta, en lugar de quebrarse, se refuerza.
Ni siquiera la novedad del Gobierno de coalición cambia esa regla. Al contrario, Pedro Sánchez está hábilmente engullendo el espacio de Podemos, que hoy se parece cada vez más a la Izquierda Unida clásica. Exactamente igual que José Luis Rodríguez Zapatero se merendó electoralmente a la IU de Gaspar Llamazares en 2008. El PSOE vacía a la izquierda, mientras la pugna entre el PP y Vox sigue cada vez más abierta.
Otra garantía de estabilidad del ejecutivo –y sobre todo de pujanza electoral para el PSOE– es la dialéctica Gobierno versus fachas
Es más, la experiencia gubernamental está aclarando definitivamente a favor de los socialistas la vieja disputa por la hegemonía dentro de la izquierda que Podemos inició en 2014 y que a punto estuvo de lograr en diciembre de 2015.
Pedro Sánchez afianza su posición recabando más simpatía entre el electorado de Podemos que el propio Pablo Iglesias, y recibiendo un apoyo tibio pero firme de los votantes nacionalistas del País Vasco y Cataluña; quienes, llegado el caso, podrían elegirle si estiman que la alternativa es peor. Lo que no deja de ser un verdadero blindaje de seguridad.
La otra garantía de estabilidad del ejecutivo –y sobre todo de pujanza electoral para el PSOE– es la dialéctica Gobierno versus fachas. Una retórica alarmista, ampliada y validada por el acento anticomunista del discurso de Vox, que permite al gobierno pasar por más izquierdista de lo que hasta ahora ha demostrado ser.
Las palabras que le dedica la oposición son tan gruesas –sepulturero, ilegítimo, socialcomunista, totalitario– que podría no hacer nada más en lo que resta de legislatura y mantener vivo el reclamo frentepopulista; o sea, el resorte a través del cual las izquierdas se movilizan para resistir contra el fascismo. La liturgia afectiva de 1936.
El Gobierno de coalición ha sobrevivido en un contexto máximamente turbulento, pero a menudo siendo menos izquierdista de lo que la oposición afirma que es
Más allá del juego de trileros entre comunistas y fachas, en su primer año de legislatura el Gobierno de coalición se ha mostrado timorato en algunas cuestiones centrales como el ingreso mínimo vital, la introducción en la Constitución de la defensa de la sanidad pública, la política fiscal, la regulación de los alquileres o la necesaria reforma en ciencia e investigación.
No ha implementado algo así como una doctrina del shock al revés. No ha introducido nuevos relatos en economía, en política o en sociedad. Ha preferido resistir y perfeccionar algunas llaves de judo para abonarse al seguro de vida de las hipérboles del rival.
El Gobierno de coalición ha sobrevivido en un contexto máximamente turbulento –en contra de lo pronosticado por Vox y el PP–, pero a menudo siendo menos izquierdista de lo que la oposición afirma que es.
El ejecutivo se ha hecho fuerte y Pedro Sánchez ha agigantado su figura navegando el torrente de sapos y culebras que le han lanzado desde un sector del hemiciclo. Pero en este último año, Isabel Díaz Ayuso ha cambiado más Madrid que Sánchez España.
*** Guillermo Fernández Vázquez es sociólogo, investigador en la UCM y autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional.