Màrius Carol: "Puigdemont y Felipe VI tenían buena química, había afecto"
"Ayuso juega con la identidad madrileña, ¿nacionalismo? ¿populismo? Un poco de todo" / "El PSOE sostiene la monarquía, no ríe las gracias a Podemos" / "Los indepes no han logrado arrancar a Messi ni una sola frase a su favor".
25 abril, 2021 00:53Noticias relacionadas
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Es por la tarde en el Círculo de Bellas Artes. Hay un hombre espigado, de corbata verde y americana a cuadros, que mira la escultura en porcelana de una mujer. La mira como si tuviera toda la tarde por delante. Como si el tiempo no escaseara. Como si no hubiera sido, entre 2013 y 2020, un poder fáctico.
¿De qué "país"? Ese es uno de los debates de la conversación a punto de estrenarse. Porque el hombre que mira la escultura de la mujer dice tener dos "países": Cataluña y España.
El hombre se sienta y pide una tónica sin ginebra. Es un director de periódicos en contra de que el alcohol inunde las redacciones. Lleva un teléfono móvil en la americana. Hace no tanto tiempo, ese móvil sonaba. Llamaban Rajoy, el Rey Juan Carlos, Sáenz de Santamaría, Puigdemont, Torra... Llamaban porque respondía un tipo con capacidad de influencia: Màrius Carol (Barcelona, 1953), director de La Vanguardia.
Dirigió el diario entre 2013 y 2020, los años en los que Cataluña vivió peligrosamente. Ahora que ha dejado el despacho -hoy es consejero editorial del grupo Godó-, ha recopilado algunas de sus vivencias en El camarote del capitán (Destino, 2021). Un relato, como él dice, "poco épico", pero tremendamente descarnado.
Por sus páginas transitan los grandes personajes del presente en zapatillas de andar por casa. Aparecen de manera ciertamente barojiana, como cuando Torra confiesa que, al poco de llegar al Palau, pensó en un lugar por donde escaparse. Es una manera casi cinematográfica de que el lector conozca los entresijos de lo que García Márquez llamaba el oficio más bonito del mundo.
Màrius Carol es -según sus propias palabras- un liberal con alma de socialdemócrata. Un agnóstico con temor de Dios. Vive sus contradicciones "con toda la dignidad que puedo". Ya que se deja, provoquemos. Pinchemos. Veamos esas "contradicciones". En el Círculo de Bellas Artes hay varios cuadros de desnudos. Desnudemos, entonces.
Dedica el libro a su familia: ¿la dirección del periódico le obligó a abandonarla?
Tengo la suerte de que mis hijos estaban ya independizados, pero es verdad que el periodismo te obliga a dedicar a la familia muchas menos horas de las que desearías. Además, si eres director de La Vanguardia… Una locura. Sobre su pregunta: uno tiene cierta mala conciencia. La dedicatoria es una manera de darles las gracias.
El equilibrio entre el oficio y las ausencias es muy complicado. Las redacciones están llenas de divorciados y de vidas rotas.
Le cuento una anécdota: un sábado a la una del mediodía, estaba tomando un dry martini en casa con mi mujer. Los preparo bastante bien. Hago el mejor Manhattan de Barcelona. Bromas aparte: me llama Jorge Fernández Díaz, entonces ministro del Interior: “Te voy a dar una noticia. Van a nombrar president de la Generalitat a Carles Puigdemont”. Le respondí: “¿A quién?”.
Puigdemont era todo un desconocido. Por lo menos como para ocupar un puesto así.
Claro. Yo no me lo creí. Entonces, Fernández Díaz volvió a llamar a los cinco minutos: “¡No está la noticia en la portada de la web! Haz el favor de creerme. Ya sabes que soy un hombre religioso. Lo que te digo va a misa”. Total que tuve que dejar el dry martini y el aperitivo con mi mujer. Llamé a la subdirectora de Política y nos pusimos con ello.
Esos días relajados en los que parece que no va a pasar nada y…
Y te ponen un president de la Generalitat. Cuando suena el teléfono, sabes que algo está pasando. Yo intento no ser dependiente del móvil, pero era director de La Vanguardia; y el móvil, mi cuarto hijo.
Los sueldos de hoy son, comparativamente, mucho peores que hace veinte o treinta años. Es la cruda realidad
Me consta que usted tiene presente a Walter Burns, el director de periódicos de la mítica película 'Primera plana'. Aquel hombre era capaz de arruinar cualquier familia, incluso la suya, por una exclusiva. ¿Hasta dónde llegó usted?
Fueron días muy complejos. Me tocó apretar un poco más. Los redactores tenían que dedicar al oficio mucho más tiempo del que jamás habrían pensado.
Pero, ¿hasta dónde llegó su vena de Walter Burns?
Bueno, alguna vez me tocó hacer cosas como pedirle a la corresponsal en Estados Unidos que se quedara allí en Navidades, que no se cogiese vacaciones. Pero más allá de eso… Creo que exigí mucho, pero no más de lo que tocaba.
Intenté ser un director que escuchara a la gente. Pertenezco a una generación que comenzó en esto cuando el periodismo era Hollywood. Había mucho dinero en los diarios. Hoy, los números son muy complicados y los salarios se han recortado. La pregunta es: ¿qué le puedes dar a la gente?
¿Qué dio usted?
Proximidad, confianza y cariño. A día de hoy, es muy difícil llevar una redacción sin un alto grado de empatía. Creo que gracias a eso conseguimos cosas que no imaginábamos. Luego supongo que hablaremos de política, pero cuando se murió García Márquez logramos un capítulo inédito de una novela inacabada. Hubo que apretar mucho al redactor de Cultura, pero en lugar de pegarle gritos le decía: “Sé que lo vas a conseguir”.
Tener fe en un redactor es una forma distinta de meterle presión. Walter Burns es un bárbaro que se dedica a joder la vida a la gente. Yo intenté hacerlo lo menos posible.
Se la jodía con cariño...
Eso, eso: apretaba con cariño.
Con cierta nostalgia, dice en su libro que los periodistas “han perdido bohemia”. ¡Pero si somos unos desharrapados comparados con lo que fueron ustedes! ¡Eran unos burgueses que cobraban mucha pasta!
Bueno, bueno, pero nos íbamos a dormir tarde, salíamos a tomar copas. Hablaba del periodismo bohemio como una profesión en la que no duraban las novias. Pocos de mi generación han tenido un solo matrimonio, empezando por mí mismo. Una redacción, a eso me refería con “bohemia”, era un lugar donde pasaban cosas fuera de lo normal.
En el Noticiero Universal, mi primer periódico, el redactor jefe de Deportes vivía con la gogó de una discoteca. A un compañero de sucesos lo cogieron en un cabaré achuchando a una señora, lo vio un vecino y se lo contó a su mujer… Era un modo de vida romántico, que ya no existe.
Era una bohemia, si me permite el oxímoron, aburguesada: los sueldos eran mucho mayores. Quizá un periodista aceptara ese estilo de vida porque había una compensación económica.
Es verdad. De joven, siempre tenía la sensación de que al año siguiente ganaría más. Compré pisos, me separé, volví a comprar pisos… y pensaba que lo podría pagar porque las cosas irían a mejor. Eso se cortó en seco. Los sueldos de hoy son, comparativamente, mucho peores que hace veinte o treinta años. Es la cruda realidad.
El periodista hace ahora el trabajo de cinco o seis profesionales. Cuando yo empecé, escribía la crónica; el redactor jefe la corregía y se la daba al linotipista; el linotipista hacía las líneas en plomo; un regente cortaba por aquí o por allá… Cuatro o cinco oficios se han quedado por el camino.
Hacemos más cosas por menos dinero.
Claro. Hacemos más cosas que nunca por menos dinero. Y tendría que haber sido al revés. Que si mete un podcast, que si mete un vídeo… Aunque el periodismo conserva cierta magia. Socialmente, está considerado.
¿Usted cree? Por hacer de abogado del diablo: hace treinta años, cuando algo salía en el periódico, todo el mundo lo daba por cierto; hoy, muchos dicen: “Si ha salido en el periódico, es mentira”.
El oficio aguanta más de lo que parece. El papel sigue teniendo también un punto de magia. Conocí a Sulzberger, el entonces director del New York Times. Dijo en Davos que el papel desaparecería en 2014. Cuando llegó ese año, seguían vendiendo un montón. Reconoció su error y dijo: “Seguiremos haciendo periódicos mientras haya alguien que los compre”.
¿Cuál es la ventaja del diario de papel?
Pasa como con los discos. Mi hija mayor me pidió el otro día mis vinilos. Dice que es como mejor se escucha la música. El hecho de que algo salga publicado en papel es como decir: “Ha quedado para la Historia”. ¿Sabe? Cuando entrevistamos a los de Silicon Valley, preguntan: “Saldrá también en papel, ¿no?”.
Volviendo al debate sobre el prestigio del periodismo: ¿quiénes son las grandes estrellas de la tele? Los tertulianos y los periodistas. Serán más o menos creíbles, soy consciente de que hay una galería de monstruos…, pero hemos creado nuevas estrellas. El periodismo sigue teniendo encanto social.
El alcohol está prohibido en las redacciones desde hace años. Miguel Ángel Aguilar me dijo que eso nos ha abocado al desastre, que era un gran remedio contra la autocensura. Una bebida energizante para potenciar el atrevimiento.
Hace treinta y dos años, cuando entré en La Vanguardia, hacía muy poco que se había cerrado un bar que había en el centro de la redacción. He conocido periodistas que abrían el cajón y tenían una botella de whisky o de ron de La Martinica.
No, no estoy de acuerdo. El alcohol ayuda poco. Sé que hay personajes que lo necesitan como si fuera gasolina, pero yo no lo veo. La falta de alcohol en las redacciones no es un problema para el oficio.
Lo inteligente, siendo independentista, es mejorar la vida de los catalanes, no llevar a la gente a una frustración colectiva
En algunos periódicos, como por ejemplo 'La Vanguardia', se hacen consultas para votar sobre el nombramiento del director. Aunque no son vinculantes. ¿Cree que es un síntoma de que los periodistas, en general, son más de izquierdas que de derechas?
Cuando irrumpió mi generación, sí había más periodistas de izquierdas que de derechas. Mi primer contrato de redacción fue en 1974. Muchos periodistas veteranos del régimen no supieron manejarse en democracia y se fueron a casa. Gracias a eso, nosotros, con veintitantos, éramos muy progres y mandábamos en los periódicos.
¿Y hoy?
Creo que, en ese eje izquierda-derecha, la cosa está igualada. En Cataluña es más complicado. Hay bastantes periodistas independentistas, también hay medios independentistas. Eso hace que el eje izquierda-derecha esté enterrado.
Vayamos, entonces, con ese otro eje: en Cataluña, ¿la mayoría de periodistas es nacionalista?
Creo que está bastante dividido, pero los periodistas independentistas se han incrementado mucho porque están en una zona de confort. Ser independentista ayuda a estar en tertulias y en determinados ámbitos.
Es momento de revelar sus secretos como director de 'La Vanguardia'. Empecemos por lo más concreto. ¿Qué había en la caja fuerte de su despacho cuando llegó? En el libro no lo aclara.
Nada, estaba vacía. Y la dejé llena de tuppers.
¿Disculpe?
Sí, sí, porque hicimos una promoción y, como no había dónde meterlos, mis secretarias los guardaron allí. ¿Sabe? A los directores les cuesta dejar el despacho. Yo me comprometí a hacerlo en mi primer día como no director.
¿Podría poner un ejemplo?
Luis de Galinsoga, el director más longevo de La Vanguardia, puesto y quitado por Franco. Había entrado en 1939 y fue cesado en 1960. Se negaba a dejar el despacho. El padre del actual propietario no sabía cómo arreglárselas. Al cabo de un mes, envió a los pintores. Galinsoga entró y caían gotas del techo. Entonces, se fue. Puedo llegar a entenderlo: el despacho de un director es un espacio de poder muy atractivo.
Describa, por favor, la línea editorial de 'La Vanguardia' en relación al independentismo mientras usted fue director (2013-2020).
Intenté que el periódico no fuera una trinchera. El editor me pidió que pusiéramos al diario en el carril de la centralidad. Teníamos una opinión muy decantada hacia el independentismo. Y lo corregimos.
¿Cómo había acabado así 'La Vanguardia'?
Pregúnteselo a quienes dirigían La Vanguardia.
Oiga, usted lleva trabajando allí treinta y dos años.
Pero una cosa es ser espectador y otra director. Intenté equilibrar las páginas de Opinión, tener una línea editorial clara y ser respetuoso con los demás. No insultamos a nadie por su manera de pensar.
Todo el mundo tiene derecho a ser independentista, pero, como decía Mas-Colell, no habrá ningún gobierno en España que acepte un referéndum de autodeterminación. Tampoco lo asumirá Europa. Lo inteligente, entonces, siendo independentista, es utilizar la capacidad de influencia para mejorar la vida de los catalanes, no para llevar a la gente a una frustración colectiva. Ese es el gran drama.
La debilidad de Cataluña a partir de 2017.
Se fueron 4.000 empresas, se fueron los bancos… Existe la conciencia de que el procés se acabó, pero los independentistas alargan su discurso: “Lo volveremos a hacer”. ¿Hacer qué? ¿Saltarse la Constitución y el Estatuto?
No tuvieron valor para incluir la resolución de la Cataluña independiente en el Diario Oficial. Ni siquiera arriaron la bandera española del Palau. No salieron al balcón para arengar a las masas.
Pero, ¿usted fue con el independentismo todo lo contundente que se propuso?
El editorial que publicamos horas antes de la declaración de independencia decía: “Nos llevan contra las piedras”. Pedíamos que hubiera elecciones. Incluso estuvimos convencidos de haberlo conseguido.
El día 26, tras una noche muy larga, Puigdemont se levanta y quiere elecciones. Me llama su jefe de prensa y me pregunta si les apoyaremos. Le digo que sí. Creíamos que habíamos salvado el desastre, los periodistas aplaudían en la redacción. Pero todo se torció.
Con cierta ironía, dice en el libro que le llaman “equidistante”.
Yo no soy equidistante. Intenté que La Vanguardia fuera un espacio de diálogo. Es que en Cataluña hay muy pocos de esos espacios donde confluyen los independentistas y los que no lo son.
Habla de dos trincheras, de dos bandos. ¿No es eso ser equidistante? Unos incumplían la ley y otros, con todos sus fallos, algunos graves, la cumplían.
Puedes cumplir la ley de muchas maneras. El 1-O no se pudo gestionar peor. Coger la Policía y romper los cristales de los colegios, pegando palos a familias… Es horrible. Lo dijo el New York Times, Le Monde, Le Figaro…
¿Qué podían haber hecho? Dialogar o aceptar una solución de compromiso. Incluso haber aplicado antes el artículo 155. No encontraron las urnas, tuvieron al Ejército metido dentro de un barco y a primera hora de la mañana les dijeron: “Arrasad con todo”. ¿Eso cómo se explica? La crónica de ese día es un disparate.
El Gobierno cometió errores, pero a usted le llaman equidistante porque habla de “dos trincheras”, equiparando a Moncloa con el 'Govern'.
No, no. Nosotros fuimos cascos azules. No decíamos: “Sitúese uno ahí y otro ahí”. Eso es la equidistancia. El periódico intentó, hasta donde pudo, hacer que Rajoy moviera ficha y que los independentistas no llegaran hasta el final. No saldamos con éxito la empresa, pero esa era la idea. Todo el mundo tiene siempre una parte de razón, pero era un choque de trenes e intenté ser un guardagujas.
Por cada ejemplar vendido en catalán te dan unos céntimos, que al cabo del año suman una cifra importante
El maquinista Rajoy cometió errores, pero el maquinista Puigdemont no quería dialogar nada, sólo quería independencia.
Sin duda, pero estuvimos a punto de frenarlo. De todas maneras, el periodismo no ha llegado para poner paz en la guerra, sino para contarlas y explicar por qué pasan. Gaziel, histórico director de La Vanguardia, decía que un diario debe ser espejo y foco de la realidad. Espejo para contar lo que pasa; foco para señalar algunas de las cosas que pasan.
Quisimos explicar lo que pasaba en Cataluña, pero también decir a la gente que la independencia era un disparate, que nos iba a empobrecer y que era una locura. No hicimos más porque una parte de la sociedad civil catalana no quiso comprometerse.
¿A qué se refiere?
Tres meses antes del 1-O, llamamos a los presidentes de las entidades catalanas con peso para pedirles tribunas que avisaran del peligro de la independencia. No quiso hacerlo casi nadie. A la gente le cuesta mojarse. A mí me han insultado mucho por la calle.
¿Hasta qué punto controla la Generalitat el ecosistema mediático catalán? ¿Cree que ese control es más notorio allí que en Madrid?
No lo sé. Lo que sí le digo es que, en Cataluña, hay dos tipos de ayudas: por cada ejemplar vendido en catalán te dan unos céntimos, que al cabo del año suman una cifra importante. Luego está la publicidad institucional.
Aquí, en la Comunidad de Madrid, por ejemplo con Esperanza Aguirre, la publicidad institucional fue muy alta. ¿Eso te quita libertad? Lo ideal sería, como en el New York Times, que los ingresos de los suscriptores fueran suficientes. En Cataluña, hay dos periódicos de papel independentistas; y dos, los mayoritarios, que no lo son.
¿'La Vanguardia' es un periódico nacionalista?
No, en absoluto. Pero una cosa es el nacionalismo y otra el catalanismo. El catalanismo es querer la tierra y abonar la cultura catalana. Cuando eso se torna proyecto político, pasa a ser nacionalismo. Desde 2009, tenemos una edición en papel en catalán. Porque La Vanguardia es el diario catalán de papel más vendido de la Historia. El 35% de nuestras ventas en papel es en catalán.
En su libro, hay un ejemplo tremendo: en 'La Vanguardia', cuando usted no era todavía director, publicaron una entrevista con Jordi Pujol que había escrito el departamento de prensa de la Generalitat. Tanto las preguntas como las respuestas.
Se publicó porque, en ese texto, había una serie de referencias noticiables.
¡Se publicó como una entrevista!
Como la entrevista es un género de autor, había que firmarla, no podía poner “redacción”. Hubo un colega, al que le tocó el encargo, que puso “R.P”. ¿Raúl Pàmies? No, no. Era “remite Prenafeta”, que era el apellido del secretario general de presidencia de la Generalitat.
Le leo un fragmento de su libro: “Te encontrabas con que, de un día para otro, la Generalitat te quitaba una campaña publicitaria porque no le había gustado el editorial”. ¿Le sucedió muchas veces?
Cuento ese caso concreto porque me lo hicieron llegar. No sé si otras veces se produjo. Ese alto cargo de la Generalitat, el 1-O, me envió un mensaje en el que me reñía: “¿Qué vais a decir? ¿Que la culpa es del independentismo?”. Era como para publicarlo en la portada del diario. ¡El repartidor de la publicidad institucional diciéndonos cómo teníamos que hacer nuestro trabajo!
¿Se planteó publicarlo?
No, porque con el follón que había en la calle eso era una anécdota… Nos tenemos que hacer respetar más. Pero qué locura es esa.
¿Y si le damos la vuelta a la pregunta? ¿Consiguió muchas campañas de la Generalitat por haber escrito lo que le gustaba al 'Govern'?
No me lo dijeron. Afortunadamente, todo esto es transparente. Muy a menudo no éramos los más beneficiados por las campañas de la Generalitat. Tenemos el periódico deportivo más vendido, la emisora de radio más escuchada… Como éramos un grupo multimedia, las ayudas parecían importantes, pero si comparabas lo que recibía La Vanguardia con otros periódicos menos relevantes… Era mucho menos de lo que nos correspondía.
El jefe de prensa de Puigdemont me pidió que llamara a Rajoy para pedirle que frenara el 155
Le transmito una sensación que he tenido al leer su libro: el Gobierno de España y el de Cataluña trataron de hacer de usted una especie de enlace entre ambos.
Intenté ayudar en lo que pude, pero me negué a hacer una cosa. El día en que se dirimía si había elecciones o declaración de independencia, me llamó Pere Martí, el jefe de prensa de Puigdemont, y me pidió que les ayudáramos si convocaban elecciones.
Después, cuando eso se torció, me pidió que llamara a Rajoy para pedirle que no pusiera en marcha el 155. “No, no, perdona, yo estoy convencido de que si Puigdemont habla con Rajoy, está a tiempo de parar el 155”. Soy un periodista, a mí no me puedes responsabilizar del futuro de Cataluña. Ese no era mi papel. A mí no me paga la Administración, era Puigdemont quien debía llamar. Hay un punto en el que el periodista debe decir: no me toca.
Jordi Pujol le confesó a Felipe González que no era independentista, pero que si le pusieran una urna delante, votaría “sí” a la independencia sin dudarlo. ¿Qué haría usted?
No, no. No tendría ninguna tentación. Pero fíjese, ¿sabe lo que le respondió Felipe? “Entonces, lo que hay que hacer es que no tengas nunca una urna delante”. No soy independentista, quiero mucho a Cataluña, siento que es mi tierra. Si usted me pregunta si Cataluña es una nación, pues le diré que seguramente.
¿Seguramente? ¿Cree que es una nación o no?
¿Qué quiere decir “ser una nación”? Cataluña tiene una lengua, una cultura y una historia. El término constitucional “nacionalidades” fue por no utilizar la palabra “nación”. Porque nación casi siempre es sinónimo de Estado. Cada uno que lo sienta como quiera.
En el libro se refiere a Cataluña como “país”.
Sí, es un término que me gusta. ¿Qué es un país? La prensa francesa habla del país catalán. No sé, me gusta. Ahora, en Cataluña, se habla del “territorio”.
Por cierto, otra cosa que me ha sorprendido: dice que Puigdemont y Felipe VI mantenían una buena relación personal. ¿Charlaban en privado?
Tenía su lógica. Se veían mucho por los premios Princesa de Gerona. Él había sido príncipe de Gerona. Tenían buena química. Puigdemont es simpático. Había afecto. Me consta.
¿Y esa relación no sirvió en los días más turbulentos?
El arbitraje del Rey en ese caso era muy complicado. ¿Qué tenía que hacer? ¿Rectificar al poder político? Tenía que haber hecho algo Rajoy, no el Rey.
Critica al Rey por su discurso sobre Cataluña, pero al mismo tiempo reconoce que, gracias a él, la prensa internacional dejó de comprar la mercancía del independentismo.
Sí, pero a mí no me entusiasmó el discurso. Creo que le faltó empatía. Él no podía quedar al margen. Rajoy no quería que hablara Felipe VI. Pensaba que iba a traerle complicaciones. El Rey entendió que había un desafío al Estado y habló como Jefe del Estado. Entendí su punto de vista, pero creo que le faltó un pelín de empatía.
¿Y la empatía de Puigdemont? No estuvo muy pendiente de sus adversarios...
Sí, es verdad. Puigdemont pegó una patada en la mesa.
Al filo del 1-O, usted dice que los socialistas no querían presentarse como poco patriotas y, todavía menos, como cómplices del soberanismo catalán. ¿Tanto han cambiado?
Hoy por hoy, el PSOE no está para pactar con ERC en Cataluña. Es curioso. Podría pensarse: si pactan aquí, ¿por qué no pactan allí? Illa es de otro perfil. Es un tarradellista muy poco empático con el soberanismo. Considera que el PSC tiene que marcar bien ese territorio y recoger el voto de Ciudadanos. Esa es su estrategia. Antes, el PSC quería recoger a gente del mundo catalanista.
Rubalcaba, tal y como desvela en su libro, le dijo al entonces Rey Juan Carlos que, en el PSOE, estaban creciendo las voces antimonárquicas. ¿Lo han seguido haciendo? ¿El PSOE de hoy es monárquico?
Sucede lo que le pasó a Tony Blair. Sin ser monárquicos, son los que sostienen la institución. El PSOE no está riendo las gracias a la gente de Podemos y ha fijado su posición claramente.
Otro poder fáctico en Cataluña es Messi: usted ha tenido una posición privilegiada. ¿Qué sabe de él en relación a la política?
Soy muy amigo de John Carlin. Dice que una de sus grandes frustraciones profesionales fue poder hablar con Messi durante hora y media y no sacarle una buena historia. Messi es un tipo mucho más listo de lo que la gente cree.
No le encontrarás ninguna frase o guiño al independentismo. De hecho, el 1-O le dijo a su presidente, en contra del independentismo, que quería jugar el partido. Los independentistas hablan muy bien de Messi, pero no han conseguido arrancarle ni una sola frase.
Miremos a las elecciones de la Comunidad de Madrid. ¿Se atreve a hacer una porra?
Creo que Ayuso va a obtener un gran resultado. Incluso mayor del que pronostican las encuestas.
¿Qué opina del 'fenómeno Ayuso'? Da la sensación de que está intentando poner a la derecha de moda. ¿Lo está consiguiendo?
Me parece muy populista, pero está poniendo sobre la mesa elementos interesantes. Se está convirtiendo en un personaje. Lo miro con curiosidad. Más allá de poner en cuestión lo que dice, es verdad que la manera en la que ha abordado la pandemia tiene costes, pero es que todo tiene costes.
Ella ha preferido que haya más casos de coronavirus a cambio de que la economía no caiga. ¿Es lo acertado? Creo que no. Pero si a los madrileños les parece bien, cojonudo.
¿Ayuso es nacionalismo madrileño?
Es una manera de verlo. Es el orgullo del “DF”, distrito federal madrileño. Eso no está improvisado y su spin doctor es bueno. No sé si se trata de nacionalismo, pero sí de sentido de pertenencia. Un país, un territorio, un distrito federal.
Ayuso no dirá que Madrid es un país.
Por eso he utilizado el término DF. Me recuerda a lo de Washington. Ella está jugando con la identidad madrileña, ¿eso es nacionalismo? ¿Patriotismo? ¿Populismo? Un poco de todo.
¿Qué se lleva del camarote?
El afecto de la redacción.
¿Qué deja allí?
Las pequeñas miserias de la política, pero nada que me marque mucho. No soy rencoroso. Eso me hará vivir más años.