El caso del policía nacional infiltrado en el movimiento independentista que mantuvo relaciones con al menos ocho mujeres en tres años ha desatado una auténtica psicosis en Cataluña.
Los medios nacionalistas ya hablan de un segundo agente empotrador, pero aventuran que podría haber más. Y son multitud los catalanes que ahora repasan sus últimas aventuras o miran de reojo a su pareja, en la sospecha de que podrían ser o haber sido víctimas de un infiltrado.
El escándalo ha sacudido también el País Vasco y otros territorios donde bulle el sentimiento separatista. El partido de Otegi ya ha solicitado la comparecencia del ministro Marlaska para que aclare lo que tenga que aclarar.
Uno puede acercarse al caso desde distintos ángulos y todos devuelven destellos fascinantes.
Algunas de las activistas han denunciado a Daniel -así se hacía llamar el policía secreto- por abuso sexual. Pero ¿abuso en una relación consentida? Ninguna declaró en su día que fuera forzada.
Dicen que de haber sabido que su amante era un agente no se habrían acostado con él. ¿Y si hubiera sido un ertzaina o un mosso? ¿Es su condición de agente de la autoridad lo que las subleva o el hecho de que fuera un donjuán español?
El punto de vista del policía es clave. ¿Actuó por placer o por patriotismo? ¿Se tomó estas relaciones como un trabajo o se encariñó de las jóvenes, como ellas de él? Sería maravilloso que así fuera: las murallas de dos mundos tan dispares derribadas por el amor y el deseo.
Ocho amantes en apenas tres años -hay quien habla de sólo dos- es una cantidad notable. ¿Eso muestra la fogosidad del mundo indepe o la decadencia de sus varones, que tenían en tal abandono afectivo sexual a las mozas que se entregaron casi en fila a Daniel?
Es sospechoso que ningún hombre haya denunciado ser víctima... Irene Montero haría bien, como responsable de Igualdad, en averiguar si hubo infiltración de policías femeninos y gays o si la operación se limitó a varones heterosexuales, lo que revelaría la mentalidad heteropatriarcal del Ministerio del Interior.
Pablo Iglesias ha bromeado con la idea de que, cuando era vicepresidente, propuso a Marlaska que infiltrase a agentes para espiar a Feijóo y Ayuso, entre otros: "En la cama, estos corruptos de mierda van a cantar la traviata. Y si nuestros agentes les ofrecen droga, ya ni te cuento, que los del PP son unos viciosos, Fernando". Menuda risa.
Sin pretenderlo, Iglesias se ha puesto en la diana. ¿Y si él fuera un infiltrado? Hay elementos que apuntan en esa dirección.
Él, más que ningún otro político, ha aprovechado su posición para seducir a compañeras de militancia. La lista es larga -no tanto como la de Daniel, es verdad- y los nombres, conocidos. Por cierto, si alguna se sintió engañada ¿podría denunciarlo por ello?
Luego está lo de la escabechina en Podemos que dio paso a la fragmentación y el surgimiento de Más País.
Su dimisión como vicepresidente del Gobierno para estamparse en las elecciones madrileñas sigue siendo un misterio. Tan sospechosa como el ataque permanente a Yolanda Díaz, la única capaz de armar un espacio con posibilidades de éxito a la izquierda del PSOE.
Lo último, la campaña contra medios de comunicación y periodistas de inquebrantable compromiso progresista, como Ferreras.
¿Tan raro sería que Pablo Iglesias fuera un infiltrado?