Se podrá pensar lo que se quiera de Pedro Sánchez, presentarle como un modelo de audacia o de oportunismo, respaldar o no sus políticas, piropearle o insultarle como si estuviera hecho de flerovio o fuera la propia encarnación del mal, pero nadie que haya seguido, aunque sea a salto de mata, nuestro ‘Wake Up, Spain!’ podrá dejar de reconocer que nunca un gobernante español tuvo la oportunidad y se enfrentó al desafío de cambiar tantas cosas en tan poco tiempo.
“Echar” un discurso es fácil, incluso si dices lo que piensas. Yo “eché” un discurso el lunes, de esos de sentirse bien con uno mismo, llamando a la acción y apelando a la concordia. Pero las palabras se quedan, danzando como hermosas viudas en el éter y tú te vas, pensando en lo siguiente.
Adquirir compromisos sobre digitalizar 140.000 aulas y 1,3 millones de pymes, amén de las administraciones públicas, invertir 1.500 millones en producir hidrógeno, a ser posible verde, subastar 6.500 megavatios de energías renovables, fabricar 250.000 coches eléctricos, instalar 150.000 puntos de recarga, rehabilitar 250.000 viviendas, reinventar la formación profesional, revertir la despoblación de gran parte de España, llevar el 5G hasta el último rincón, reformar los contratos laborales, crear una “economía de los cuidados”, hacer sostenibles las pensiones… y así hasta 210 inversiones y reformas, eso ya es otra cosa. Y encima poniéndose plazos de entre dos y tres años.
Pues así lo hizo Sánchez el lunes ante los cientos de miles de lectores de EL ESPAÑOL que siguieron su intervención en streaming. Sólo le queda cumplir o morir. Es imposible que estos días no sienta un vértigo infinito.
Es verdad que para entender la sustancia y trascendencia de estos compromisos hay que abrirse paso por una tupida selva de “ejes de transformación horizontal”, “mecanismos de recuperación y resiliencia”, “políticas palanca”, “PERTEs”, “proyectos tractores” y “manifestaciones de interés”. No me extraña que se hagan ya chistes sobre este nuevo modo de tortura. Cualquiera diría, en palabras de Francisco Reynés, “que siempre corre más la presa que la liebre”.
Pero cuando llegamos al fin del fin del jardín, todo se reduce a dos ‘acertijos de tebeo´: ¿logrará el nuevo sastrecillo valiente encontrar el camino en el laberinto para llegar al tarro de los 140.000 millones de euros de mermelada Next Generation?; ¿seremos capaces los españolitos descuidados y un poco tramposos de gastar adecuadamente ese dinero o resultará que, como advirtió Ismael Clemente, el mago de Merlin Properties, “todos queremos salvar el planeta pero pedimos cinco jerseys a Amazon y devolvemos cuatro, creando el monstruo de la logística inversa”?
El problema es que para poder contestar esas sencillas preguntas con el monosílabo anhelado, hay que abordar cuestiones tan complejas que su propia sistematización ya requiere de un método de trabajo, necesariamente pragmático y peligrosamente ideológico.
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Sabíamos que estábamos bien pertrechados para el empeño, después de que Pallete pusiera en valor nuestro despliegue de fibra óptica, Galán recordara nuestro liderazgo pionero en renovables y Goirigolzarri subrayara la capacidad de nuestro sistema financiero para multiplicar el impacto de las inversiones públicas. "España lo tiene todo", Abril-Martorell dixit. Pero habíamos empezado a avanzar a tientas. Entonces apareció en la pantalla Mariana Mazzucato.
Abordar cuestiones tan complejas ya requiere de un método de trabajo, necesariamente pragmático y peligrosamente ideológico
Con sus facciones rotundas y su optimismo contagioso, la fundadora del Institute for Innovation and Public Purpose de la Universidad de Oxford presentó su modelo neokeynesiano de colaboración público-privada, como quien pone los deberes a un alumno desorientado. La cuarentena para viajeros, vigente en Reino Unido, le impidió asistir en persona a 'Wake Up, Spain!' y atender una invitación a almorzar en la Moncloa, pero su elocuencia marcó el rumbo del Simposio.
El viento de la respuesta a la calamidad mundial sopla a favor de Mazzucato. Manuel de la Rocha la tiene como referencia, Teresa Ribera sostuvo con ella el martes una conversación sembrada de complicidades y Sánchez la quiere conocer. A tenor de su planteamiento, parece claro que están hechos la una para el otro.
Mazzucato reivindica el papel del Estado, como gran promotor de una serie de propósitos, proyectos y más específicamente “misiones” para “cambiar el capitalismo”, embridándolo en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero a través de la cooperación con las empresas. Su paradigma es la “misión Apolo” que llevó al hombre a la Luna, bajo el lema kennediano “no lo hacemos porque sea fácil, sino porque es difícil”.
Por eso, su último libro se llama Mission Economy. La llegada del hombre a la Luna fue, para Mazzucato, el fruto de “una colaboración con un propósito común” que implicó adjudicar contratos, no a las empresas más baratas sino a las más innovadoras, sustituir la política de márgenes garantizados por la de incentivos y aplicar siempre una perspectiva de coste/beneficio.
Al final, el programa espacial costó cuatro veces menos que la guerra de Vietnam y nos ha dejado bienes colaterales que van desde las zapatillas aerodinámicas, hasta las cámaras en los móviles, pasando por el aislamiento térmico o la iluminación LED.
¿Por qué no abordar de igual manera la digitalización de las administraciones, el crecimiento sostenible, el futuro de la movilidad o la gestión del envejecimiento? Serían otras tantas “misiones”, destinadas a afrontar las prioridades del programa Next Generation. Como dijo el presidente del BBVA, Carlos Torres, “la oportunidad es de tal tamaño que los fondos se podrían multiplicar con inversión privada”.
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Por lo tanto, vayamos a la Luna. Muy bien, ¿pero eso cómo se hace? Nuestros amigos de EY, que tanto han contribuido a impulsar este 'Wake Up', aportaron una esclarecedora cita de Mark Twain al libreto del simposio: “El secreto para salir adelante es empezar y el secreto para empezar es dividir esa tarea que parece abrumadoramente compleja en pequeñas metas y empezar sin más demoras por la primera”. Cela lo dijo en menos palabras cuando comenzó su Pascual Duarte: “Se acabó el divagar”.
Como dijo Carlos Torres, “la oportunidad es de tal tamaño que los fondos se podrían multiplicar con inversión privada”
Esa advertencia ha sido, en el fondo, nuestra gran aportación de esta semana. Qué gratificante ha resultado comprobar cómo, en la identificación de los grandes objetivos y la determinación para perseguirlos, los ocho ministros, ocho presidentes autonómicos, ocho alcaldes, ocho -o más bien dieciséis- gigantes del Ibex y ochenta empresarios grandes, medianos y pequeños que han intervenido en 'Wake Up', están tan alineados como lo estaban Armstrong, Aldrin, Collins, Von Braun, los técnicos de la NASA y el público en general, en la famosa ilustración que Norman Rockwell realizó en 1969 para la revista Look con el título Todos somos astronautas. Iván Redondo y De la Rocha deberían compartirla con su equipo el día que envíen el plan del Gobierno a Bruselas.
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No es casualidad que la foto autografiada del paseo de Buzz Aldrin por la superficie lunar domine el comedor de nuestra casa -según Cruz, “la otra sala de juntas de EL ESPAÑOL”- en el que se fue gestando 'Wake Up, Spain!'”. Pero tampoco lo es que en la pared de enfrente hayamos colocado doce ejemplares del periódico mural L’Ami des Citoyens, redactado por Jean Lambert Tallien, durante los primeros años de la Revolución. Se trata de que el sueño de la razón, capaz de llevar al hombre a la Luna, no deje de dialogar, preventivamente, ni un solo día con los monstruos que también puede engendrar.
No me refiero tanto a Tallien como personaje -hijo del conserje de un aristócrata, aplicó el Terror jacobino en Burdeos, hasta que su amante Teresa Cabarrús le hizo desactivar la guillotina y empuñar el puñal con el que provocó la caída de Robespierre-, como a la espiral de conflicto, enfrentamiento social y violencia política que contribuyó a desatar y en la que se vio inmerso. No era eso, no era eso.
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Haciendo honor a la impronta de nuestro vertical “D+I”, consustancial al éxito de 'Wake Up', además de Innovación a raudales, necesitamos una Disrupción que interrumpa las inercias y el conformismo, en torno a lo que el vicepresidente de la Comisión Valdis Dombrovskis definió el jueves, de manera eufemística, como “debilidades estructurales” de la economía española. Mencionó las pensiones, la reforma laboral y -atención, separatistas- la “fragmentación del mercado”.
Debe haber un antes y un después de la obtención y aplicación de los Fondos Europeos. Esta vez sí que a España no debería poder reconocerla, en su tradicional falta de competitividad, ni la madre de los hijos de ningún amigo de Alfonso Guerra, por devolverle la ocurrencia cuatro décadas después. Pero la diferencia entre Disrupción y Revolución es que, como advirtió Feijóo, con una de las mejores frases de la semana, “antes que desenchufar lo que hoy funciona, hay que haber enchufado lo nuevo”.
Esa fue la clave jurídica de la transición política -de la ley a la ley- y esa debe ser la regla de oro de la nueva transición económica. Disrupción en el paisaje, continuidad para el paisanaje. Por eso insistieron tanto Ana Botín o Pablo Isla en que, para poder digitalizar nuestras pymes, antes hay que conseguir que sobrevivan. Y ese mismo fue el SOS de nuestro tan potente como malherido sector turístico o de la industria del automóvil, en permanente riesgo de deslocalización.
El tiempo apremia y es cierto que, como dijo José Manuel Entrecanales “el cuello de botella está en la capacidad de ejecutar las infraestrucuras necesarias”, pero sólo hay dos maneras de acortar los plazos sin dejar a medio país detrás. La primera, atender al llamamiento de Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, a priorizar la educación habilitante: “¡Skills, skills, skills!”. En este sentido, hay que celebrar que tanto la Ley de Formación Profesional que pronto presentará Celaá, como el Plan Nacional de Competencias Digitales que lidera Carme Artigas, la “mujer D+I” por antonomasia, tienen visos de ser aceleradores adecuados.
Para poder digitalizar nuestras pymes, antes hay que conseguir que sobrevivan
El segundo gran atajo debería ser el de la integración efectiva en el plan del Gobierno de autonomías y ayuntamientos. “Somos los últimos a los que se nos consulta”, protestó el alcalde de Sevilla, Juan Espadas. Pero incluyendo también las recetas liberales que vienen aplicando con éxito las administraciones del PP. Especialmente, por razones de tamaño, en Andalucía y Madrid. Tanto Moreno Bonilla, al presentar la Agencia Digital de Andalucía, como Isabel Díaz Ayuso, al insistir en la reducción de burocracia e impuestos, como garantía de crecimiento, por no hablar de Paco de la Torre, el visionario alcalde que ha transformado Málaga, dieron en 'Wake Up' una sensación de consistencia que Sánchez no debería desdeñar.
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Merece la pena volver a escuchar con calma la media hora de conversación de la presidenta madrileña con Rafa Navarro, tan al margen de los registros propios de la campaña electoral. Su potencialidad política es enorme. Pero también resulta altamente recomendable rebobinar la bien trabada intervención de la nueva vicepresidenta Yolanda Díaz, promoviendo un nuevo “contrato social” que genere un “trabajo decente”, impulse una “economía de los cuidados” y un pacto “intergeneracional”, en el que “mi padre y mi hija se den la mano”.
Volviendo al modelo Mazzucato y a la pared del comedor de casa, Sánchez tiene ante sí el dramático reto de regresar de la luna de las fantasías partidistas, en las que se ha moldeado como líder político, al planeta amenazado en el que debe acabar de aterrizar. Será la prueba de fuego para su madurez como gobernante capaz de escuchar e integrar a todos. Su “objetivo” es la Tierra, en la que España sólo podrá salvarse si está unida y bien acompañada por unos socios súbitamente federalizados por la deuda.
En medio de tantas dificultades, al presidente debería servirle de estímulo que, con menos de dos horas de intervalo, las supuestas máximas representantes de la derecha dura y la izquierda dura dijeran el jueves en 'Wake Up' cosas tan inteligentes, sensatas y complementarias.
No pretendemos conquistar una cima inasequible. Como alegó la presidenta de Red Eléctrica, Beatriz Corredor, “esto es como subir un ocho mil, pero hemos llegado ya al campamento base”. Tras escuchar a nuestros 170 ponentes, yo también creo que España puede. Recojamos el guante de la esperanza y asumamos proteicamente el verso de Wislawa Szymborska que la ministra de Trabajo nos dejó sobre el atril de 'Wake Up': “No le faltan encantos a este hermoso mundo, ni tampoco amaneceres a los que merece la pena despertar”. Recordémoslo siempre.