La elección de Óscar Puente como replicante del discurso de Feijóo marca un antes y un después en nuestra crónica parlamentaria. Con ese golpe de efecto, Sánchez pretendía degradarle, aun a costa de degradar un trámite constitucional tan importante como la investidura. Es imposible no tomar nota de ello.

También pretendía desquiciarle y provocar una reacción de truenos encadenados. Eso no lo consiguió. Todo lo contrario: la imagen de Feijóo, aguantando estólido la catarata de infamias y denuestos del sayón más atrabiliario de la bancada socialista, manteniendo pese a todo la mano tendida de los pactos de Estado, interpelando así al porvenir, queda desde esta semana como una referencia de la España serena, integradora y tolerante que queremos volver a ser.

El cocodrilo de Waterloo.

El cocodrilo de Waterloo. Javier Muñoz

Pero Sánchez tenía otro objetivo de mucho mayor calado y recorrido. Pretendía alinear a cuantos tienen intereses materiales que dependen de su continuidad en el poder, para convertirles en cajas de resonancia de un relato maniqueo que implica estigmatizar con exageraciones y falacias al primer partido de España y hacer inexorable, a falta de alternativas, el trato con Puigdemont. Y ese efecto multiplicador lo ha conseguido plenamente. 

Por increíble que resulte, en España hay decenas de miles de personas en puestos de la Administración, la estructura del PSOE, las empresas allegadas y por supuesto los medios afines que repiten sin pestañear que el gran problema de nuestra vida pública es la actitud genéticamente antidemocrática de un PP incapaz de aceptar la legitimidad de la mayoría progresista que, según ellos, arropa a Pedro Sánchez. 

[Actor en París, cofrade en Pascua y golfista ocasional: la vida de "pijo progre" de Óscar Puente en Valladolid]

Esto lo sostienen, con impasible vehemencia, desde los aprendices de monaguillos hasta los más conspicuos cardenales instalados en la cúpula del Estado. Y si no se lo creen, lo parece. El tópico de que el PSOE es una secta se les queda pequeño porque Sánchez ejerce como Papa de una potente Iglesia, cohesionada por el don de su infalibilidad.

Para todo este clero de pretendidos laicos el líder del Partido con mayúscula es un Sumo Sacerdote que pontifica ex catedra, sin que sus contradicciones, rectificaciones o abiertas falsificaciones de la realidad, empañen lo más mínimo la sagrada autoridad de su palabra. Es Moisés, pero sin travesía del desierto. El hombre ante quien se prosternan cada vez que reconcilia su ideología con su economía en esta prolongación inesperada del disfrute de la tierra prometida del poder. Nada como seguir a Sánchez para que conciencia pueda rimar con conveniencia, igualdad con desigualdad, filosofía con gastronomía, cultura con impostura y hasta socialismo con separatismo.

***

Es curioso cómo, a raíz de su pérdida de fuelle electoral, Vox está pasando a jugar un papel residual en el relato del PSOE. El lugar del miedo a la ultraderecha lo ocupa ahora, directamente, el repudio al PP, mediante una interpretación de la Transición cada vez más cercana a los Cuentos de Calleja del extinto Pablo Iglesias.

Según este aguerrido coro sanchista, integrado en muchos casos por personas dignas y cordiales, sólo desligadas del imperio de la lógica en el trance de dar testimonio de su fe política, la derecha española -a diferencia de sus homólogas en otras democracias- cree que el poder le pertenece y recurre a todo tipo de malas artes cuando la izquierda obtiene el aval de las urnas. "O gobierna el PP, o no gobierna nadie", proclamó acusatoriamente, ayer mismo, el propio Sánchez.

Se les olvida, claro, que, en los 45 años que llevamos de régimen constitucional, el centro ha gobernado 4 años, la derecha 14 y la izquierda 27. Y que ni en el 23-F ni en el 11-M fue al PSOE a quien le dinamitaron el teatro. 

"La memoria desdeñosa de Sánchez del papel del consenso y los pactos de Estado que ahora les ofrece Feijóo es igualmente singular"

Su memoria desdeñosa del papel del consenso y los pactos de Estado que ahora les ofrece Feijóo es igualmente singular. Según su diagnóstico, habrían funcionado sólo para que la izquierda socorriera a la derecha. Siempre en una dirección, nunca en la contraria. Empezando por el control salarial a través de los Pactos de la Moncloa y el apoyo a la Constitución monárquica, siguiendo por el Pacto Antiterrorista y culminando en la traumática abstención del PSOE en la investidura de Rajoy y en el respaldo de Sánchez a la aplicación del 155 en Cataluña.

Se les olvidan la lamentable condescendencia de AP con la guerra sucia del felipismo, los indultos de Aznar a Barrionuevo y Vera, el voto favorable del PP a la investidura de Patxi López a cambio de nada, el decisivo respaldo final de Rajoy al proceso de paz con ETA, su "sí" inmediato a la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución propuesta por Zapatero o la bien reciente votación en la que el PP -de nuevo gratis et amore- fue decisivo para devolver la alcaldía de Barcelona al PSC.

Todo lo que está en un platillo es tan interpretable como lo que está en el otro, pero para quien de verdad la balanza arroja un saldo final muy favorable es para el conjunto de los españoles.

***

La demonización del PP se agría especialmente cuando toca hablar de tres asuntos: el bloqueo de la renovación del Poder Judicial, el rampante intercambio de descalificaciones públicas y sobre todo la cuestión de Cataluña.

La polémica sobre el CGPJ es en la que más armado está de razón el PSOE, aunque la vaya perdiendo a medida que abrimos el angular de la gestión partidista de las instituciones. Lo repito una vez más: el PP debió haberse prestado a renovar el Poder Judicial sin condicionarlo a su conveniente reforma; pero es comprensible que el extemporáneo anuncio de la eliminación del delito de sedición para comprar el apoyo de ERC a los presupuestos abortara la última intentona. 

También se entiende que la descarada utilización del CIS y TVE, el recurrente gobierno por decreto ley o el propio perfil de los dos miembros del TC propuestos por el Ejecutivo -un ministro saliente y una ex alto cargo de Moncloa- no contribuyeran a fraguar un pacto amplio. Si la Constitución obliga a renovar determinadas instituciones por mayoría cualificada es porque impone un marco de consenso en la manera de entender el ejercicio del gobierno y la separación de poderes. Y el consenso siempre es cosa de dos.

"¿Van a permitir PP y PSOE que, como en nuestro peor pasado, esos agravios recíprocos pasen a mayores?"

Por lo que se refiere a las descalificaciones de unos y otros, cabe distinguir las que son atribuibles a cada partido y las que proceden de sus respectivos entornos mediáticos.

En líneas generales los comunicadores de extrema derecha están llevándose la palma por su deleznable virulencia, no sólo contra el Gobierno y sus aliados -ningún político debería permanecer impasible cuando en su presencia se insulta a un gobernante legítimo-, sino también contra la actitud dialogante de la cúpula del PP. La mayoría de los tertulianos de guardia de la izquierda derrochan demagogia y caradura a raudales, pero al menos mantienen casi siempre las formas.

[Editorial: Aunque no pacten, PP y PSOE deben atajar la escalada de la intimidación]

Si nos centramos, sin embargo, en los dirigentes, no es lo mismo promover la "derogación del sanchismo" -concepto ambiguo donde los haya- o atribuir una deriva "autoritaria" o incluso "dictatorial" al gobierno que tildar a Isabel Díaz-Ayuso de "unineuronal" y "genocida de ancianos" como acaba de hacer un miembro de la Ejecutiva Federal, llamar a Aznar "golpista", como hizo la portavoz del Gobierno o acusarle nada menos que de "instigar 11-M" como hizo el tabernario Óscar Puente desde la tribuna de oradores.

Como ninguna de estas conductas había merecido reproche alguno, es al menos encomiable que el líder del PSOE de Madrid Juan Lobato fulminara al concejal que cacheteó e intimidó al alcalde. Chirría en cambio gravemente con el sentido de la contención de su jefe y amigo que uno de los vicesecretarios del PP, Miguel Tellado, llame "matones de patio de colegio" a los líderes del PSOE como justificación del acoso sufrido por Óscar Puente en el AVE, sin que nadie le haya obligado tampoco a retractarse. 

Esto no puede seguir así. Incluso si no quieren pactar nada sustantivo, el PSOE y el PP deben conjurarse para cortar por lo sano la actual escalada de intimidación, descortesía e insultos en el ámbito público. ¿O van a permitir que, como en nuestro peor pasado, esos agravios recíprocos pasen a mayores?

***

El asunto verdaderamente medular en este momento es, en todo caso, la narración de lo ocurrido en los últimos años en Cataluña, en la que el PSOE se presenta como el abnegado apagafuegos de un incendio provocado por Rajoy.

Según esa tesis, habría sido la recogida de firmas del PP contra el Estatuto de 2006, su recurso de inconstitucionalidad, su estulticia ante las reclamaciones fiscales de Artur Mas, su incapacidad de dar una solución negociada al procés y su torpeza al utilizar la fuerza para reprimir a los votantes, mientras negaba que se estuviera celebrando el referéndum del 1-O, lo que habría colocado a Cataluña al borde de la ruptura con el resto de España.

Pero esa cronología olvida que fue el socialista Pasqual Maragall quien impulsó la reforma del Estatuto consensuado en 1979, sin que los nacionalistas lo demandaran; que fue Zapatero quién tuvo la ocurrencia de decir en un mitin de la campaña de 2004 que el PSOE apoyaría "el Estatuto que viniera de Cataluña"; que por primera vez una norma del bloque de constitucionalidad fue aprobada por el Congreso sin contar con la oposición; que si el TC se pronunció después del referéndum catalán fue porque el PSOE había suprimido el recurso previo; que fue un magistrado designado por el PSOE, Manuel Aragón, quien inclinó la balanza de la sentencia contra ese Estatuto trufado de artículos inconstitucionales; que fue un presidente socialista como Montilla el primero en agitar la calle contra la legalidad que él mismo encarnaba; que el PSOE se oponía igual que el PP al insolidario concierto fiscal que pretendía Mas; que fue el PSC quien instó al TC a que impidiera que se votaran las leyes de desconexión en el Parlament; y que Sánchez no sólo respaldó la aplicación del 155, sino que definió como "rebelión" lo ocurrido en octubre del 17 y prometió traer "preso" al mismo Puigdemont al que ahora pretende amnistiar.

"¿De verdad seguir en la Moncloa vale comulgar en una misa tan reaccionaria como la que ya vuelve a oficiar el cismático Puigdemont?

Todos estos hechos se entrelazan de una forma u otra con los del párrafo anterior, según el color del cristal con que se miran. Pero, si desembocamos en la última gran discrepancia -la de si Cataluña "está hoy mejor" que cuando gobernaba el PP-, Sánchez parece a un paso de incurrir en una grave contradicción que truncaría la visión optimista, rebatida por Feijóo con cifras económicas e índices de exclusión social durante el debate de estos días.

Si la "desinflamación" de Cataluña ha sido el fruto de una política de diálogo, en la que la clemencia de los indultos se ha combinado con la firmeza de las líneas rojas sobre la amnistía y la autodeterminación y ello ha redundado en la recuperación de la hegemonía electoral por parte del PSC, ¿qué sentido tiene cambiar ahora el marco de juego, desdiciéndose ante 45 millones de testigos, de los rotundos compromisos vigentes hasta hace unas semanas? ¿De verdad que seguir en la Moncloa vale comulgar en una misa tan reaccionaria como la que ya vuelve a oficiar Puigdemont con su casulla y sobrepelliz de cismático integrista? ¿O habrá que ver el pacto de investidura como el diálogo ecuménico entre dos Iglesias igualmente sagradas e infalibles?

***

De momento nos dicen que Sánchez y los suyos han cambiado de opinión sobre la amnistía, pero no sobre el referéndum. Más allá de la barbaridad ética, jurídica y política que supone lo uno, ¿quién va a creer que no vendrá acompañado de lo otro, cuando toque?

Hay un poema de León Felipe sobre la degradación del valor de la justicia, que cantaba Paco Ibáñez, y me resisto a reproducir por respeto institucional. Pero sería terrible que lo mismo que se dice en sus versos más perturbadores fuera de aplicación a unos tribunales castrados por la aritmética parlamentaria o pudiera tan siquiera pensarse de la palabra de nuestro presidente del Gobierno. Ojalá no vivamos nunca esa pesadilla.

El poema se titula Ya no hay locos, pero yo diría que sí los hay, aunque no en sentido quijotesco. Cuesta desde luego creer que alguien completamente cuerdo pueda encarar alegre y confiado, con un escudero de Valladolid como Óscar Puente y un predicador de León como Zapatero, el camino de perdición que conduce hacia las fauces del cocodrilo soberanista de Waterloo. Máxime después de contemplar en las últimas resoluciones del Parlament la moviola del descarrilamiento del 17.

Pero esto es lo que hay. Sólo cabe recomendar al presidente una buena provisión de malphigia emarginata -vulgo acerola- por su alto valor vitamínico y la lectura recurrente de la noticia de la BBC –"Woman's body found in jaws of 13ft alligator identified"- sobre el triste final de Sabrina Peckham cuando disfrutaba de la brisa nocturna en los alrededores de un riachuelo en el oeste de Florida. Sí, sí: el bicho medía trece pies, algo más de cuatro metros. Imaginen lo que cabe ahí. Mantengan, pues, todas las luces encendidas porque ya se masca la tragedia.