Hollywood es ya la Babilonia de los grandes escándalos. Todo parece ir a pedir de boca, en el sentido más bacanal de la palabra, en la mansión del productor que celebra la fiesta más desenfrenada de los Roaring Twenties. Sobre todo, desde que el astro del cine mudo Jack Conrad, interpretado por Brad Pitt, irrumpe como el hombre del momento a quien los personajes más extravagantes tratan de investir con sus proyectos y desvestir con sus lascivias.
En la trastienda del inmenso salón de baile, aguarda la sorpresa programada para bien entrada la madrugada: un elefante azarosamente trasladado en camión desde un circo cercano. El guion se ve, sin embargo, alterado por un suceso imprevisto. Una joven actriz entra en coma por sobredosis tras haber mezclado alcohol y droga sin tasa en su particular orgía con un gordinflón, remedo del depravado Fatty Arbuckle.
De repente a Manny Torres, el hispano que está ayudando al organizador, se le ocurre una idea.
—Usaremos al elefante. Todo el mundo mirará al animal… Nadie la mirará a ella…
—Pero el turno del elefante no es todavía…
—Vale, avisa al domador.
Dicho y hecho. En pocos minutos el proboscidio irrumpe en la sala, sabiamente descontrolado, agitando la trompa y los colmillos. Entre el susto y la fascinación, todos se quedan pendientes de su deambular aparentemente errático.
Entre tanto, Manny y un ayudante aprovechan el desconcierto para arrastrar sigilosamente el cuerpo de la chica hasta el exterior. Nadie se ha dado cuenta, pero la escapada se ha producido con el virtuosismo del gran Houdini. Nada por aquí, nada por allá. Ahora la veis, ahora no la veis. La chica ya está fuera del recinto. Nunca sabremos si la llevarán al hospital, si morirá de sobredosis o si salvarán su vida.
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Volviendo del revés la metáfora política del "elefante en la habitación" —aquello omnipresente que todo el mundo finge ignorar—, el director Damien Chazelle, oscarizado por La La Land, nos demuestra en esta frenética escena de su esperada Babylon cómo, a veces, lo más aparatoso puede servir también para distraer la atención de lo verdaderamente grave.
En la superproducción de la investidura que viene, el referéndum de autodeterminación —todos los días reclamado, idealizado, denegado, mencionado y manoseado por unos y otros— es el elefante del que no nos han dejado apartar la vista hasta este viernes.
De un lado porque la resolución del Parlament exige "avanzar para hacer efectivas las condiciones para su celebración"como requisito para que Junts y Esquerra apoyen la investidura.
Del otro porque Sánchez sigue descartándolo de plano, de manera tan formal y solemne como nos tiene acostumbrados en casos parecidos: "No sólo por los límites que marca la Constitución, sino por convicción política. Un referéndum es contrario a lo que he defendido siempre con mi palabra y con mi actuación". Omito el sarcasmo.
"Pronto sabremos si el Estado perdona a cambio de al menos un propósito de enmienda o si pide perdón a quienes mantienen que lo volverán a hacer"
¿Habrá referéndum? ¿No lo habrá? ¿Nos aplastará el elefante, lograremos esquivarlo o crearemos una mesa de diálogo con el domador para que la fiera nos apriete sin ahogarnos?
Et maintenant… en el otro extremo del local se iban produciendo los movimientos en la oscuridad. El cuerpo de la chica, hurtado al debate por el Gobierno, mediante la estratagema de evitar incluso llamarla por su nombre durante 78 días, es la amnistía. Muchos nos referimos a ella, pero todos hemos topado con la barrera de su inconcreción.
¿De qué amnistía habla usted? ¿De la de Yolanda Díaz, desautorizada por Bolaños, o de la que Sánchez mantiene cerrada bajo siete llaves? ¿Cuántos y cómo se van a beneficiar de ella, además por supuesto de Puigdemont? ¿Contra qué amnistía se van a manifestar Feijóo, Ayuso y los demás el domingo en Barcelona? Son protestas preventivas, estamos premonitoriamente indignados.
Sin embargo, en esa zona de penumbra y exclusión que han logrado generar a base de iluminar tanto al elefante, Sánchez y Puigdemont han ido negociando, moldeando, adornando y arrastrando sigilosamente, con la jefa de Sumar como pinche, la proposición de ley de la impunidad sobrevenida.
Si Sánchez pronunció al fin el viernes la palabra "amnistía", presentándola como una forma de "superar las consecuencias judiciales" del procés y vinculándola al "mandato de las urnas", cuando nadie sabía que estaba votando eso, es porque la redacción está ya poco menos que cerrada.
Para unos será reconciliadora y para muchos más, gravemente infecciosa. Una mañana nos la encontraremos, fuera ya de nuestro alcance, en el órgano oficial del régimen o en el registro de entrada del Congreso con trámite de urgencia.
Ese día sabremos si el Estado perdona a cambio de al menos un amago de propósito de enmienda o más bien pide perdón —como en el texto de Sumar— a quienes mantienen que lo volverán a hacer. De eso dependerá que la humillación sea doble o sencilla, lacerante o sencillamente insoportable.
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Por desgracia este asunto no va a resolverse ni en términos morales ni en términos jurídicos. ¿Qué mas se puede añadir en el primer ámbito al diagnóstico, no de Abascal o Feijóo, no de González o Guerra, sino de su propio compañero de viaje Jaume Asens, calificando de "oportunista" que Sánchez "pague" con la amnistía como "moneda de cambio" de la investidura?
Y en el plano de la constitucionalidad bastará que exista un resquicio por donde colarla para que el Tribunal que preside alguien con la probada habilidad de Conde-Pumpido lo utilice cuando tenga que hacerlo. El contundente artículo del catedrático Agustín Ruiz Robledo salía este viernes al paso de los sofistas que alegan que la no derogación de la Ley de Amnistía del 77 implica que en la Constitución cabría otra que se promulgara en el 23, y María Peral nos explica hoy lo que quisieron decir los magistrados que redactaron las sentencias que mencionaban la amnistía. Pero por retorcer la jurisprudencia, al servicio de la causa, no quedará.
Que la amnistía sea inmoral es algo que cada español dirimirá en el plano de su conciencia. Que sea legal dependerá de la mayoría exprés en el Congreso de los Diputados y de la mayoría ya veremos cuándo en el Tribunal Constitucional.
"Puigdemont corre el riesgo de ser acusado por parte de su parroquia de sacrificar las convicciones a las conveniencias, como si fuera otro Sánchez"
En definitiva, eso significa que el que la amnistía se apruebe, que Sánchez sea investido y que el alto tribunal termine dándole el nihil obstat depende sólo de que el propio Puigdemont esté aceptando las condiciones de Moncloa para perdonarse a sí mismo.
No le falta razón a su compañera de exilio Clara Ponsatí al decir que le "parece muy problemático que los beneficiarios de la amnistía negocien la amnistía". Pero más "problemático" aun es que la voten. Ego me absolvo: en eso ha quedado el héroe del maletero.
Puigdemont corre el riesgo de ser acusado por parte de su parroquia de sacrificar las convicciones a las conveniencias, como si fuera otro Pedro Sánchez. Pero mientras el presidente en funciones ha dado sobradas muestras de su pragmatismo sin que se le mueva una pestaña, el líder de Junts se ha comportado como un iluminado en los momentos clave. En octubre del 17 iba a convocar elecciones autonómicas y bastaron un tuit de Rufián y cuatro gritos de botifler por la calle para que proclamara la República Catalana.
De ahí lo impredecible aún de lo que en términos políticos no sería sino el principio del final. Podría ocurrir que, en plena maniobra de "desjudicialización" de su cuerpo serrano, Puigdemont se negara a abandonar el recinto si no es a lomos del elefante del referéndum y eso abortara tanto la amnistía como la investidura. No es lo probable.
Aunque la advertencia del anciano de la tribu de que debe ser "exigente" y "no dejarse engañar" pese sobre él, la dinámica de la negociación va creando una nueva realidad en la que los avances son acumulativos. Es lógico que Puigdemont esté renunciando ya a cobrar la amnistía por adelantado —algo casi imposible en función del calendario— y pueda aceptar la derivación del referéndum a la mesa de diálogo, también conocida como la de las calendas grecas, toda vez que en Grecia nunca hubo calendas.
De ser cierta esta percepción, el prófugo estaría ya mentalmente más cerca de preparar su regreso triunfal a Barcelona que de seguir encastillado en Waterloo. El curso de la legislatura, el futuro inmediato de Sánchez y la valoración final que los españoles hagan de lo que muchos perciben hoy como aberrante dependerá de cuál sea su conducta cuando se barran los restos de confeti tras el auto homenaje que supondrá su Ja soc aquí.
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En el entorno de Sánchez cunde el optimismo sobre la base de que se están fraguando unos acuerdos que, al incluir los Presupuestos, otorgarán al menos dos años de
estabilidad al Gobierno. Y se da por hecho que, aunque su retorno sea desafiante y reivindicativo, Puigdemont tendrá la lucidez de darse cuenta de que la aritmética electoral le ha regalado una ocasión irrepetible de aterrizar en la realidad y aprovechar una legalidad ampliada para hacer política práctica en Cataluña.
Sería una metamorfosis hacia la moderación parecida a la que experimentaron los prohombres más exaltados del Trienio Liberal cuando a su vuelta del exilio se integraron en el régimen isabelino. Con la ventaja de que, en lugar de pasar sus estrecheces, Puigdemont habrá hecho el tránsito como reyecito de una corte de opereta.
Precisamente por eso tienen mucho más peso las razones no ya para el escepticismo sino para la extrema preocupación. La "musa del escarmiento", invocada por Azaña, no ha visitado hasta ahora a nadie en un hotel de cinco estrellas como el Waterloo Palace.
"Si la amnistía permite relanzar el 'procés', Sánchez lamentará pronto no haber pactado con Feijóo o recurrido a la repetición electoral"
Como bien descubrió Pasteur, cuando los gusanos de seda sufren una epidemia de pebrina tan aguda como la que el hongo del fanatismo ha provocado en el separatismo catalán, sólo el bloqueo de la cadena de transmisión a las larvas puede salvar a la especie.
Si los hechos dan la razón a Enric Millo y los amnistiados vuelven a sentirse "en la casilla de salida", en calidad de víctimas rehabilitadas y con más medios para relanzar el proceso hacia la independencia, Sánchez lamentará pronto no haber pactado con Feijóo o recurrido al menos a la repetición electoral. Y el coste para el PSOE será enorme.
Veremos. Si el temerario líder socialista es investido, comenzará a gobernar sobre un pantano de arenas movedizas con el pesado lastre del descrédito, por la pérdida de valor de su palabra, doblándole las espaldas. Todo lo que salga mal se proyectará amplificado contra él.
Es cierto que la Historia, tanto de la política como del cine, está llena de proyectos alumbrados con muy bajas expectativas que se convirtieron en extraordinarios éxitos. Pero el caso de Babylon fue exactamente el contrario: la transgresora superproducción fue un gran fracaso de taquilla y los críticos coinciden en achacarlo a las incongruencias de un guion deslavazado, a base de viñetas efectistas, con mucho más relator que relato.