EL ESPAÑOL ya tiene hemeroteca e historia. Hace exactamente cinco años, el 14 de julio de 2019, publiqué una Carta del Director, "El retorno de don Cirongilio de Tracia", dedicada a Santiago Abascal.

Estaba basada en el pasaje de la Segunda Parte del Quijote en la que el protagonista se refiere a los caballeros andantes que le sirvieron de inspiración: "¿Quién más arrojado que don Cirongilio de Tracia?".

Me fue fácil recurrir a los estudiosos del género para explicar que las aventuras de don Cirongilio, publicadas en 1545 por Bernardo de Vargas, eran en realidad una parodia de las novelas de caballerías, un "estereotipo esclerotizado" basado en la "hinchazón estilística", los "pasajes recargados" y la "reiteración exagerada de situaciones y motivos narrativos".

Abascal, camino del hundimiento.

Abascal, camino del hundimiento. Javier Muñoz

Todo apuntaba a la caricatura que Abascal venía haciendo de sí mismo como líder ultraderechista. No sólo en el mensaje hiperbólico y en los ademanes guerreros, sino especialmente en la desorientada chaladura que le llevaba siempre a equivocarse de enemigo.

Igual que don Cirongilio decía luchar contra los turcos y acababa ayudándoles a poner en aprietos a la mismísima Roma, cuna de la Cristiandad, Abascal ya apuntaba maneras en su disposición a hacerle el juego a Sánchez y bloquear el ascenso del PP.

No era posible tomarse en serio ni a Vox ni a su líder porque carecían de consistencia ideológica, proyecto político u hoja de ruta viable: "Como subgénero, podríamos identificarlo con la pulp fiction, los tebeos del Guerrero del Antifaz, las novelas del Coyote… Don Cirongilio es a don Quijote lo que el brindis de los tercios de Flandes a la historia del Siglo de Oro; lo que Santi Abascal, Rocío Monasterio e Iván Espinosa a Fraga, Aznar, Cánovas o Maura. Una broma efímera, más pintoresca que tremenda, una saga metepatas que pasará ante nuestros ojos sin demasiadas consecuencias".

Es verdad que al cabo de unos meses Vox alcanzó sus cotas máximas con el 15% del voto y 52 escaños en el Congreso. Pero desde entonces mi pronóstico se ha ido materializando a trompicones, en paralelo a extravagancias tales como la moción de censura con el provecto Tamames como candidato, purgas de los menos hiperventilados como Macarena Olona o el propio Iván Espinosa y truculencias del género de invitar a "colgar por los pies" a Sánchez o "correr a gorrazos" a sus seguidores.

Tras no pasar del 7% en las últimas municipales, perder un tercio de sus escaños y un 20% de sus votos en las generales, quedar por debajo del 10% en las europeas y mostrar una nula capacidad de gestión en las autonomías que cogobernaba con el PP, Abascal se ha refugiado ahora en el papel del camorrista que trufa sus bravatas de mentiras compulsivas. Pero, ojo, que no viene solo.

***

Es imposible decir más falsedades en un monólogo tan breve como el de su comparecencia del jueves al consumar la ruptura con el PP. Es mentira que ningún familiar de Sánchez esté "en el banquillo por robar" —en realidad, ni por robar ni por nada—; es mentira —por desgracia— que Feijóo haya pactado con Sánchez la renovación de ninguna otra institución además del Poder Judicial; y es mentira, amén de una barbaridad, que el reparto de 120 menores extranjeros vaya a traer aparejada la "delincuencia e inseguridad" a seis comunidades que suman 12 millones de habitantes.

Cuando la tenebrosa amenaza supone exactamente eso —la llegada de un muchacho por cada cien mil habitantes—, debería ser imposible tomarse en serio a don Cirongilio. Nadie en sus cabales puede llevar la insolidaridad hasta un extremo tan banalmente inhumano.

Cuestión distinta es el problema acuciante de la inmigración irregular en su conjunto. Feijóo hace bien al supeditar la reforma de la Ley de Extranjería para introducir el recurrente reparto autonómico de menas que reclama el Gobierno a otras modificaciones que refuercen el control de fronteras e incrementen los recursos de las comunidades.

Poco o nada podrá objetar el PSOE a este planteamiento cuando su socio preferente Esquerra Republicana se acaba de atrincherar en las mismas posiciones que Vox y cuando tiene pactada con Junts la "transferencia integral" de las competencias sobre inmigración a Cataluña. Y encima ya no podrá asimilar al PP con la extrema derecha sin hacer el ridículo.

Más le vale a Sánchez afrontar una negociación seria con Feijóo antes de que la situación siga deteriorándose en Canarias. Es obvio que, si el traslado de 350 menas apenas va a cambiar las cosas en la península, tampoco supondrá más que un leve alivio a la presión de los seis mil embalsados en el archipiélago.

"El mensaje de Abascal es que quiere ser parte de una alianza antiliberal de nacionalismos autoritarios como los de Putin, Xi Jinping y Trump"

Pero lo que entre tanto interesa descubrir es el verdadero motivo de la ruptura de Vox con el PP. ¿Qué es lo que realmente ha llevado a Abascal a lanzar y consumar su órdago en un momento en el que el itinerario triunfal de la Selección ha desatado todas las simpatías hacia dos hijos de la inmigración como Lamine Jamal y Nico Williams y es fácil alegar que tal vez alguno de estos menas emule un día sus hazañas?

Abascal adujo el jueves que los presidentes autonómicos han actuado "obligados por Feijóo" y añadió el viernes que el líder del PP ha seguido las "instrucciones de Von der Leyen… con el objetivo de que Vox no esté en los gobiernos".

La primera reacción que suscita este argumento es que hace falta estar mal de la chaveta para pensar que la presidenta de la Comisión Europea pueda dedicar tiempo y energías a alterar la composición de los gobiernos de Aragón o Murcia.

Pero la alegación adicional de Abascal, al acusar a Feijóo de "estafar" a sus lectores por aplicar "políticas globalistas", nos da una pista clave de que el verdadero trasfondo de esas fantasías es su inquietante movimiento en el tablero de las alianzas transnacionales.

Al abandonar en el Parlamento de Bruselas el grupo de Giorgia Meloni, cada vez más reciclada como europeísta y atlantista, y arrojarse en brazos de Marine Le Pen y Viktor Orbán, el mensaje de Abascal es que quiere ser parte de una alianza antiliberal de nacionalismos autoritarios, a imagen y semejanza de los que encarnan Putin, Xi Jinping y Trump.

Que esos hayan sido precisamente los tres interlocutores de la "gira por la paz" con la que el presidente húngaro ha tratado de apuñalar a Ucrania, abusando de su posición de presidente de turno de la UE, pone todas las cartas sobre la mesa. Y son muy peligrosas.

***

La escena más impactante de las aventuras de don Cirongilio es sin duda aquella en la que se abalanza sobre una serpiente de fuego, surgida de un río, y le aprieta tan fuerte con ambas manos para tratar de cabalgar sobre su espalda, que luego es incapaz de soltarla y termina hundiéndose con ella.

Se trata de un antecedente de ese trastorno neurológico que la ciencia contemporánea ha bautizado como miotonía. Implica una dificultad sobrevenida para relajar los músculos después de un esfuerzo o contracción intensa y por lo tanto para soltar los objetos previamente aprehendidos.

Lo peor de los émulos de don Cirongilio es que, además de equivocarse de enemigo, también se equivocan de serpiente de fuego. El año pasado tras las municipales y autonómicas, en lugar de contribuir a ahogar a Sánchez con astucia, dejando al PP margen de maniobra para rematar la faena, los líderes de Vox se empeñaron en subirse a la chepa de los barones de Feijóo, exigiendo cerrar acuerdos para entrar en los gobiernos autonómicos de inmediato.

Los sermones apocalípticos del propio Abascal en Cataluña completaron la faena y la consecuencia fue que a Sánchez le salieron los números para comprar la investidura. ¿Era eso lo que buscaba el último profeta del cuanto peor, mejor?

"Pablo Iglesias aguantó catorce meses en la Vicepresidencia; los de Vox ni siquiera han llegado al año"

Apenas entraron a formar parte de esos cinco gobiernos regionales, los radicalizados líderes de Vox fueron conscientes de que una cosa era vociferar y otra gestionar. Fue una experiencia muy parecida a la de Podemos tres años antes. Pablo Iglesias aguantó catorce meses en la Vicepresidencia, antes de arrojarse al río con el pretexto de las elecciones anticipadas en Madrid. Los de Vox ni siquiera han llegado al año con su miotonía y todo.

Desde el primer día en que empezaron a asumir responsabilidades se dieron cuenta de que los que ya no tenían espacio para bravuconadas al estilo García-Gallardo eran ellos; que en la administración diaria había mucha tarea por hacer y pocas medallas que colgarse; y que cuando salía adelante una iniciativa legislativa, quien ponía su impronta era lógicamente el PP.

Lo extraño no es que hayan hecho con sus vicepresidencias lo mismo que Pablo Iglesias con la suya —tirarlas por la borda— sino que hayan aguantado todos estos meses como figurantes. Lo han hecho por ese instinto prensil que convierte el aferrarse a las prebendas del poder en una atrofia funcional. Y porque no habían encontrado aun otra serpiente a la que encaramarse.

Pero ahora es Abascal el que quiere tomar los cielos al asalto. Las vivencias de Barrera, Antelo, Nolasco y el propio García-Gallardo le han confirmado que una vicepresidencia como socio minoritario de Feijóo tampoco le serviría a él de nada.

Ya no quiere formar parte de una alternativa al sanchismo, sino liderar el recambio del sistema en su conjunto. Por eso su gran pretensión es demostrar que, aunque Feijóo y Sánchez no se hablen; que, aunque los equipos de uno y otro se detesten; que, aunque los respectivos electorados, sean prácticamente estancos, el PSOE y el PP "son lo mismo".

El postulado es tan absurdo que ni siquiera la idiocia colectiva que día a día fomentan las redes sociales —sin responsabilidad alguna para sus operadores— bastaría para impulsarlo si no fuera por la coyuntura internacional. Ahí nos aprieta el zapato. Eso es lo que hace peligroso a Abascal e impide seguir tomándonoslo a chufla.

***

La humanidad vive lo que parece un auge irrefrenable de los populismos basados en el culto al líder, sea como derivada de las dictaduras comunistas (Putin, Kim, los Ortega y por encima de todos, Xi), sea como mutación del caudillismo reaccionario o incluso de ensoñaciones libertarias (Erdogan, Bukele, Milei y por encima de todos Trump).

Ninguno de ellos tiene como objetivo la participación en el Gobierno sino la conquista del poder. En eso está Marine Le Pen tras el fiasco de las legislativas y a lo que se ve ahora también Abascal, pastoreados por Orban como plenipotenciario de Putin que, en el fondo, no deja de ser la punta del barreno que maneja Xi.

Es la sustitución del liderazgo mundial de la alianza entre Estados Unidos y las demás democracias liberales, estructurada en el G-8, la OTAN y la UE, por una confederación de autocracias, liderada por China y con fuerte apoyo en el llamado Sur Global, lo que está en marcha.

Y el fantasma de que Trump pueda favorecer al enemigo con tal de quedarse con su parte del pastel, sobrevuela cualquier reunión occidental de alto nivel. Sobre todo, una vez constatadas la incapacidad de Biden para hacerle frente y la soberbia que le impide ceder el testigo a otro. Todas las democracias liberales estamos amenazadas por ese demolicionismo intransigente en el que también confluyen Mélenchon y lo que queda de Podemos.

"Fuera de los gobiernos regionales, arreciará la ofensiva de Vox para liquidar el Estado autonómico, con el sistema constitucional en su punto de mira"

Abascal ha cambiado de cohete y de proyectil. No busca ser parte de la alternancia democrática sino protagonista de la sustitución de un modelo de convivencia por otro. Fuera de los gobiernos regionales, arreciará su ofensiva para liquidar el Estado autonómico, pero es el sistema constitucional basado en los consensos el que está en su punto de mira.

Es la misma tentación en la que cayeron dirigentes políticos aun más marginales que él como Pierre Laval, el sacerdote eslovaco Jozef Tiso o el diplomático noruego Vidkun Quisling en la Europa de los años treinta. Todos ellos compartían el mito de La Conquista dello Stato formulado por Curzio Malaparte y difundido por Ramiro Ledesma en los 23 números del semanario de nombre equivalente publicados entre la primavera y el otoño del 31.

También es el papel que se le atribuye al héroe de la aviación Charles Lindbergh —al menos tan machote y sin sustancia como Abascal— en la distópica novela de Philip Roth convertida hace cuatro años en una magnífica serie de televisión. Aún están a tiempo de verla. Trata de inmigración y xenofobia, de supremacismo y racismo, de disuasión y apaciguamiento. Cada día es más actual. Mira a un pasado que pudo ser para advertirnos del futuro que debemos evitar.

Se titula La conjura contra América.