La semana pasada arremetí contra un libro 75 consejos para sobrevivir en el colegio basándome única y exclusivamente en lo poco que había leído de él; unos pocos fragmentos hábilmente destacados por toda la Red que me bastaron para sacar la katana. Lo malo de internet es que manipula cualquier cosa. Lo malo de mí es que contribuí a ello.
Tras las primeras muestras de apoyo y recomendaciones para leerme llegaron también los que me dieron toda la cera que merecía. La propia Red me escupió en la cara. Me preguntaban directamente si de verdad justificaba la prohibición de un libro, fuera el que fuera. Yo bramaba casi sin coger aire cegada por un machismo que supuestamente apestaba en el libro. El caso es que una adolescente que seguramente tiene el libro en su estantería, me preguntó directamente lo que había que preguntarme: “pero ¿tú te lo has leído?”. Y otro de mucha más edad me lo resumió clarito: “Yo no juzgo sin leer”.
Se me cayó la cara de vergüenza porque ambos acertaron. No, no me lo había leído. Como imagino que no se lo han leído los más de 30.000 que piden su retirada de las librerías, entre los que repito, me encontraba. Así que me lo compré (15 euros) y lo leí.
Sara no resulta estar tan obsesionada por tener novio aunque tampoco es tan enrollada como quieren los que han defendido leerla. Me parece desacertado que su autora se compare con Elvira Lindo por su Manolito Gafotas; ya le gustaría. Como bien argumentaron algunos, la mejor manera de proteger a nuestros hijos de toda la podredumbre que los acecha no es aislándolos de toda esa mierda sino mostrándosela.
Ni la editorial Alfaguara ni la autora merecen que 75 consejos para sobrevivir en el colegio deje de estar en las librerías como tampoco tengo muy claro que merezca mucho más; aunque con esta escandalera ya se lo hemos proporcionado. No me relaciono apenas con niños y menos aún con adolescentes y puede que los de ahora entiendan mejor el mensaje de este libro, un discurso que ni siquiera merece considerarse irreverente. A mí personalmente solo me parece simplón y probablemente he llegado a esta conclusión porque en la adolescencia tuve a bien saltarme a la torera el criterio de padres y educadores respecto a los libros que podía o no leer.
Si me hubieran dejado sin todos esos títulos malditos jamás habría aprendido de Nabokov que “la curiosidad es la insubordinación en su más pura forma”. Y tampoco habría descubierto otro título que lleva obsesionándome y martirizándome toda esta semana: Rascacielos de J. G. Ballard. Se supone que yo debía haber aprendido hace muchos años que la soberbia y la estupidez humana (las mías en definitiva) pueden arrastrarte a los límites del canibalismo, real e intelectual.
María Frisa, editorial Alfaguara; aquí tienen su merecido derecho de rectificación. Ocupa casi cien palabras más de lo que ocuparon mis injurias. Reconozco mi error y agacho la cabeza para que todos ustedes me den una colleja. Afortunadamente hubo quien no me bailó el agua. Bienvenidos sean. Deseo encarecidamente también que los mismos que me dejaron sin prebendas, estén igual de acertados con esos otros capaces de cederle el paso a una señora cualquiera rezumando machismo de cualquier otro modo. Más elegante e incluso hasta más académico pero igual de repugnante. Al fin y al cabo a esos también los leemos.
En el pecado llevamos todos nuestra penitencia.