Arnaldo Otegi ha echado mano de Pablo Neruda para reivindicar desde el lirismo la legitimidad de que carece para convertirse en aspirante a lehendakari. Otegi, que hace una semana nos amenazaba a todos con las baladronadas de sus años mozos, al advertir que no habrá “tribunal ni Estado, ni Guardia Civil, ni Ejército” que impidan su candidatura, ha recurrido al Neruda más melifluo y efectista para repetir en Twitter aquello de que “podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.
El acceso poético de Otegi, y de quienes lo han aplaudido en las redes sociales, no merecería un comentario distinto al que dedicamos a los refranes de los azucarillos de no ser porque es la frase inscrita en una de las placas que en Buenos Aires recuerdan a los desaparecidos en la dictadura.
Otegi, experto en secuestros, malversa el dolor de las víctimas de Videla y se pone tierno para reivindicar un lugar en la democracia que trató de destruir mediante crímenes. A estas alturas, a nadie escandaliza el cinismo de los herederos de ETA. Pero sorprende la obsecuencia de la izquierda y de los independentistas demócratas con la desfachatez del batasuno.
Una cosa es que la superación del terrorismo requiera la asimilación de sus matones, y otra muy distinta que el precio de la paz sea la falsificación de la historia, la impunidad y la abyección. Otegi tiene perfecto derecho a disfrutar de los derechos que ETA negaba a sus víctimas: por eso está libre y dirige un partido. Pero su reinserción no puede llevar aparejada la vulneración de las leyes y las sentencias. Toda condescendencia con Otegi es ignominiosa con las víctimas y sólo puede agravar el desarme moral del país.
Por eso el debate político sobre si Otegi puede o no convertirse en candidato a lehendakari, habiendo sido condenado a inhabilitación como cargo público hasta 2021, trasciende la disquisición jurídica del caso. La reflexión democrática no puede llevar aparejada una patente de corso para Otegi. El mismo PSOE que se negó a recibir al terrorista condenado con alfombra roja en el Parlament no puede ahora hacer como Pilatos y mirar hacia otro lado.
Finalmente, quienes ven en Neruda o en los refranes de las galletas de la suerte un motivo para respaldar al dirigente abertzale tan sólo añaden mal gusto a su propia inmoralidad. No sé si Otegi se cree una flor, pero no tengo duda de que la primavera que él promete se asemeja más a la que cantaron otros célebres vascos como Juan Teillería, Mourlane Michelena y Jacinto Miquelarena -autores del Cara al sol junto a Mazas, Ridruejo, Alfaro y José Antonio- que a las versificaciones más cursis del gran poeta de Isla Negra.