No se trata de desempolvar viejos agravios, y menos aún de recuperar la retórica de ese episodio tan oscuro que hubo hace ocho décadas y que sigue pesando como plomo en las alas del país que guarda (de aquella manera siempre) su memoria. Sin embargo, los adjetivos escogidos para aquel tan conspicuo como triste parte último de guerra convienen como un guante a la actual situación de la izquierda española, fracturada como de costumbre pero ya no en dos o tres, sino en cuatro o catorce trozos irreconciliables que asisten desde el estupor y la impotencia a los progresos que a trompicones, pero con un brío y un ánimo renovados, va haciendo la eficiente derecha. Una derecha desdoblada actualmente en dos marcas, que empiezan a caminar al unísono y a promover la feliz continuación de su programa.
Los hechos están demostrando que Rajoy viene haciendo lo que debe, de cara a que sus intereses prosperen: enrocarse en la inacción hasta que otros se muevan para proporcionarle la masa crítica que le falta, a fin de poder presionar a su adversario principal y cargarle el bochorno extremo de las terceras elecciones, a menos que se abstenga para entregarle la investidura. También, pese a todas las críticas y todos los venablos que viene recaudando, acierta Rivera a moverse en sentido favorable a sus aspiraciones, apareciendo como propiciador por interés general de una solución que no se cansa de decir que le repele pero que al fin y al cabo es la única viable y la que las urnas dictan.
Nadie puede dudar de que si todas esas maniobras acaban en investidura, unos y otros conseguirán hacer algo más que salvar sus muebles, partiendo desde una posición más que comprometida en ambos casos, lo que aumenta el valor de su éxito y subraya la habilidad de quienes se unen para procurarlo.
Mientras tanto, los escombros diversos que constituyen la llamada izquierda parecen sumidos en la parálisis. Desde ese PSOE maltrecho y lleno de saboteadores, a la Izquierda Unida zombi fagocitada por Podemos, sin perder de vista a la propia formación morada y sus mareas, confluencias y afinidades electivas varias, erosionadas por los meses gobernando ayuntamientos de precaria hacienda y por la pérdida del polvo de hada del que se presentaban revestidos cuando aún estaban inéditos. Hay quien ha optado por recluirse como Potemkin (célebre maniaco depresivo) en sus aposentos y quien sin más se ha ido a la playa. Los únicos que no descansan son los conspiradores que propugnan la rendición al adversario, como sospechoso mal menor en el que cabe avizorar personales afanes y conveniencias.
¿De verdad nadie se plantea tomar la iniciativa? Ya sea para ofrecer una alternativa, ya para ponerle al excepcional apoyo que el rival demanda el altísimo precio que merece, dejándolo en evidencia. Por alguna extraña razón, alguien prefiere favorecer el discurso del contrario, e ir a las terceras como al matadero.