Es la de Luis de Guindos una biografía redonda: de esas que se autoabastecen. Primero trabajó para Lehman Brothers, siendo por tanto uno de los responsables de la crisis mundial de 2008; y después trabajó, como ministro de Economía, en la salvación de España de esa misma crisis. Es, así, una de esas personas a las que nunca les falta trabajo, porque viven de estropear primero y de arreglar después. Para ello resulta imprescindible estar en ambas fases, como lo estuvo Guindos: se ve que era la persona adecuada. Él movió el árbol y él recogió las nueces.
Todo estaba en su cabeza, y no me refiero a lo de dentro (que también parece valioso) sino a lo de fuera: esa esfera perfecta –amenizada apenas por unos cuantos pelos– que prefiguraba su destino. El último broche ha sido que su libro lo publique la editorial Península, cuando su trabajo en Lehman Brothers fue precisamente el de dirigir la filial en España y Portugal. Mi colega Tomás Serrano ha jugado con los tiempos en su dibujo: al añadirle ese “por” al título España amenazada remite, en efecto, a la época en que España estuvo amenazada por Guindos desde el banco de inversión. Aunque el ministro habrá preferido empezar su relato después, en el momento en que él se disponía a combatir dicha amenaza.
No he leído el libro ni lo voy a leer (hay libros que no son para leer), pero por lo que he deducido el héroe del libro de Guindos es Guindos. Algo que habrá decepcionado a Mariano Rajoy, que aspiraría a acaparar la gloria. De ahí esa poca calidez del presidente, tanto en el prólogo como en la presentación, de que hablan los cronistas. Ese prólogo, por cierto, debe de ser lo primero que ha escrito Rajoy desde los mensajillos a Bárcenas. Se conoce que le inspiran los Luises.
El Luis de ahora, De Guindos, se había programado la semana a lo Umbral: quería hablar de su libro y solo de su libro. Pero el PP, que casi es ya una segunda familia Panero, le ha dado una semana maldita. Primero tuvo que dar explicaciones por el caso Soria (un ejercicio escatológico más propio de Cela) y después se cruzó Rita Barberá, que ha terminado de estropear la concentración en la literatura. Lo bonito es que Guindos lo ha observado todo desde la portada de su libro, con esa pose de malote sofisticado, al que las solapas del abrigo protegen de toda perturbación.
Al final ha vuelto a ser él el amenazante, y esta vez con una amenaza cumplida: la de escribir un libro. Algo que en España siempre procura un momento anticlimático, un puro fastidio para los españoles. Apuesto a que cae en picado en el próximo índice de popularidad.